Me llamo Amor y tengo veintitrés años.
Mis problemas comenzaron desde el momento en que mis padres consideraron que Amor era un nombre aceptable para un chico, y lo que es peor, que de todos los nombres existentes, era el mejor para mí. Desconozco que les hizo tomar esa decisión. Nunca conocí a mi madre y mi padre es un hombre de pocas palabras, por lo poco que sé, mi madre era bastante religiosa y a mi padre se le ve a leguas que es un cabronazo.
Aunque vivamos en la misma casa, compartimos muy poco espacio, el viejo caserón es enorme, y desde que dejé la escuela y me dediqué a la vida campestre, con que traiga presas para comer y mantenga mi habitación con un mínimo de higiene, no se me exige nada y se me deja estar tranquilo para ocuparme de mis asuntos, lo cual es de agradecer, salvando contadas ocasiones en las que la mujer que viene a limpiar se empeña en mantener conversaciones triviales sobre el clima, lo caro que está todo y demás estupideces… ¡Como si me importara en algo su opinión!
A veces incluso quiere comentar cotilleos del pueblo, pero mi silencio siempre fue tajante… Creo que la mujer está tan acostumbrada a hablar y a soltar chatarra por su boca las veinticuatro horas del día, que no es capaz de mantenerse callada ni cinco horas, que es el tiempo que tarda en limpiar el caserón.
Cuando voy al bar del pueblo o al supermercado también tengo que interactuar con otras personas, por desgracia, esto es un sitio pequeño, y todos conocen a mi padre. Si quiero comprar comida o tomarme una cerveza tengo que soportar las típicas preguntas banales sobre cómo están sus familiares o mi padre, cuando en el fondo sabemos que no significamos nada el uno para el otro y que si algo verdaderamente importante aconteciera en nuestras vidas, no causaría ninguna emoción real en el contrario.
Pero bueno, es lo que tiene vivir en sociedad, tienes que estar haciendo constantemente este tipo de gilipolleces.
Mi vida académica fue un completo fracaso desde el principio hasta el final.
Ya de entrada lo tenía difícil, con este nombre tan espantoso que me pusieron, que cuestionaba mi masculinidad y pedía a gritos una buena dosis de bullying.
Llamarse Amor y tener esta cara es una desgracia. Pocas partidas peores le puede hacer jugar la vida a un hombre. ¿Recordáis esa canción de Johnny Cash sobre un chico al cual su padre le daba un nombre ridículo para hacerlo más fuerte? Sí, estoy hablando de ‘A boy named Sue’, al final el chico se hace más fuerte gracias a haber tenido que soportar todo tipo de burlas por llamarse Sue y termina agradeciéndoselo a su padre.
A mí me cayeron hostias y punto, no ha llegado el momento en que me sienta más fuerte gracias al acoso escolar que recibí y no he sufrido ningún tipo de catarsis con respecto a mi nombre. Lo sigo odiando igual desde la primera vez que lo escuché.
Creo que es importante destacar que soy desalmadamente feo, y no estoy hablando desde una apreciación personal: mi fealdad es absolutamente imparcial y desbordante. Por si esto fuera poco, soy demasiado alto y desgarbado, y tengo un problema de sudoración al cual no consigo ponerle remedio ni con la manía de lavarme las manos cada diez minutos. Mi cara y mi cuerpo son un completo desastre, un lienzo en blanco para la crueldad de la imaginación del febril alumno.
He inspirado todo tipo de motes, de todos ellos me quedo con “El largo”, que era la forma en la que la gente se dirigía a mí cuando no lo hacían con ánimo de insultarme.
Fue por eso que decidí ponerme “El largo” como nombre a la hora de abrirme una cuenta de facebook. Sé que llegados a este punto, os preguntareis que hace un tipo como yo con una cuenta de facebook, a veces yo también me lo pregunto.
Supongo que después de siete años recluido en “mi fuerte”, como me gusta llamar al caserón, sin más contacto que el de los animales y de alguna que otra víctima ocasional, comencé a tener miedo de acabar completamente solo. La realidad es que no soporto a las personas, pero tampoco quiero desaparecer completamente del mapa, por eso decidí abrirme un facebook. Quizás el día de mañana necesite una mujer. Quién sabe.
Pasé varios meses observando el panorama. Mis antiguos compañeros de colegio e instituto habían cambiado mucho, tras un periodo de selección, decidí ponerme en contacto por privado con Amanda… porque sí, porque era la más guapa de la clase y porque fue la única que me defendió cuando el incidente del perro. Demostraba una humanidad superior a la media.
