No pienso tatuarme tus besos fríos sobre mi espalda. Ha llegado el invierno. Es un domingo por la tarde del mes de enero y ya es de noche. Sobre la mesa no hay nada más que un cenicero con colillas y el rastro de tu ausencia. Ni la perra ladra. Ni las luces parpadean. Ni nada. Siento elevarse mi pecho. Todavía respiro. Respirar, sólo eso. Me pregunto cuándo dejé que se me escapara la vida. Por hacer algo. Me importa una mierda la respuesta. Debería leer o anestesiarme, pero me quedo en la nada. No sé si esto es autodestrucción o ansia de amor si es que ambas cosas no son la misma. Da igual. No pienso tatuarme tus besos fríos sobre mi espalda.