Cualquiera de sus proyectos fotográficos es uno de esos imprescindibles que se tiene que ver al menos una vez en la vida para entender la naturaleza del ser humano en el contexto de la guerra. ‘El cerco de Sarajevo’, ‘Escuela de asesinos’, ‘Vidas minadas’ o ‘Desaparecidos’ son muestras fotográficas reflexivas sobre diferentes escenarios del mundo que ponen el foco en las víctimas —cuando dejan de ser portadas de los noticiarios, en la mayoría de casos—, grandes olvidados de los conflictos, pero los que cargan de por vida con sus consecuencias. Esa es la obra de Gervasio Sánchez, que en esta ocasión presenta en Valencia la exposición ‘Antológica’, un recorrido por las tres décadas de trabajo del fotoperiodista que le han valido, entre otros reconocimientos, el Premio Nacional de Fotografía 2009, del Ministerio de Cultura. Con motivo del galardón se ha organizado esta retrospectiva que los espectadores han podido recorrer de la mano de su autor, todo un lujo que ha compartido Murray Magazine.
En una sala en la que aparecen contrapuestos los retratos de víctimas con amputaciones en Sierra Leona junto a sus verdugos, niños de apenas 14 años convertidos en soldados, arranca el recorrido por ‘Antológica’. «Las guerras no las hacen monstruos. Si fuera así durarían muy poco. Las guerras las protagonizan personas como nosotros con las mismas virtudes y defectos», señala Gervasio Sánchez mientras observamos las miradas penetrantes de los retratos a su espalda. «En la guerra te das cuenta de lo fácil que es convertirse en asesino, pasar de ser una persona gris que no destaca en nada, que de pronto se convierte en el peor carnicero, porque, en un entorno de tal brutalidad y violencia, son muy pocos los que prefieren morir a matar», añade.
Los retratos que nos atraviesan con sus expresiones tienen mucha más historia detrás. Niños soldados, víctimas y asesinos a la vez. Raptados, drogados y adiestrados para matar de una forma salvaje, y a los que es muy difícil reinsertar después de los conflictos. Niñas capturadas y convertidas en esclavas sexuales. El autor apunta que no es casualidad que sólo el cinco por ciento de los rehabilitados después de los conflictos en Sierra Leona o Liberia son niñas. «Muchas han muerto a causa de las violaciones y, en la mayoría de los casos, han visto el final del conflicto siendo madres antes que niñas, y sus captores seguirán viviendo de ellas porque las han abocado a la prostitución».
África es un continente cuyos conflictos armados ha retratado Gervasio Sánchez como pocos autores. Desde 1994 a 2000 sus instantáneas de Ruanda, Liberia, Sudán, Congo o Sierra Leona son estremecedoras. Muerte, masacres, violencia, dolor, amputaciones, niños, muchos niños, víctimas de la enajenación humana dentro de los conflictos, y una herida personal difícil de curar, la pérdida de su amigo y compañero de trabajo, Miguel Gil, en el año 2000.
«Fue un milagro que no estuviéramos juntos en aquella emboscada donde fue asesinado. Después de aquello tuve que volver a Sierra Leona. Necesitaba expulsar todo lo que había acumulado y fue como un viaje terapéutico. Hice fotos de sonrisas, de juegos de niños y el resultado fue el proyecto ‘Sierra Leona: Guerra y Paz’, publicado en 2004». La imagen que cierra esa publicación es la de un niño saltando feliz con un paraguas en mitad del horror de la guerra. «Sólo un niño puede comportarse así en un conflicto. Me recuerda a los personajes de Goya que quieren escapar hacia el cielo», comenta el autor.
Además de África, ‘Antológica’ recorre escenarios bélicos de América Latina, continente donde se inició Sánchez como reportero, pero también Asia o Europa, lugar donde destaca su extraordinario trabajo en la guerra de Bosnia o Kosovo. Fue en Sarajevo donde en fotoperiodista comenzó a trabajar por primera vez en blanco y negro, casi a escondidas, con una segunda cámara que llevaba colgada del cuello. Comenta que llegó a la ciudad a los dos meses de haber estallado el conflicto y que no dejaba de chocarle que las personas de ahí llevaran ya 60 días sobreviviendo completamente sitiadas. Jamás se imaginó que aguantarían otros 1400 días de sitio bajo una lluvia constante de mortero.
«En Sarajevo dejé de centrarme en lo más evidente de la guerra: los asesinados, los heridos, los cementerios, las masacres. Me di cuenta de que los muertos eran el menor problema porque a las pocas horas estaban enterrados. Pero, ¿qué pasaba con los vivos cuando salían de sus casas, cuando iban a por agua, cuando acudían a recoger la ayuda humanitaria perseguidos por francotiradores? ¿Qué ocurría con la gente atemorizada que no lograba salir de sus casas por el pánico, con los que sufrían estrés postraumático? Creo que en Sarajevo di un salto cualitativo en mi trabajo», indica Gervasio.
De su estancia en Bosnia surgió la exposición ‘El cerco de Sarajevo’, que se inauguró por primera vez en el año 1994, con el conflicto aún vigente, en El Escorial. Comenta Sánchez que los visitantes salían llorando de la sala. «Mucha gente decía que eso mismo lo había vivido en el cerco de Madrid en el 36 o el 38». Su vinculación con Bosnia ha continuado en el tiempo. El fotoperiodista ha vuelto en varias ocasiones y en su búsqueda personal de purgar los fantasmas de la guerra ha fotografiado los lugares y sus protagonistas tras el conflicto.
De esa cualidad de darle continuidad en el tiempo a las historias, de no querer olvidar a los olvidados, a las víctimas, de dejar testimonio sobre lo que no se pueda dudar en el futuro, Gervasio Sánchez ha desarrollado dos extensos proyectos: ‘Vidas minadas’ y ‘Desaparecidos’.
El primero comenzó en los años noventa hasta la actualidad. Sus instantáneas tienen como protagonistas a gente como el bosnio Adis Smajic, quien perdió la mano a causa de una mina en el año 1996. La cámara de Gervasio Sánchez lo retrató en el hospital con el muñón, unos meses después lleno de cicatrices con la derruida biblioteca de Sarajevo de fondo, en las intervenciones posteriores realizadas en España, y ya de adulto, con su esposa con la que ahora tiene un hijo. Su historia se ha repetido en Afganistán, en Mozambique, Angola, Nicaragua, Somalia con protagonistas de diferentes colores de piel pero todos unidos en el dolor producido por las graves consecuencias de las minas antipersona.
‘Desaparecidos’ es un proyecto que aún no tiene fecha de finalización. Los escenarios son Bosnia, Argentina, Irak, Guatemala o España, cuyos protagonistas son familiares que buscan a sus seres queridos. «Esto es una muestra clara de que las guerras no terminan cuando lo dice Wikipedia sino que siguen latentes hasta que existan sus consecuencias, y hasta que haya muertos en las cunetas de España, en las fosas de Bosnia o Irak, los conflictos seguirán vivos», sentencia.
Escuchar a este fotoperiodista es un privilegio. Son demasiadas historias retratadas por su cámara. Él mismo comenta que, a veces, cree que todo es un sueño y que él jamás ha podido retratar tales atrocidades: «El momento más duro para mí es cuando aprieto el botón cero del ascensor de mi casa para salir hacia alguna guerra, pero creo que el testimonio que dejan estas imágenes hace que este trabajo merezca la pena».
Fotografía principal: Cristina Bea ©
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