Ramón

Cuando Ramón entró al salón del restaurante y no vio a nadie le preguntó al metre y éste le acompañó a una mesa al lado del ventanal que daba al jardín.

Pidió una cerveza y se puso a pensar en por qué sus tres hijos le habían citado, a santo de qué.

Ramón es un hombre de 62 años que se ha pasado toda la vida trabajando en un taller mecánico que había heredado de su padre. Se casó muy joven y muy joven empezó a tener hijos.

A pesar de que la vida no siempre les fue fácil, Ramón y Paulina, su mujer, sacaron a sus tres hijos con solvencia.

Los tres fueron a la universidad, los tres fueron ayudados a emanciparse y a los tres, ahora que ya no necesitaban ayuda económica, les cuidaban los hijos cada vez que se lo pedían.

Rafa, Ana y Jorge aparentemente tenían unas vidas muy normales. Jorge, el pequeño, era el único que se había separado, pero aún siendo así, mantenía una buena relación con su ex y era todo un padrazo, a Jorgito no le faltaba de nada.

Ninguno de ellos necesitó entrar a trabajar en el taller. Los tres trabajaban en lo que habían estudiado y todos progresaban cómodamente.

Mirando el jardín, Ramón le daba vueltas al porqué de esa extraña reunión, un martes a mediodía y pidiéndole que no le contara nada a Paulina.

Un audi A8 color negro entró al parking y de él se bajaron sus hijos.

Con cierta expectación esperó hasta que se sentaron todos a la mesa.

Rafa iba impecablemente vestido, traje azul marino, camisa azul clara y corbata granate.

Ana llevaba un vestido blanco de algodón, muy veraniego, y lucía un moreno bastante llamativo. Por su parte, Jorge iba más informal, unos vaqueros y una camiseta de Joy Division blanca con unas All Star grises.

Tras unos saludos sin mucho afecto, Ramón preguntó:

—Y bien? Decidme a qué se debe toda esta historia. Ha pasado algo?

Ana balbuceaba en bajinis “algo? ha pasado algo?”.

Rafa sacó un sobre tamaño folio de color cartón, pero Jorge lo cogió y lo dejó en la mesa diciendo:

—Venga, va, tranquilos todos, pidamos algo de comer y no hagamos un numerito.
—Y cómo quieres que se lo digamos? Montamos una fiesta? —dijo Ana con cara de mala hostia.

Ramón estaba descolocado, aunque empezaba a sospechar algo.

—Qué pasa? Qué tenéis que decirme?

Jorge, que estaba sentado a la derecha de Ramón, miró a la nada del salón, con la cabeza hacia detrás. Frunciendo los labios y respirando hondo.

Rafa le acercó el sobre a su padre. Ramón que se olía lo que había, miró a sus tres hijos con cara de incredulidad. Ninguno de los tres miró el sobre, y mucho menos a Ramón que los miró fijamente, uno a uno, pero no encontró la mirada de ninguno.

Abrió el sobre sin mirar lo que estaba sacando, aunque con la vista periférica fue capaz de corroborar qué tenía.

Ana fue la primera en mirar a Ramón con cara desafiante.

—Qué? No tienes algo que contarnos?

Rafa cruzó las manos con los codos apoyados en la mesa.

Jorge siguió sin mirar a nada, perdido, deliberadamente ausente.

Ramón cogió aire mirando a Ana a los ojos y empezó a hablar a la par que venció su cuerpo hacia delante, desafiante.

—No tenéis vergüenza!!  No creo que hubiese hecho falta seguirme, decirle a alguien que viole mi intimidad de esta manera. Me siento absolutamente decepcionado. Espero que os deis cuenta de lo que habéis hecho y del daño que esto me causa.

Ana miró las fotos que estaban encima del sobre en la mesa.

—Que queréis saber que no sepáis ya? Qué os ha dicho vuestro espía? —dijo Ramón, al que se le subían los hombros en claro gesto de sorpresa.
—No, papá, cuéntanoslo tú, dinos tú quién es esa mujer, dinos en qué te estás gastando el dinero, dinos a cuenta de qué te has comprado ese Mercedes, y dinos, papá, y mamá? En algún momento has pensado en mamá?