Tuve que desplazarme a la ciudad para reunirme físicamente con Amanda.
Tras intercambiar unos cuantos mensajes, a Amanda le pareció genial la idea de reencontrarnos para recordar viejos tiempos. Por lo que había estado observando en su perfil, a Amanda le encantaba estar siempre a la última, así que supongo que rescatar al amante animal del cajón del olvido era una primicia total que no se perdería por nada del mundo.
Eran las siete de la tarde y Amanda se retrasaba. Habíamos quedado en una cafetería llamada Starbucks y yo estaba bastante cabreado porque me habían hecho pagar mi presupuesto de una semana por un líquido de color sospechoso que se supone que sabía a café. Había comprado cuatro magdalenas de chocolate como haría cualquier chico romántico y detallista. Había estado observando su Instagram, le gustaba mucho todo lo que fuera de chocolate.
Me puse a repasar mentalmente mis frases y a realizar mi trabajo con forzada serenidad. Para cualquier persona que observara la escena, tan sólo era un chico normal dentro de una marabunta colorida de chicos normales, esperando a que llegara su cita para comenzar a devorar pastelillos.
Amanda llegó desparramándose en risas y abrazos, su tono de voz era demasiado alto y se me quedaba incrustado en el cráneo produciéndome un leve mareo, me recordaba a mi cobaya, que en paz descanse.
Le encantó que hubiera comprado muffins (por lo visto se llamaban así) y le faltó tiempo para devorar el primero de ellos.
Encontré a Amanda demasiado cambiada. Era evidente que seguía siendo una chica guapa, pero la estética se le había ido de las manos.
Por otro lado, se le notaban mucho los años de desfases… había envejecido mucho en poco tiempo y apuesto a que su hígado estaba bastante resentido. Un hígado resentido no haría otra cosa que facilitar mi trabajo, así que me emocioné con la idea.
Amanda llevaba una camiseta de Iron Maiden, pero al preguntarle por su canción favorita del grupo me respondió que no sabía, que se la había comprado en el Bershka.
Llevaba el pelo muy corto y teñido de color azul, y toda una intrincada red de tatuajes cuyo significado me fue explicando uno por uno con los ojos brillantes, añadiendo datos adicionales, como las ciudades en las que se los había realizado.
En mi cabeza intentaba organizar la información pero no entendía nada.
La chica había mezclado en su cuerpo diferentes símbolos de la cultura budista, nórdica e hindú. Las ideologías eran contrarias y nada tenía sentido, pero no quería quitarle la ilusión de que representar su plastificada personalidad en cada recóndito espacio de su piel no la hacía parecer una ciudadana del mundo, la hacía parecer boba.
Supongo que debajo de esa capa de piercings, collares y tatuajes, atisbaba el destello de la chica de ojos dulces que algún día fue, con la piel limpia y el cabello y los ojos de color miel, aunque a estas alturas poco importaba.
Amanda alucinaba con que yo no supiera quién era Miley Cirus, señalaba el móvil y decía:
―¡Mira, mira… no se puede ser más puta!
―¿Te das cuenta de que llevas su mismo corte de pelo? ―le pregunté.
―¿Por qué dices eso? ¡A mí me queda mejor! ―protestó Amanda.
―Simplemente creo que no es casualidad que hayas decidido cortarte el pelo en este momento de tu vida. Lo quieras o no, esa “puta” marca tus decisiones.
Amanda me miró cómo si yo fuera de otro planeta, y comenzó a mover su pelo azul de un lado para otro mientras me exponía que ella era una tía muy independiente, que intentaba demostrar sus estados de ánimo con su ropa… pero cuanto más hablaba más movía su cabeza, y a mí me recordaba a un juguete en forma de bola peluda de plástico que tenía mi antigua perra… Estuve un buen rato imaginando cómo mi perra destrozaría esa pequeña cabeza azul en un plis-plas, pero la voz de Amanda me sacó de mis fantasías…
―Largo, largo…¡Espabila! Hoy es 25 de Mayo… ¡Hoy es tu día! ―y se reía descontrolada.
Cuando la gente se ríe a carcajadas el sonido es demasiado intenso para mí y me produce una sensación de vértigo que no me deja pensar con claridad, sin ser capaz de encontrar mi voz, me quedé mirándola con cara de espanto…
―¡Hoy es el día internacional del orgullo friki! ¡Felicidades amigo!
Por un momento conseguí aislar en mi cabeza el sonido de las risas de la mesa de al lado y balbuceé…
―Ni… ni… ni siquiera sabía que existiese ese día, pero… ¿por qué piensas que soy friki?
