Parte 1. El día después de mañana
Uno no siempre tiene la suerte de encontrarse dinero por la calle. Quiero decir, dinero, no calderilla. Casi a diario vemos monedas de 1 y 2 céntimos abandonadas en el suelo, por las que rarísima vez nos agachamos, pero de las que siempre nos acordamos cuando nos faltan 1 ó 2 céntimos para el paquete de tabaco o para coger el autobús, teniendo que cambiar a regañadientes ese billete de 20, terso y calentito, que acabamos de sacar del cajero. Y basta que nos pasemos un mes entero recopilando moneditas, dejándonos el lomo por un mísero céntimo, para que nunca se dé la oportunidad de cambiarlas, y acaben todas en el fondo de un tarro de mayonesa vacío, convenientemente fregado para la ocasión. ¡Maldita sea la Ley de Murphy!
No conozco a nadie que en alguna ocasión se haya acercado al cajero y se haya encontrado colgando de la ranura un jugoso billete de 50 que algún despistado se dejó, o que al darle una patada al cartón que se cruza en nuestro camino por mitad de la calle, surja casi de la nada un rico billete de 20. El dinero encontrado de forma fortuita y, al menos, yo, no somos John y Sara en el centro comercial.
Aunque me atrevería a decir que esa moneda de euro que nos encontramos en el bolsillo del chaquetón que no usamos desde la navidad anterior nos hace segregar tanta adrenalina como atracar un furgón blindado. Es así, podemos hasta llorar de emoción por ese euro. Yo jamás pude decir: “¡Hey! Hoy es mi día de suerte, me encontré 20 euros”. O al menos así era hasta hace dos días.
Parte 2. Hoy
Como cada mañana el despertador sonaba a las 6.15 de la mañana. Llevo cinco años haciéndolo y todavía no estoy seguro si a esa hora están abiertas o no las panaderías. No sin tropezar con algo por el camino, conseguí llegar hasta la ducha, encender la radio, y arrancar el día de manera más o menos decente. El café recién hecho también ayudó bastante, y el nudo en la corbata me hizo sentir elegante. Muerto de sueño, pero elegante. A pesar de mirar de reojo a la cama como cuando un perro mira a su dueño cuando lo dejan sólo en casa, me encanta esa sensación de salir a la calle y verla deshabitada, toda para mí, en la que somos pocos los que empezamos a darle vida al día, a ver cómo se levantan las primeras barajas, los coches con los focos encendidos a pesar de tener un recién despertado Lorenzo de fondo, los primeros cigarros, el olor a café en la esquina, y el frío que no sería tan frío si fuera otra hora del día. Mi coche estaba donde siempre, justo enfrente de casa. Sí, soy uno de esos afortunados que puede aparcar enfrente de casa. No había encontrado un euro por la calle en la vida, pero aparcaba cerca, una cosa por la otra. Aparentemente sería como todos los días, presionar la llave, las luces, abrir la puerta y arrancar, pero no fue así. El proceso esta vez fue distinto. Presioné la llave, se encendieron las luces… y miré hacia el suelo. Justo debajo de la puerta del conductor allí estaba, ¡un jugoso y rico billete de 10 euros! ¡Toma! No fue nada para tirar cohetes, pero tenía la misma sensación de haber sido padre. Por primera vez en la vida sentí que la fortuna estaba de mi lado. Cierto es que nunca me fue del todo mal, la verdad, pero, joder, ¡ya me tocaba! ¿No? Me apresuré a cogerlo y casi sin mirar a ningún lado me metí en el coche, guardé el billete en la cartera y salí pitando antes que viniera nadie a reclamarlo. Al principio no me sentía bien por haber huido como un ruin, pero ya luego me calmé.
El día pasó con la misma pena y gloria que siempre, los mismos papeles, los mismos justificantes, las mismas facturas y las mismas llamadas de teléfono, que me hicieron olvidar por completo el suceso de la mañana.
