Recuerdos

La Historia, así como los recuerdos, sirven como aviso de algo pasado o que ya se habló, vivió, etc. Son de tremenda utilidad o si se quiere enfatizar mucho más, básicos o fundamentales para no cometer los mismos errores que ya cometimos una vez, o bien para todo lo contrario, para continuar en la misma senda la misma que en una ocasión u ocasiones nos sirvieron para llegar al éxito.

El recuerdo es esa alarma o bombillita roja que se nos enciende cada vez que nos rodeamos de gente, gestos, palabras, situaciones, decisiones, etc. que ya tuvimos que afrontar cuando éramos menos viejos y que con mayor o menor fortuna dirigimos, teniendo en cuenta nuestra ingenuidad y falta de experiencia. Éramos presa fácil de nuestra propia “naivité”.
Los recuerdos si no se manejan con la madurez psicológica, determinación y temple requeridos pueden convertirse en el Ancla del Titanic, metafóricamente hablando, que arrastramos por los fondos de nuestra memoria. Pueden llegar a ser una carga demasiado pesada. Sin embargo si somos capaces de desarrollar una fortaleza energética y valentías serenas que sean capaces de afrontar las dificultades y riesgos que inevitablemente nos iremos encontrando a lo largo de nuestra carrera vital, en ese caso, no sólo liberaremos nuestra conciencia y aligeraremos esa carga que arrastrábamos, sino que también veremos mucho más cerca nuestras metas, objetivos, etc. y seguramente los despacharemos con solvencia y en la mayoría de los casos con éxito.

En ningún caso se trata de obviar los recuerdos (ese sería un error que pagaríamos muy caro), ni mucho menos. El secreto está en centrarse en labrar debidamente el futuro con ilusión tomando decisiones basadas en nuestra experiencia anterior, véase, los recuerdos. Por malos que sean, por mucha negatividad que nos evoquen, por mucha tristeza, añoranza o vergüenza que nos hagan tener que pasar jamás deben ir al cajón. Los recuerdos no caben en ningún cofre enterrado bajo llave en cualquier playa de una isla desierta.
Imaginemos una olla a presión con la válvula atascada. Puede que los ingredientes vayan entrando bien y quepan todos pero a base de ir acumulándolos ahí, a medida que se van calentando muy probablemente llegue el momento en que esa olla estalle, porque ya no pueda soportar más la presión a la que es sometida. Igual pasa cuando pretendemos querer olvidar historias pasadas que no son de nuestro agrado. Puede ser que las consecuencias sean más graves que las causas. Será casi con total seguridad mucho peor el remedio que la enfermedad. Un recuerdo que tratamos de guardar bajo llave y olvidar es un grano en nuestra cabeza que se enquistará.
Un recuerdo no afrontado, o que simplemente ya no lo es más, es decir, un recuerdo que verdaderamente se olvida hace verídico el famoso dicho que por haber sucedido ya tantas veces a lo largo no sólo de nuestras vidas personales sino también como sociedades o comunidades es ya real por sí sólo: el Hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra. Y no pasa nada si sucede con algunos hechos banales o triviales de nuestro día a día, véase que el arroz con leche no casa bien con el tomate, que el echar dos cubitos de hielo a la cerveza para enfriarla no fue una buena idea, o que el atajo que cogemos con la bicicleta para llegar antes al trabajo nos hace pinchar una y otra vez.
Si de vez en cuando olvidamos las consecuencias de hechos insustanciales no traerán más efectos que nuestra propia sonrisa cuando lo evoquemos en un discurso futuro. Eso está bien. Lo que no está tan bien es cuando ponemos en riesgo nuestra integridad, nuestro corazón, nuestros sentimientos, nuestra estabilidad emocional, nuestra felicidad y nuestro carácter por haber olvidado o tratado de olvidar algo que debió permanecer en nuestro disco duro. Recuperarnos de las heridas provocadas por esa caída puede ser un proceso tortuoso, largo y que nos cueste mucho más de lo que un principio nos podíamos imaginar.

Y la cosa puede empeorar todavía más. Todo esto puede tomar derroteros mucho más dramáticos si nos ponemos bajo el prisma social, los recuerdos y memoria comunes, los que tenemos como colectivo, los que tiene una sociedad determinada con una pasado convergente, que se une o que estuvo unido, aquella sociedad que tiene el mismo origen y se desarrollaron sus individuos cogidos de la mano con una misma educación y unos mismo valores. Si el caso de olvidar los recuerdos se produce en una sociedad completa no sólo se estarán perdiendo los propios recuerdos en sí, que a corto plazo puede que esto sea lo menos importante, sino que dicha sociedad estará perdiendo su identidad y tirará a la basura el hierro con el que fue forjada. Eso son palabras mayores. Dejarán de ser lo que fueron para convertirse en algo indudablemente peor, sin alma, sin fondo. Porque olvidarán tanto sus errores como sus aciertos. Perderán el referente que tenían y que los encaminaba a tirar por una senda clara, lisa e iluminada. Su brújula no marcará nunca más el Norte. Porque habrán perdido su memoria histórica.

