Quien tiene un libro tiene un amigo y quien tiene un amigo tiene un tesoro.
Mi primer libro fue ‘Platero y yo’ y no se me ocurre mejor amigo para un niño que aquel animal de acero y plata, aquella bola de pelo de cuatro patas, que se bebía dos cubos de estrellas cada noche y que escuchaba con atención cuando su dueño le recitaba poemas en francés.
Platero tenía en sí la grandeza de los animales, la elegancia de espíritu y la sobriedad en la mirada. No hay amor más puro y más abnegado que el de un humano y su animal de compañía. Y no se ha escrito libro que refleje mejor ese amor.
Empezaba la década de los 90 y yo empecé preescolar con mucha ilusión pues en aquella época (poco me duraría) amaba la escuela.
El problema es que llegué a la escuela sabiendo leer y escribir y me aburría un poco con la dinámica de las clases de la p con la a pa, la m con la a ma y repasar con el dedo las figuras de las letras recortadas en papel de lija.
Mi profesora, mi querida y amada primera profesora, se llamaba Pilar.
Pilar se dio cuenta de que yo ya estaba lista para empezar a leer historias, una vez aprendido el código, estaba lista para la acción y deseando vivir nuevas aventuras.
Así pues, me regaló ‘Platero y yo’, el que sería mi primer libro de mayores.
Nunca olvidaré la dedicatoria: «Espero que lo disfrutes ya que está escrito en mayúsculas, como te gusta a ti escribir». Por lo visto yo solo quería escribir en mayúsculas.
Qué bonito es imaginar de niño.
Todo lo que vemos durante nuestra infancia se queda grabado en nuestra memoria como si fuera visto a través de un caledoscopio.
Recuero los fuertes contrastes entre las ilustraciones en tonos muy fríos y las páginas en rojos candentes. Era un libro muy “sinestésico” y simplemente pasar sus páginas ya era algo muy guay.
Ni qué decir que el libro me chocó mucho. Al estar escrito en esa prosa tan poética era un lenguaje totalmente nuevo para mí y dudo mucho que lo entendiera en aquella época. Sin embargo, con el paso de los años, Platero se fue haciendo un hueco en mi vida y consiguió robarme el corazón y alguna que otra lágrima.
Si hay algo que admiro por encima de todo en Juan Ramón Jiménez, más allá de su brillantez, es su amor por los niños, los animales, y las cosas sencillas.
Podríamos considerarlo todo un pionero en la defensa de los animales en nuestro país. En aquella época nadie reparaba en el maltrato que sufrían otras especies no humanas y las corridas de toros estaban a la orden del día. Juan Ramón huía de estas manifestaciones y las consideraba una aberración. Una de las mayores muestras de respeto hacia el mundo animal, reside en el hecho de que Platero no haya sido fabulado, no le creó su propia voz para buscar la moralina fácil. Él mismo dejó claro que no quería eso para su amigo: «Tú tienes tu idioma y yo el mío», no se nos intentó humanizar al burro. También podemos ver cómo demuestra su respeto y su admiración cuando habla del caballo de su infancia, de una pequeña fox terrier, de una cabra y hasta de seres diminutos como son las abejas. Y por supuesto, de su mejor amigo:
Él comprende bien que lo quiero, y no me guarda rencor. Es tan igual a mi, tan diferente a los demás que he llegado a creer que sueña mis propios sueños.
Podemos encontrar un trasfondo crítico en las pequeñas audacias del hombre y su burro, siempre de manera sutil, se critica la mentalidad de la época, la ignorancia y la avaricia humana.
Llegados a cierto punto, se critica incluso la competitividad en el sistema educativo y la prepotencia humana. Se pone de manifiesto el miedo a que Platero vaya a la escuela:
No sería buena idea los niños se burlarían de ti y te quitarían tu comida y te castigarían porque no entenderías las clases y te pondrían ese gorro de burro.
También se critica el concepto de asnografía:
Para un ser tan puro como el asno debería ser un insulto compararlo con los humanos.
Para Platero todo es nuevo, Platero se enfrenta al mundo desde la inocencia y cada día es un nuevo juego. Es por eso que al hombre le fascina su compañía, le permite deleitarse en los placeres de la naturaleza y de la cotidianidad de los días. La figura de Platero sin duda es una buena forma de proyección; Platero no habla, es hablado. Esto permite que sea el intermediario entre el autor y su realidad externa, para así poder reflexionar sobre ella usando a Platero como conector. La obra se basa en la observación y en la iluminación que esta nos proporciona. Pionero también, en temas de meditación, Juan Ramón Jimenez parece perseguir su momento santori.
Es en la quietud de su entorno donde consigue la quietud de su alma.
Qué sería de él sin sus campos y sus flores. A veces, nos cuenta, se levanta sin ganas de levantarse, pero acude al campo y da gracias a Dios por haberle regalado un día como ese. Refugiándose en la soledad de los campos y encontrando en los animales sus compañeros de batalla: «¿ya no quedan animales para compartir la soledad?», se nos presenta a través de pequeñas historias con un fuerte contenido simbólico, en las cuales los paisajes y los colores son estados anímicos, un auténtico manual para vivir la vida.
No es casual que haya sido el tercer libro más traducido de la historia.
A través de sus pequeñas historias, se proyectan valores y enseñanzas de vida que han conectado con el alma de millones de personas.
Una de sus mejores enseñanzas, que me he podido aplicar a mi propia vida, es aprender a descifrar el brillo de la trascendencia en la inmanencia de las cosas.
Nada es eterno, pero puede ser eterno mientras dure.
Platero siempre vivirá en nuestros corazones.
¿Quien te enseña a decir las cosas tan bien como las dices? ( y dices algunas que !vaya! pareces una vieja sabia. ¿Lo eres?
Seu artigo me emociona muito, pois nos demonstra como é mais importante os pequenos detalhes do dia a dia, que os grandes eventos!!! Platero tem a visão da criança, de um ser pueril, que consegue enxergar a beleza nos mais simples acontecimentos. Parabéns por esse artigo Towanda Rules!!!