Bután es el único país del mundo donde el tabaco se considera ilegal, aunque como es sabido, en muchos otros hay restricciones a la hora de consumirlo, como sucede en las redacciones periodísticas españolas. El tabaco se suele consumir por combustión. Esta acción, denominada fumar, produce humo y quizá también pueda producir cáncer en la persona que lo ingiere. El producto es originario de América, aunque ahora sirva para que se enriquezcan países tan distantes como Andorra, donde abundan las Nicotiana, el género de plantas a partir de las cuales se procesa el tabaco.
Antaño sí que se podía fumar en las redacciones. De hecho, el humo del tabaco recorriendo el espacio creaba un ambiente de neblina matinal ligeramente fantasmagórico que se convertía en rutinario. Unos tipos trajeados alrededor de una mesa en la que yacían vacías diversas botellas de alcohol llenaban de humanidad la escena. De estos individuos procedía una abundante aura de dandismo. La nostalgia nos invade ahora a muchas jóvenes juntaletras con la añoranza de no haber vivido esa época en la que ser periodista aún era una forma de hacerse respetar ante la sociedad, como si fuésemos el personaje de Owen Wilson en ‘Midnight in Paris‘, de Woody Allen, que vaga por las calles parisinas soñando con los felices años 20 hasta que los encuentra.
«Cada sección montaba una tertulia», explica Lluís Permanyer, hombre de bigote, el cronista no-oficial de Barcelona que aún escribe artículos en La Vanguardia una vez jubilado. «La redacción estaba llena de viejos bohemios que no tenían demasiada prisa y que trabajaban con un vaso en la mano. Se charlaba bastante». Permanyer trabajaba en Internacional cuando comenzó en el centenario diario barcelonés. Entraban a las siete de la tarde y no cerraban la sección hasta la una y media de la madrugada. «En la redacción teníamos nuestro bar propio. Y a veces mezclábamos la bebida con las cazuelas que se traía cada uno de casa para cenar».
A veces se ha hablado en Madrid de una huelga de periodistas. La huelga de periodistas, queridos compañeros, es un propósito absurdo por dos razones, que clasificaremos así:
- El público no necesita para nada los periódicos.
- Los periódicos no necesitan para nada a los periodistas.
Dejemos, de momento, la razón A y vayamos a la razón B. Yo he ‘trabajado’ durante dos años en un periódico que se hacía solo. Ordinariamente, los redactores nos reuníamos entorno de una mesa muy grande, pedíamos café y comenzábamos a charlar y a fumar pitillos. Abajo estaban los talleres. ¿Por qué procedimiento se transformaba nuestra conversación en artículos y noticias? Yo lo ignoro; pero ello es que, poco a poco, el periódico iba haciéndose, contaba Julio Camba, que está revitalizándose en los últimos tiempos como uno de los referentes del periodismo español.
Películas como ‘Ciudadano Kane’, ‘Primera Plana’, ‘El cuarto poder’ o ‘Luna Nueva’ han conseguido alimentar las verdades y leyendas del ecosistema de las redacciones de décadas atrás. «Prácticamente todo el mundo fumaba y bebía en la redacción. No había ningún problema por ello», explica Jesús Guerrero, histórico periodista de la Agencia EFE que trabaja en ella desde los 14 años. «Una vez finalizada la jornada laboral, era muy habitual quedar para tomar copas en algún garito de la ciudad. Al existir más relación fuera de la redacción, también había más cohesión de grupo. Existía más amistad y más compañerismo entre toda la redacción». Apoya esta explicación Joaquín Luna, el periodista cincuentañero que escribe unos artículos de opinión en La Vanguardia que hacen plantear algunas veces a sus lectores si conviene sacar la tarjeta amarilla, aunque te hacen esperar el siguiente con ganas. Antes dirigió la sección de Internacional del diario y nos informó con sus excelentes crónicas desde el extranjero. «Yo he ido a menudo a tomar algo con mis compañeros al salir del trabajo».