Todo esto es perfectamente aplicable a la situación que a día de hoy se está viviendo en territorio Palestino, entre este pueblo y el israelí. Lejos de entrar en mayores análisis, déjenme contarles el siguiente relato que traza líneas paralelas con el origen de este conflicto y las consecuencias tan desastrosas que acarrea la pérdida de memoria histórica, y sobre todo, en tan corto espacio de tiempo.

JUANITO Y PEPITO: HISTORIA DE DOS VIDAS PARALELAS

Juanito vivía tranquilamente con su familia, su mujer y dos niños, en una bonita casa en el campo. Aunque vivían sin gran lujo de detalles, no podían decir que sufrieran carencias. Apreciaban el placer de las pequeñas cosas, la familia y la amistad, y con eso era suficiente para encontrar la felicidad.

En su casa, justo frente a la fachada, nos daba la bienvenida un hermoso jardín, cuidado con esmero y dedicación. El pasillo central que lo dividía en dos y que nos llevaba hasta el porche de la entrada, estaba hermosamente flanqueado por unas flores conservadas con mucho cuidado y dedicación: anémonas, ciclámenes e iris púrpuras rendían honores de bienvenida a todo aquél que caminara desde el jardín hasta la puerta de entrada. Las dos zonas ajardinadas que nos dejaba el pasillo central estaban presididas por un almendro, a la izquierda, y por un olivo, a la derecha.

El porche de la entrada presentaba cinco arcos en total y seis columnas. Tanto el central como los dos de su lado eran de medio punto, mientras que los de los extremos eran apuntados. Pintados en blanco, relucían especialmente al amanecer con el sol pegando de frente, aunque tanto las bases de las columnas como sus capiteles lucían en azul, al igual que los barandales de la balconada de la segunda planta.

La puerta de entrada, de dos hojas, también vestía de azul, y estaba empotrada entre dos columnas rematadas en su parte superior por un arco de medio punto, con ocho dovelas. En la clave central, podía leerse la inscripción 5655. Entre la parte interior del arco y la parte superior de la puerta, quedaba un espacio que se adornaba con lazos ornamentales, de motivación floral, y totalmente simétricos.

Juanito se ganaba la vida con su pequeño negocio, en el que vendía muebles antiguos y usados, al igual que cualquier otro tipo de artilugio que cayera en sus manos. Además, también sacaba tiempo para trabajar la tierra. Justo detrás de su casa podía cultivar la cantidad suficiente de fruta y verdura como para alimentar a su familia y en tiempos buenos, incluso vender algún excedente. No tenían lujos pero sus necesidades estaban perfectamente cubiertas y eso podía palparse en la alegría y respeto que se profesaban todos los miembros de la familia.

Junto a la casa de Juanito, estaba la de Pepito, su vecino y amigo de muchos años. La casa y la vida de Pepito eran diferentes a la de Juanito. Pepito vivía en una Zwerchhaus, mansarda con buhardilla, de estructura transversal a dos aguas. Los techos estaban ennegrecidos por el paso del tiempo; la lluvia y otros factores meteorológicos los hacían parecer más viejos de lo que realmente eran. Se podía apreciar como un enorme roble, misma madera de la que probablemente estuviera fabricada la casa, a unos metros por detrás superaba la altura de los techos, y no podíamos acceder al interior de la vivienda sin antes pisotear cientos de hojas que caían sigilosamente de sus ramas. Desde la ventana de la buhardilla, si te estirabas un poco y con cuidado, podías llegar a tocarlas. Los hijos de Pepito lo hacían continuamente para comprobar cómo iban creciendo semana a semana, mes a mes, año a año.
La parte trasera también estaba adornada floralmente, en este caso malvones rojos contrastaban con el amarillo solar, rojizo a veces, y los tonos negros de los techos y las paredes. Aunque casaba bien con la buhardilla ya que lucía el mismo tono rojo que las flores.
El ventanal de la fachada principal, cuando las cortinas nos lo permitían, dejaban ver parte del interior de la casa, en la cual se podía ver la escultura de un águila apoyada en el quicio de la ventana, mientras que más al fondo, un marco contenía un pequeño mantel bordado en negro donde se podía leer Das lied der Deutschen, con un dibujo debajo que el reflejo de la ventana nunca dejaba vislumbrar.

Pepito se ganaba la vida vendiendo madera para construcción de viviendas, la cual compraba no a un precio precisamente barato a un viajante de la zona del noreste de la región de Bohemia. Incluso él mismo en alguna ocasión tuvo que trabajar en algunas de las construcciones. Aunque también vendía maderas a particulares, solía trabajar en la mayoría de los casos con el ejército, que en los últimos tiempos requería bastante de sus servicios. Muchos fueron los años de colaboración, llegando a hacer bastantes amistades influyentes.

