El viernes pasado nos acostábamos con la noticia del fallecimiento del cocinero Darío Barrio. El sábado por la mañana amanecíamos con el vídeo del momento de su muerte hasta en la sopa. “¡Qué asco! ¡Qué buitres!”. Eso es lo que solemos decir mientras buscamos el vídeo desde otra perspectiva y nos regocijamos, en una especie de macabra alegría, cuando lo encontramos. ¿Le damos a la audiencia lo que quiere o acostumbramos a la audiencia a quererlo? Creo que nunca lo tendré claro.
Recientemente, tras el accidente de autobús de Badajoz en el que murieron cinco menores, tuve que contemplar cómo en el informativo de Antena3 conectaban en directo para preguntarles a los amigos de los fallecidos, algunos de los cuales viajaban junto a ellos, cómo se encontraban. Y es aquí donde pierdo las formas, las paciencia y hasta el sentido común. ¿De verdad es necesario? ¿Qué esperas que respondan, que están de puta madre? ¡Por favor!
No sé cuántas veces hemos tenido que ver en la televisión o los periódicos miembros desmembrados, cadáveres a toda página o todo tipo de detalles escabrosos sobre uno u otro caso. Hay tantos ejemplos, empezando por el 11M y acabando por el caso de la menor supuestamente asesinada por sus padres en Santiago de Compostela, que nunca terminaría de enumerar. Y como con este tema pierdo las formas, la paciencia y hasta el sentido común, me voy a limitar a lanzar una pregunta al aire: Si ese muerto fuese tu padre, tu madre, tu hermano o tu amigo, ¿te gustaría que estuviera ahí? No, ¿verdad? Pues entonces, apaga la puta tele o cierra esa puta web. Punto.
Creo que no es difícil ofrecer contenido de calidad en televisión, radio o prensa escrita. El problema quizá es que estos contenidos de calidad sean más caros que aprovecharse del dolor ajena y exprimirlo hasta la náusea. Y, ya se sabe, el periodismo, como la vida, está estrangulado por los tentáculos del capitalismo.