―¡Porque siempre has sido un tío raro, Largo! Eres la persona más rara que conozco. ―Otro golpe de risas estallando en mi cabeza.
Me parecía surrealista que una persona llena de agujeros y con el pelo de color azul me llamara raro a mí, pero Amanda seguía en sus trece…
―Desde pequeño se te veía venir, tú no eras como los demás.
Las manos me comenzaron a sudar, llevaba demasiado tiempo sin ir al baño a lavármelas.
―Y después está esa historia de la perra de Juan…
Mi estómago se encogió…
―Hay quien sigue creyendo que es cierto… ya sabes… que te gustaba el sexo con animales.
El corazón me iba a mil por hora, todo el peso de mi infancia olvidada cayó sobre mis hombros en un solo segundo…
Aún podía oír los gritos de la gente en mi cabeza: “¡Folla-perros, folla-perros…!” Con el tiempo el mote se suavizó a “el amante de los perros”, supongo que para poder reírse de mí delante de los adultos.
Me armé de valor y alcé la voz:
―¡Eso es totalmente falso Amanda, parece mentira que tú también me eches en cara eso!
Amanda fijó la vista en mis puños apretados y pareció sentir toda mi rabia, o al menos yo me sentía como si salieran chispas de mi cuerpo…
―¡Oye… tranquilízate! ¿Vale? Era broma Largo… yo sé que es mentira. Cuéntame qué tal te ha ido todos estos años, ¿cuáles son tus aficiones?
―Me gustan las setas ―espeté.
Amanda comenzó a reír de nuevo…
―A mí también, pero sólo en ocasiones especiales…
―No me refiero a ese tipo de setas, soy un amante de la micología.
Le hice mi mejor mueca de desprecio y me preparé para la pregunta que sabía que vendría…
―¿Micología, y eso qué es? ¿Ves como eres un friki? ―más risas, jodidas y puntiagudas risas.
―Me gusta recoger y estudiar setas ―dije sin demasiada emoción, intentando zanjar el tema, pero ella quería saber más…
―¿Y cuál es tu seta favorita? ―preguntó mientras se chupaba los dedos y se lanzaba a por el segundo muffin.
―Tengo una especial predilección por la Amanita phalloides, también conocida como la oronja mortal.
―¡Uau! ¿Es una seta mortal?
―Mucho, de hecho es la causante del 90 por ciento de intoxicaciones mortales por setas en Europa, es fácilmente confundible con otras setas y su sabor y olor son exquisitos.
Amanda se lamió el labio superior, que lo tenía cubierto de chocolate, y preguntó con voz picarona:
―¿Y por eso es tu favorita? Qué chico tan retorcido…
―En realidad soy más bien un romántico.
―¿Y qué pasa si te tomas una seta de esas?
―Va invadiendo tu cuerpo lenta y dulcemente. Con tan solo treinta gramos de Amanita phalloides te vas para el otro barrio en una semana. Te destroza el hígado y los riñones.
Lejos de asustarse o extrañarse, Amanda me miraba con absoluta fascinación…
Por el poco contacto que he tenido con ella y lo que he podido observar en el periodo de estudio previo, todo lo que se sale de lo normal es inmediatamente interesante para Amanda. Todo lo friki, raro o bizarro se convierte automáticamente en “guay” para ella y sus amigos. Lo siento Amanda, pero no me creo a esta nueva Amanda… Los dos sabemos que sigues siendo la misma niña frígida de pueblo, y que todo tu grupo sigue dando el mismo asco, aunque ahora vayáis de alternativos…
Inventé una excusa y salí de allí echando pestes.
La cita con Amanda me había hecho volver a revivir viejos fantasmas que pensaba que estaban enterrados. No obstante, la misión había sido todo un éxito.
Ésta era una parte de mi vida que necesitaba remendar.
Podríamos culpar a la sociedad, a mi inestabilidad familiar o a la crueldad de mis compañeros de mi psicopatía… pero siendo sinceros, mi entorno es un simple pretexto.
Mi maldad me pertenece. Disfruto haciendo daño a otras personas.
Todo el personal de mi escuela me hizo demasiado daño a mí, y eso desequilibra la balanza de la vida, no creo que Amanda sea mala del todo pero era un peón necesario en mi tablero.
Una chica muy popular y querida dolerá más al espíritu colectivo que un cualquiera.
Pobre Amanda, al final has sido solo una mártir.
Al final de todo yo seré siempre el loco que follaba con perros, pero tú serás siempre la chica del pelo azul que murió envenenada en un Starbucks.
Feliz día del orgullo friki, Amanda.
Excelente Towanda…genial como todos tus articulos 🙂