Es una simple tetera abollada.
El primer golpe fue al recogerla del suelo,
en uno de los laterales.
La golpeó sin querer
contra el pomo del armarito
que se lo había dejado abierto
después de buscar tila, valeriana o cualquier otra tisana que la ayudara a llevar mejor la llamada que acababa
de recibir desde su oficina para
comunicarle que estaba despedida.
Aún no sabía que sería el mejor
giro profesional que tendría jamás.
Ese fue el empujón que le dió la vida
hacia su sueño.
De aquello hacía algo más de un año.
El bollo más llamativo estaba justo al lado
del pitorrillo desde el que sale el agua caliente.
Estaba a punto de fregarla
cuando pegó un brinco
con el que también
brincó la tetera y cayó.
Había llegado él, silencioso por detrás
y la abrazó elevándola del suelo mientras
ella reía a carcajadas tan estridentes
como el sonido de la hojalata en su
encuentro con el suelo.
Silvia,
sentada en su salón,
su pelo ya blanco,
sus manos venosas,
su piel caída y arrugada.
El brillo incansable de sus ojos.
Se sirve un poco más de té.
La taza la llena hasta la mitad
para que no se le enfríe.
Mira el recipiente
que contiene el agua caliente.
Recuerda la suerte
de aquel día del despido.
Lo recuerda a él
trayéndolo a la memoria
junto a su abrazo
y le parece que su olor
se le acerca desde atrás.
Cierra los ojos.
Lo espera. Aún lo espera.
Pero ya dije que no era más que
una abollada tetera.
Me gusta esta etapa tuya, sigue un tiempo con ella dulce Poli.