Otra vez el mismo sueño que le hacía despertarse con ansia y pasar parte de la mañana con una profunda sensación de pérdida. Transcurría en un entorno que no le era desconocido pero tampoco familiar: un pueblo pequeño, tranquilo, donde la gente se sentaba en la puerta de su casa al atardecer para respirar aire fresco. Perros correteando aquí y allá, motocicletas de taladrante sonido y camionetas con los neumáticos llenos de barro, que iban y venían de las fincas cafeteras. Y allí estaba él como si fuera lo más normal del mundo.
Preguntaba por Ella pero nadie sabía decirle a ciencia cierta dónde estaba. La señora de la farmacia le atendió con amabilidad, como siempre, pero no pudo ayudarle. La doñita que vendía tortillas en la plaza tampoco. El señor de la abarrotería dijo que la había visto por la mañana, muy temprano, salir por la carretera de Lepaera[1]. Llevaba la camioneta y les dio jalón[2] a los niños de la escuela.
El camino lo conocía, era largo y tortuoso. Como no tenía vehículo, no le quedaba más remedio que echarse a andar. En su sueño pasaba horas y horas caminando, llenándose de polvo y mojándose con la lluvia. Se encontró con varias recuas de mulas guiadas por ancianos de piel morena y curtida por el sol. Todos le decían que siguiera caminando, que ya faltaba poco, pero siempre había una curva más que tomar y una cuesta más que subir. Y cuanto más parecía acercarse a su meta, más despacio transcurría su sueño.
Todo se ralentizaba, como si el tiempo conspirara en su contra. Como si quisieran castigarlo con un poco más de soledad. Solo un poco más de espera. Aún no has tenido bastante, parecía decirle el reloj.
Veía zopilotes[3] volando en círculos, buscando algún animal agonizante al que acechar para alimentarse con sus restos. “Todavía no”, pensaba. “Todavía no me he rendido, pajarracos”.
Los pies ya le dolían y tenía la boca seca. El camino comenzó a empinarse mucho más. Le costaba avanzar erguido y no le quedaba más remedio que inclinarse para afianzar los pies firmemente en el suelo. Al final, lo que hacía solo podía denominarse como trepar. Hundía sus manos en la tierra para no despeñarse. Se impulsaba con fuerza con piernas y brazos para seguir subiendo, agarrándose a las raíces que sobresalían de la tierra roja. Resbalaba constantemente y caía, pero siempre conseguía volver a levantarse, a pesar de que ya se notaba al límite de su resistencia.
Al final del camino siempre encontraba una explanada con una casita. Ella estaba allí, y lo miraba con gesto de sorpresa y emoción contenida. “Estás aquí”, le decía. “Creí que no llegarías”. Y, sin importarle que tuviera el rostro embarrado de polvo y sudor, le besaba en los labios…
Así despertaba, sintiendo aún su sabor entre el sueño y la realidad. Pero aquella no sería una mañana de ansia ni de pérdida, porque en pocas horas iría al aeropuerto y Ella sería la que llegara para quedarse.
[1] Municipio del departamento de Lempira, Honduras. [2] Recoger y llevar en un vehículo a alguien que está esperando en el camino. [3] Ave rapaz propia de Centroamérica y México.
Te hace entrar en su sueño y envidiar y desear ese momento de felicidad esperado. Un relato corto que expresa mucho mas del espacio que ocupa. Me ha gustado mucho.
Un sueño que expresa el de muchos de nosotros…quizas cambia el escenario pero la ansiedad, el esfuerzo, el desenlace que esperamos es muy muy similar.
Me gusta!!
Un relato que nos hace compartir el sentimiento con que lo expones, sigue así Tony.