Todavía me recuerdo entre tus brazos. Aquel primer día, en una habitación rosa llena de peluches, que invitaba a cualquier cosa menos al placer. Tan niña a tu lado, mirándote con admiración como si estuvieras por encima del bien y del mal. Como un dios. Mi dios. Me sentía tan fea. Tan torpe. Como una virgen. Me agarraste por los codos, casi con violencia, y me pusiste delante del espejo. Me obligaste a mirar sabiendo que odiaba mi cuerpo desnudo, las cunetas sombrías de mis curvas empeñadas en hablar de amor. Y me vi. Me vi a través de tus ojos. Me vi por primera vez en mi vida.