Volví a casa deseando sentarme en el sofá con café y un poco de Aretha de fondo. Tras revisar mi correo (y eliminar cientos de SPAM), también miré el del trabajo por si acaso. Sólo uno en la bandeja de entrada, uno sólo, uno pero que cambiaría mi vida para siempre casi sin darme cuenta.
El tema del correo: Cumpleaños Sara. ¡Toma ya! Me dije. Otra vez la misma cantinela. Dale Perico al torno. Esa película ya la había visto yo. Cumpleaños de una compañera de trabajo, tartita, y una colecta (¿insignificante?) para comprar el detallito. La multa esta vez ascendía a diez euros por cabeza. ¡Ala! ¿Qué clase de “detallito” se compra con 10 euros por cabeza, siendo 15 en la oficina? En fin, a regañadientes contesté el correo diciendo escuetamente “cuenta conmigo”. Al fin y al cabo, yo no era el más antipático de la oficina. Lo que me hizo pensar por un segundo si debía de pasar por el cajero a la mañana siguiente antes de ir a trabajar. Cogí la cartera y la abrí, mientras de fondo Aretha se explayaba con “I knew you were waiting for me”, y ahí estaba, mi billete, el que horas antes me estaba esperando a los pies de mi coche.
Como el que se encuentra una piedra preciosa lo analicé con detenimiento, lo aprecié, lo toqué, lo observé… Aretha estaba ahora en otras cosas, “Until you come back to me”… Todo parecía estar en orden hasta que le di la vuelta, y… ¡Cataplás! Alguien había escrito en el billete. ¡Joder! Cómo odio los que escriben en los billetes. ¡Tanto cuesta llevar una maldita agenda en el bolsillo! El iluminado esta vez había escrito unos números, que en ese momento no significaron nada para mí. 34° 59′ 20.00″, -106° 36′ 52.00. Bueno, al menos tengo los 10 euros de mañana me dije. Tomé algo de cena, una copa de vino, y me dispuse a ir a la cama.
Parte 3. Mañana
Esa noche me costó dormirme más de lo normal. No sé por qué. Quizá fue el café. No había nada que realmente me preocupara, estaba cansado y tenía sueño. Pero es de esas veces, que casualmente, no puedes dormir. De buenas a primeras me vinieron los números de nuevo a la cabeza, ya con otro nivel de interpretación. Son unas coordenadas, me dije. Quién coño escribe unas coordenadas en un billete, y para qué. Hay mucho loco suelto por ahí.
Ya vuelto del otro lado, y bueno, ¿a qué sitio llevarán esas coordenadas?, bueno es igual, sabe dios a dónde me llevará eso. Pero lo mismo es por aquí cerca. Seguramente indique algún lugar en el mar, ¿algún tesoro? Joder, cállate ya y duérmete, vaya ida de olla por Dios. Bueno aunque tampoco pierdo nada por buscarlo. Bag, que no, que quiero dormir, que son más de las doce y a las 6.15 canta el gallo otra vez… Aunque un vasito de leche sí que me sentaría bien. Bueno no… venga sí, que la leche sienta bien de noche y ayuda a dormir.
Dios, qué fresquita y qué rica. Mira, ahí está el billete, junto al portátil. Venga lo voy a mirar hombre… ¡Pues sí! Son unas coordenadas. Qué listo soy ¿no? A ver dónde es, la curiosidad ya me come por dentro. Pues… no está tan lejos, es un sitio perdido de la mano de Dios eso sí, pero no está tan lejos. Unas dos horas en coche. Es fácil de encontrar la verdad, no es difícil. Vaya locura sería ir, ¿no? Coger y rastrear la zona, pues lo mismo indica algo. ¡Dios mío! ¡No puede ser! ¿Estará allí enterrada la chica desaparecida hace unas semanas? ¡Deja de decir locuras coño! El insomnio te está volviendo medio lerdo. Pero algo tendrá que haber ¿no? O por los alrededores o enterrado. ¿Será un alijo? Otra vez, para ya hombre y vete a la cama…
Antes de darme cuenta, y tras una brevísima parada en la cama, ya estaba vestido, con el chándal más viejo que tenía, una chaqueta vaquera y las llaves del coche en la mano, camino al lugar indicado por las coordenadas. Todavía quedaba mucho para que arrancara el día, la noche estaba cerrada, pero en el trayecto hasta el lugar, seguro ya habría amanecido un poco.
