Siempre me han encantado las escritoras suicidas, las borrachas que acumulan gatos y se montan su propio búnker en casa y los maricones reprimidos con relaciones tortuosas materno-filiales.
No lo puedo evitar.
Son mis fetiches particulares.
Pero dentro de mi fascinación por determinados desórdenes psicosociales, guardo una especial predilección por los mitómanos.
¡Ay, los mitómanos!
¡El mundo está lleno de gente maravillosa que finge su propio secuestro!
Una amiga mía tenía un noviete que vivía tres o cuatro vidas paralelas, nos contaba que tenía un cargo importante en el ejército y después descubrimos que incluso su uniforme era alquilado.
Yo estaba absolutamente emocionada con el tema, pocas veces se presenta gente tan divertida en tu vida.
Con el mundo del artisteo me suele pasar igual…
Me aburren soberanamente estas estrellas que parecen perfectas, que tienen totalmente controlado lo que hacen… Estas artistas tipo Beyoncé, que te muestran cómo son cantantes, actrices, madres, iconos de moda, deportistas, comprometidas socialmente… Siempre con la pose perfecta y el gesto sereno.
¿Alguien da más?
Yo, personalmente, es que no consigo conectar con gente que no muestra su inseguridad y sus defectos. Podrán ser brillantes en sus carreras, pero carecen de ese algo tan humano que nos hace sentirnos en sintonía con su trabajo y vibrar de manera real con él.
Sus meteduras de patas en redes sociales.
Sus caídas.
Sus culos llenos de celulitis en la portada del Cuore.
Sin duda, el mundo necesita un poco de esa imperfección tan perfecta que hizo que Marilyn Monroe nos robara el corazón.
Volviendo al tema de Anna Allen —¡que ya sabemos cómo me gusta irme por las ramas!— creo que esta chica, sin pretenderlo, ha realizado la mejor obra artística de su vida.
No hay mayor ejemplo de ‘La inesperada virtud de la ignorancia’. De la misma forma que en la reciente ganadora del Oscar todos consiguen crear algo realmente grande al volverse locos y dejar que la obra tomara el control de sus vidas, a Anna la vida se le ha vuelto teatro. Y ya no existe línea que separe a ambos.
Las horas bajas, que siempre suelen ser las horas altas…, las de catarsis, deberían relanzar su carrera de entre las cenizas.
Si yo fuera un director con pasta, ya la estaría fichando para realizar una biopic de su vida.
Sin duda, tanto ella como su familia deben estar viviendo un momento muy vergonzoso y esperemos que consiga recuperarse de su fabulación compulsiva.
Tomar el contacto con la realidad, recuperar la confianza en sí misma y canalizar toda esa creatividad en otras direcciones.
Unas clases de photoshop, también, no le vendrían mal, para qué nos vamos a engañar…
Por otro lado, deberíamos pararnos a observar la realidad en la que estamos viviendo:
Vivimos posteando fotos de todos nuestros logros, nuevas adquisiciones y selfies, en el caso de que Dios haya sido generoso con nuestro careto.
Nadamos en una constante exhibición virtual de todo lo bueno y bonito que tiene nuestra vida.
¿Es tan raro que a una chica se le vaya la cabeza y acabe pasando la raya entre la cordura y la realidad?
Hace años nos parecería surrealista el simple hecho de colgar una foto en internet de unos zapatos que nos acabábamos de comprar.
Anna Allen no sólo lo hace, sino que los zapatos ni siquiera son suyos, son los zapatos de Sofia Bush.
Literalmente, está viviendo soñándose a sí misma en sus zapatos.
Esto nos puede parecer inmoral, patético e incuso ilegal.
Pero si ya de por sí muchas personas pueden tener el gen innato de la megalomanía, todos nosotros estamos creando una sociedad que tan solo la fomenta.
Nos hacemos fotos de cara cuando estamos más gordos, nos metemos filtros, compartimos fotos de nuestra maravillosa cena romántica, pero nunca aparecerá en los créditos la bronca que tuvimos con nuestra pareja en aquel restaurante.
Seleccionamos.
Distorsionamos.
Mentimos.
Anna Allen hace todo eso elevado al cubo y se le va de las manos pero…
¿Quiénes somos nosotros para juzgarla?
Al fin y al cabo, todos hemos sido alguna vez un poquito Anna.
Sobreviví al holocausto, me amamantó una loba.
EL Mocito Feliz se hace las fotos de cara…ésta se photoshopea….Digna de pena y víctima de una sociedad en la que prima el parecer y no el ser.
Towanda genial en sus reflexiones.
Genial, aunque nunca he sido Anna)
Tengo muchas amigas que también roban fotos de flores de Instagram y las suben al suyo jajaja «Gracias a mi admirador!!». Es como triste que alguien se engañe a ese nivel. Yo creo que todos subimos lo más bonito a nuestras redes sociales, pero ya inventarse completamente otra realidad es un poco triste, y no es de risa cuando se llega a un extremo como el de Anna.
Parabens pelo artigo Towanda. Sua capacidade de extrair da realidade sempre um olha unico e acertado, me impressiona muito, continue sempre assim.
Um beijo enorme de seu fã brasileiro
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