Juanito y Pepito, por ser vecinos durante varios años llegaron a hacerse grandes amigos, compartiendo grandes momentos juntos; risas, llantos y cientos de anécdotas. Sus hijos solían jugar juntos en el jardín en verano, hasta que el atardecer llegaba y empezaba a refrescar. Fueron momentos felices.
Hubo una mañana en la que Pepito descubrió algo que le hizo enfurecer. Al igual que otros tantos en la región, Juanito no profesaba la misma religión que su vecino, ni compartía ciertas ideas ni de la vida ni de la muerte. Juanito entendía a todos los Hombres iguales, mientras que Pepito no. Pepito pensaba, haciendo referencia a Animal Farm, que algunos hombres eran más iguales que otros. Juanito era feliz a pesar de las diferencias con su vecino, mientras que el otro no soportaba la idea de compartir algo con alguien que no fuera de su mismo nivel, de su misma raza.

Pepito sabía que en otras zonas de la región esta convivencia no era posible y no se podía permitir, así que decidió tomar cartas en el asunto. La ira se apoderó de él y ayudado por sus contactos militares irrumpió en la casa de Juanito para quitarle todo lo que tenía, con violencia, con maltrato, con vejación. La casa nunca más sería suya ni las tierras ni las flores. Juanito lo perdió todo, y lo peor, sin saber por qué.
Fueron conducidos a otras casas, mucho más pequeñas, más feas y más sucias, donde también había gente como él, donde los hombres, las mujeres y los niños no podían estar juntos. Donde todos dormían confinados, apestaban, no comían ni bebían más que una vez al día, y con suerte. Debían de trabajar hasta la extenuación, sin protestar, para gente que pensaba como Pepito.

No obstante llegó el día en que la pesadilla terminó. Juanito pudo huir con su familia a otro lugar, a otro sitio donde poder vivir, donde trabajar la tierra como antes, otro sitio donde ser feliz. Decidieron emigrar, en busca de la fortuna que se la había escapado tiempo atrás.
Tras mucho vagar sin rumbo y vivir de la limosna, llegaron por fin a una tierra fértil, donde fueron acogidos por gente buena que les ofrecieron un pequeño hueco en su comunidad para empezar una nueva e ilusionante vida. A pesar de que el clima no era el más óptimo, ya que las sequías eran muchas, conseguían con mucho esfuerzo y trabajo poder vivir de lo que la tierra le daba: cereales, olivos, aceite, sésamo, trigo…

Poco a poco Juanito se fue integrando y pasó a ser uno más entre ellos. También vio como gente como él llegaba tras haber pasado su mismo calvario, el mismo sufrimiento y la misma expulsión.

Con el paso del tiempo Juanito y los que eran como él ante la llegada masiva de éstos hicieron su pequeña comunidad dentro de la Gran Comunidad, la cual por cierto no hablaba si quiera su mismo idioma. La separación, aunque no buscada, sí que se produjo con sigilo cambiando las costumbres comunes e incluso viviendo en sitios más apartados.
Juanito y los suyos se agenciaron unilateralmente trozos de tierra que antes eran comunes. La Gran Comunidad nunca dio ni quitó nada, puesto que todo era de todos, todo se compartía.

Fueron incrementando su autoestima, su importancia, su “poder” hasta la arrogancia, las malas maneras y la exigencia beligerante. Poco a poco fueron comiéndole terreno a la Gran Comunidad, arrinconándolos y racionándoles los recursos.
Comunidades vecinas vieron en Juanito y los suyos una buena fuente de negocios y comercio, ya que consiguieron hacerse incluso un nombre fuera de los terrenos originales. Decidieron apoyarles en su crecimiento y en su movimiento de “liberación”, con el fin de enriquecerse con sus nuevos aliados.

A día de hoy Juanito y su autobautizada sociedad tienen subyugada a la antigua Gran Comunidad, la cual, tras varios atentados, atrocidades, ataques y asesinatos ha quedado como minoría, sufriendo el azote y la fuerza que un día Juanito y su familia sufrieron en sus propias carnes.

Lástima que Juanito olvidó, oscureció su alma y su comportamiento, y no supo vivir con sus orígenes, ni con sus recuerdos, ni su memoria histórica.

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Soy 32 años joven y estudié Filología Inglesa. Soy de Puerto Real y a parte de escribir relatos, también soy traductor, principalmente de inglés a español, y profesor de español autónomo (vivo en Manchester). Para pagar las facturas y las cervezas que me tomo trabajo también como camarero en un restaurante. Me considero una persona que sabe muy, muy poquitas cosas, pero las que me se, me las se muy bien, y me gusta aplicar mucho un gran consejo de mi padre: Más vale un porsiacaso que un yomecreía. Me gusta la política pero no me gustan los políticos, me gusta el fútbol pero no me gustan los futbolistas, me gusta mucho más viajar que quedarme en casa, me gusta más hablar con los ancianos y los niños que con los adultos, y me gusta quedarme dormido en la playa.

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