Si eres un yonqui de la tinta comprometida abre ‘Crónica y mirada’ bajo tu propia responsabilidad, porque puedes acabar con sobredosis de entusiasmo. Este título coordinado por María Angulo es un homenaje a las retinas profesionales que transcriben, traducen e intentan explicar el mundo. Ojos corregidos por lentes, pendientes de una grabadora, que tienden a fijarse en lo asombroso, pero también en lo cotidiano; en lo heroico y en lo trivial; en lo extraordinario y lo que pasa desapercibido. El periodismo es el hilo conductor de la Historia, un ilusionista capaz de mostrarnos miles de caras de una misma moneda. Por suerte, en nuestra era la demanda de no-ficción es cada vez más apabullante, por lo que es absolutamente necesario un manual así, como aproximación a este género.
Kant dijo: “Vemos las cosas no como son, sino como somos nosotros”. Quien escribe no puede zafarse de una parcialidad confesa y de una subjetividad que ha sido durante mucho tiempo objeto de denuncia señalada como uno de los males del periodismo cuando, precisamente, es una cantera de talento en esta disciplina. El periodismo en decadencia, deshumanizado —donde los relatos ya no existen y sólo importa la inmediatez, el titular que enganche—, hastía. Por eso, cuando encontramos una historia única —o un buen cronista que la convierte en única porque sabe agregar valor añadido—, nuestro paladar lector se regocija. Antonio Pampliega me contó que presenció cómo un sirio trataba de atender con una espumadera a un herido grave, porque en ese país, por faltarles, ya les falta casi hasta aire para respirar y aquello era lo único que tenía a mano para intentar salvarle la vida. No sé si hizo crónica de aquel instante, pero habría aceptado gustosa esa bofetada de realidad: hace tiempo que no leo algo que sea capaz de recordar a las 24 horas y me siento adormecida frente a los torrentes habituales que, cito textual, se centran en “info-entretener” a la audiencia.
Lamentablemente, ‘Crónica y mirada’ señala que, a pesar de su prestigio, es muy difícil publicar una crónica en la prensa tradicional. Y si es difícil colocar un trabajo literario, más complicado es tener un estilo, cuidarlo y conservarlo; por no hablar de la búsqueda de historias sobre las que escribir. La crónica sobrevive hoy en espacios puntuales como suplementos o revistas de culto, terrenos marginales donde reina la calidad. Pero, paralelamente, las consecuencias de la eclosión digital hacen más movedizas estas arenas. Los ejemplos visitados son la más que recomendables FronteraD y Jot Down; y fuera de nuestras fronteras Anfibia, Orsai y Panenka. Todas ellas han reaccionado frente al “descontento con la oferta informativa”, y
«demuestran que el periodismo literario no es una moda. […] Los promotores [de estos proyectos] […] se lanzaron […] a navegar sin una brújula empresarial, pero persisten –en algunos casos con éxito- por amor a un periodismo digno, limpio y de altos vuelos que ayude a retratar mejor el planeta en el que vivimos».
Hija de literatos y flâneurs, la crónica es deudora asimismo de los viajes. Así, el libro habla del metaviajero y se fija en las firmas de Gabi Martínez, Álvaro Colomer y Jorge Carrión, que se mueven por diferentes zonas del mundo en busca de material, testimonios y experiencias que, como en el caso del último autor, ayuden a mezclar “literatura, vida, lecturas y viaje”. Pero la crónica está también Íntima y sorprendentemente ligada a la fotografía. Jorge París nos preguntaba en un curso de verano: “Si fueras redactor jefe de un periódico, ¿cuál sería tu lema? ¿Una imagen o mil palabras?” Mientras escribo esto se me vienen a la cabeza tres flashes: retrato;contexto; interpretación. Imaginen las fantásticas crónicas que firmarían Dorothea Lange, Steve McCurry o Kevin Carter si hablaran sobre las historias detrás de sus imágenes, y después imagínense si les preguntáramos a los fotografiados. Lo de las mil caras posibles de una misma moneda me hace pensar que no hay nada como una imagen bien explicada: tal vez esa es la función de la crónica, la de servir de “puente” entre los ojos y la palabra.
Por último, hacia el final del libro encontramos cinco ejemplos de crónicas; las de Martín Caparrós, Leila Guerriero, Juan Villoro, Alba Muñoz y Roka Valbuena: un inmejorable colofón que explora las dimensiones de la libertad creativa en el terreno de la prosa periodística. Una vez más, Libros del KO demuestra lo valioso de “las grandes historias contadas a otro ritmo. Sin prisas, sin limitación de espacio, sin necesidad de consultar obsesivamente el reloj de la actualidad”. Lo cierto es que cuando pisas las huellas de Ted Conover sólo puedes desear encontrar unos ojos que te miren y en los que mirarte, y te convences de que hay que redactar menos y escribir más.