Ramón se recostó hacia atrás, apoyando las manos en los brazos de la silla.

—Me dan ganas de levantarme e irme. Hago con mi vida lo que quiero.

Rafa hizo un gesto con la mano reteniendo a Ana y miró a su padre .

—Papá, tú puedes hacer con tu vida lo que quieras, pero no nos parece justo que estés gastándote una pasta con esa mujer.
—Estás haciendo el ridículo, papá, tiene 30 años menos que tú! Cualquiera que os vea sabe que te está sacando el dinero, es que no lo ves, papá? —interrumpió Ana— que esas vienen a España a sacar el dinero a los viejos. Papá, por dios! Que tiene hijos! Si se entera mama…
—Vale ya, Ana, déjame un poquito, que estoy hablando yo —dijo Rafa— Papá, una cosa es que de vez en cuando salgas con tus amigos… Si yo no digo nada… Pero a dónde quieres llevar todo esto? Si no tienes ningún sentimiento… Y si lo tienes, dime, dónde está mamá en todo esto?
—Pero qué sentimiento va a tener? —interrumpía de manera nerviosa Ana, que decía más con su bailecito con la cabeza, moviéndola en pequeños espasmos de arriba a abajo, de derecha a izquierda. Lo decía todo con su actitud exageradamente extraña.

Ramón se sentía muy decepcionado. Miró a Jorge y le preguntó si no tenía nada que decir. Jorge, mirando al centro de la mesa, dijo un no que apenas se oyó.

—Pero este qué va a decir? Si nunca dice nada.
—Ana, por dios. Vale ya, cállate un poquito.

Ramón miró fijamente a los ojos de Ana, la miro como nunca la había mirado antes, tiró de su postura para acercarse lo más posible a ella.

—Bien, os voy a dar una explicación que no debiera, me parece ridículo tener que explicarme. Supongo que ya sabéis que se llama Yadira, y no tiene 30 años menos, ella tiene 42, y si en algún momento os pensáis que soy gilipollas o que me he enamorado o algo así, estáis equivocados, sé perfectamente en qué posición estoy. Y me gasto el dinero en lo que me da la gana. A tu madre no la falta de nada, es más, qué queréis?

Ana volvió a interrumpir a Ramón:

—Me parece muy fuerte, a tu edad!
—Qué edad? Que te crees que soy un viejo? Y qué pasa con los viejos?
—Mira, papá, no me vengas con tonterías, no sabes qué decir porque no estás pensando las cosas.

Ramón seguía mirando a su hija sin ver mucho en ella.

—Quieres que vaya a tu madre y se lo cuente? Quieres que ella lo sepa? Quieres que me separe? Pregúntale a ella qué opina de lo que habéis hecho.
—Pero, papá —dijo Ana, pero Ramón continuó:
—Sabes cuánto hace que tu madre y yo no follamos?
—Papá! —dijo Rafa mientras Jorge seguía en la nada.
—Qué grosero!!! —dijo Ana con cara de asco.
—Grosero? —preguntó Ramón— Sabes qué es grosero? Que tus hijos te sigan, que paguen a alguien para que me haga fotos, grosero es que tu hija se meta en tu vida y te reproche que te compres un coche.
—Un coche no, papá! Un mercedes!! —dijo Ana.
—Cállate y tranquila, que eso es lo que voy hacer, voy a ir a tu madre y la voy a decir que desde hace mucho no la quiero, que hace mucho que no me siento atraído por ella, que hay otra, quieres eso?, tú crees que tu madre me quiere a mi?
—Pues claro que sí —sin poderse callar, dijo Ana con los ojos mostrando impaciencia por querer decir todos los rencores que tenía guardados de toda su vida, de tres vidas—…

—Tu madre y yo nos respetamos mucho, mucho más de lo que nos respetáis vosotros, tu madre y yo hace mucho que dejamos de querernos. Tu madre y yo formamos un familia y la sacamos adelante, ha sido —respiró hondo cerrando los ojos y continuó— y es la mujer de mi vida, he tratado de quererla y de ser un buen marido, un buen padre. Durante años tu madre se mató por vosotros, por mí. Habéis tenido una madre maravillosa, siento que tenga que pasar todo esto para que os tenga que decir que ha sido una mujer intachable. Toda mi vida la he valorado por ser como ha sido. No puedo imaginarme hacerlo mejor.