Efectivamente, dos horas de coche. Las coordenadas llevaban hasta una zona muy arbolada, pero con grandes descampados por los alrededores. El sitio exacto aún estando un poco perdido, era relativamente fácil de encontrar, primero por el monte que se divisaba, y luego por una antigua torre de las que se usaban muchos años atrás para distribuir el agua hasta las poblaciones más pequeñas. El lugar marcaba justo al lado de la torre. Aparqué mi coche a cierta distancia y me acerqué andando, prestando atención a todo lujo de detalles. No quería dejar cualquier hallazgo a la casualidad. Subí al monte, analicé la torre, incluso me alejé un poco para verlo con perspectiva, me acerqué a los árboles de los alrededores… pero nada. Si había algo que las coordenadas marcaban debería estar enterrado, pensé. Pero como voy a ponerme a cavar a hora, sin saber qué buscar, o qué me voy a encontrar.
Aún así saqué la caja de herramientas del coche, y me puse manos a la obra. Cavé y cavé como pude en el sitio indicado, hasta que el sudor se mezclaba con la sangre de las manos y la arena, las rodillas desolladas, y la chaqueta en cualquier parte menos encima de mí. De repente topé con algo duro, que no parecía ser una piedra. El golpe sonó más a metálico que a otra cosa. Seguí cavando cerca para intentar dar con la forma del objeto, hasta que tras remover y remover, puede observar la tapa de una caja metálica, de aproximadamente 1,5 metros de ancho y 1 de fondo. La cuestión sería ver cuánto tenía de alto.
Fueron varias horas las que me llevaron hasta poder sacar la caja completamente, no sin fatiga, no sin angustia, y no sin miedo que alguien pudiera verme. La saqué, la puse a mi lado, y casi me llegaba a la cadera, y yo no soy precisamente bajo. Estaba cerrada con un candado más que consistente, el cual me costó la misma vida partir. Una vez salió por los aires, ya era mía, ya la podía abrir. La adrenalina me corría por las venas, las manos me temblaban, sudorosas, la boca estaba seca, era temprano pero el sol picaba, estaba sucio, cansado, hambriento, estaba faltando al trabajo irresponsablemente… pero no había otra cosa en el mundo que deseara más que abrir esa caja.
Parte 4. Nuevamente, el día después de mañana
Hay muy pocas casualidades que existan, que sean de verdad, hay muy pocas serendipias, pero como las meigas, haberlas haylas. A veces no se trata de ir andando por la vida, o más que andar, deambular, e ir encontrándose las cosas a nuestro paso. Las cosas malas, está claro, vienen solitas, sin ser llamadas, pero las buenas, no siempre. Las buenas es mejor ir a por ellas, ir a buscarlas. No podemos estar siempre esperando a encontrar nuestra buena suerte. De vez en cuando es bueno salir a buscarla. No podemos pasarnos una vida esperando a encontrarnos ese billete de 10, 20 ó 50, a veces hay que salir a buscarlo, rastrearlo. Porque, muy probablemente, si vamos a por lo que realmente queremos, si perseguimos nuestros sueños, si nos sacrificamos por él, si luchamos, si hacemos todo lo que esté en nuestra mano por atraparlos, conseguiremos ser lo que queremos ser.
No podemos dejar nuestro fututo en manos del azar o las casualidades, somos nosotros los que tenemos nuestro futuro en nuestras manos, y si de vez en cuando, el azar o la casualidad interviene a nuestro favor, bienvenida sea. Bienvenida, doña Serendipity.