Mi experiencia más larga hasta la actualidad en una redacción periodística fue mi paso justamente por este periódico centenario barcelonés. Primero en la redacción web y después en el papel. En la primera nunca vi una botella de alcohol encima de una mesa o en la mano de un periodista. La mayoría de trabajadores eran jóvenes que no llegaban a los cuarenta años e imperaba la nueva forma de concebir la profesión. «La aparición de las pantallas lo cambiaron todo en el mundo del periodismo. Provocan que haya más gente haciendo ver que trabaja», explica Permanyer.
Pero en el papel sí que pude gozar de alcohol y meriendas. Cualquier excusa era buena para cesar de trabajar un cuarto de hora, y comer y beber un poco gracias a la invitación de las viejas espadas del lugar. Hasta fui yo el que llevé unas pastas que atrajeron la atención de individuos de diferentes secciones mi último día de trabajo en un lugar en el que en alguna de las paredes había colgado un poster de chicas en pelotas. Aunque la única jornada que acabé ligeramente ebrio fue cuando asistí como representante de La Vanguardia a una comida con el campeón del mundo de motociclismo Nicky Hayden. Un camarero se mostraba empeñado en conseguir emborracharme y no cesaba de llenarme la copa de vino tinto, que yo vaciaba con sumo placer.
«Yo creo que tendemos a idealizar el pasado y a pensar que lo que se hacía antes era mejor que lo que tenemos ahora, que se ha perdido el romanticismo de la profesión por eso de no beber ni fumar. Y me parece absurdo. Seguramente se escribieron páginas gloriosas fruto del humo y el whisky, pero ahora se sigue haciendo buen periodismo y algunos de los mejores periodistas que conozco ni fuman, ni beben. Y oye, que yo soy asmática y eso de que fumaran en la redacción no me hace especial ilusión. Como dice aquella canción de Sabina: no hay nostalgia peor que añorar lo que nunca jamás sucedió», opina Lara Hermoso, joven periodista de la Cadena Ser.
Cada vez parece que abunda más la especie nombrada «periodista de ordenador». Esta especie de ser periodístico que se pasa toda la jornada laboral delante de un ordenador copiando y pegando noticias de agencia o de otros medios y que solo pisa la calle para ir y volver de su casa a la redacción. Pero Luna explica: «Antes tampoco se salía mucho a la calle. Aunque como había el doble de periodistas que ahora en las redacciones, por pura estadística parecía que saliese una mayor proporción a la calle. Lo que sí se hacía mucho era descolgar el teléfono para hablar directamente con los protagonistas de la pieza periodística. No se recibían tantas notas de prensa y noticias de agencia. Además, ahora con los protagonistas tienes que evitar unos cuantos intermediarios que dificultan conseguir la información de primera mano. Por ejemplo, cualquier deportista tiene su responsable de prensa y representante que le protegen de los medios». Desgraciadamente, muchos periodistas se conforman con esas respuestas por correo electrónico que en pocas ocasiones suelen ser tecleadas por el propio protagonista.
Algunos dicen que el ambiente actual de las redacciones se asemeja cada vez más al de una simple oficina, que se siente mucho menos el devenir del mundo que antaño, y que todo es más gris y plomizo. Aunque… «una redacción nunca podrá ser una oficina. Los gritos y las carreras por los pasillos a golpe de última hora siempre seguirán existiendo. Pero es cierto que las redacciones se han vuelto más tristes, que hay menos compañerismo. Al final cada uno quiere hacer lo suyo y algunos han confundido el periodismo con un trabajo de funcionario, capaces de apagar el ordenador a las ocho horas se haya muerto el Papa o haya dimitido Obama», aclara Hermoso, admitiendo que exagera un poco con los ejemplos.
La nostalgia, siempre dolorosa, nos penetra recordando una época en la que hasta de mañana los periodistas de local trabajaban de funcionarios en el Ayuntamiento y por la tarde acudían a la redacción a hacer de periodistas. Y tal práctica se veía con buenos ojos. Más información tendrían. «Cuando empecé en esto del periodismo recuerdo que no había nadie en la redacción hasta la tarde. Por eso muchos se dejaban llevar por los placeres de la noche. No tenían la obligación de madrugar al día siguiente», concluye Luna mientras quizá piensa qué hará esa noche al salir de la redacción. Tranquilos, nos lo contará en un artículo.