Juntos construimos todo lo que somos nosotros y, en buena parte, vosotros, tuvimos altibajos y pasamos momentos malos, de poca comunicación, pero la vida es muy larga, y cuando te haces mayor vas perdiendo ilusión por todo, por el matrimonio también, a veces piensas que hacerse mayor es tener la sensación de que ya has cumplido con la vida, que ya has hecho tu papel y cuando te quieres dar cuenta la vida se convierte en un pasadías tan repetitivo que pierdes la noción del tiempo, solo envejeces. Y a tu madre y a mí nos ha pasado esto. Aun así nos queremos, mucho, a nuestra manera, con las muestras de afecto en nuestro código, en nuestro lenguaje. Me mata ver a tu madre así, envejeciendo, sin motivaciones más allá de ver a sus nietos, sin preguntarse por qué todo se vuelve tan gris, sin querer hacer nada por remediarlo. Me mata no haber sabido mantener ilusiones con tu madre. Me mata verla tan cansada, siento una deuda tremenda hacia ella, no sé cómo recompensarla. Lo he intentado haciendo viajes, el crucero, las vacaciones, sus vacaciones, que siempre son a su gusto, a su manera, joder!! Que llevo 30 años yendo a Torrevieja!! Pero para mí es importante que tu madre esté a gusto, que esté bien. Pero tu madre sabe que entre nosotros hace mucho que se apagó la llama.

Nos hemos hecho mayores, los cuerpos se caen, las desganas llegan a todo. Hace ya diez años que era casi algo cómico, con los cuerpos que no corresponden a las ganas, con la traición de la vida metida entre sábanas, el verse y no verse… Llegan las incomodidades, los dolores, el cansancio, la desidia, y todo eso te va alejando del cuerpo que noche tras noche después de 40 años  duerme a tu lado, y sin ese cuerpo no sabrías dormir, pero es un cuerpo inerte, el suyo, y el mío. Dos cuerpos que ya no tienen nada que decirse, pero no todo en el amor y menos a esta edad y con esta situación se basa en el amor carnal, de verdad que no. Ojalá no os pase pero ocurre.

Y un día aparece alguien, alguien a quien le apetece ir a cenar, alguien con quien beber un whisky y reírse, alguien con un nuevo cuerpo, un nuevo olor, una nueva sonrisa, y entonces piensas y ves, y te da igual con qué intención se acerca a ti, es mucho más simple. Ahora me levanto y me afeito con otras ganas, busco en el día un momento para mandar un mensaje sabiendo que alguien se va a reír, alguien que me toca el pelo mientras me mira, y de nuevo empiezo a sentir, a tener ganas, a ver que no todo es esperar a que pasen los días.  No podéis pedirme que renuncie a sentirme vivo. Si lo que os preocupa es el dinero, estaos tranquilos, no me está chupando la sangre, es una buena chica. La ayudo, pero lo creáis o no, ella me ayuda mucho más, con su vitalidad, con sus ganas. De verdad, sé lo que hago, sabe lo que es mi mujer para mí, y sabe de sobra que no la voy a dejar nunca. Ni siquiera se habla de ello.

Esta chica ha luchado mucho, ha venido desde su país sin nada, es muy trabajadora, pero los dos sabemos que no hay nada. Solo estamos juntos porque nos lo pasamos bien. Tranquila, para mi tú madre sigue siendo tu madre.

Tú madre no es tonta, llevamos años… años… Tu madre me quiere y yo a ella. Si creéis que lo mejor es que tu madre se entere de todo esto, deberías pensarlo bien antes de decirle nada.

Yo, por mi parte, no voy a dejar de ver a Yadira, de momento.

Y ahora, si me permitís, me voy, ya coméis vosotros solos.

Me gusta mucho, mucho, ver a mis hijos tan unidos.

bluebird Comunicación
bluebird Comunicación
bluebird Comunicación
bluebird Comunicación

Dejar respuesta

Please enter your comment!
Please enter your name here

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.