Quédate a comer

Es lunes, los lunes suelen ser un día feo, pero para mí, hoy es un día más del fin de semana, la continuación de un domingo que empezó tan tarde como tarde acabó el sábado.

Son las 12 del mediodía y yo sigo jugando en la cama con Ele.

Hace un par de fines de semana que nos conocimos. Tuvimos un arrimón y queríamos volver a vernos.

Cuando te mueves por inercia las cosas ocurren porque sí, y quizá esa sea la única magia a la que te ves expuesto.

Ele apareció como aparecen las cosas que nunca aparecen. Así sin más. Y la verdad, poco importa.

Así que decidimos volver a vernos. Volver a rompernos.

Y allí estaba yo, en una disco de moda, con media pastilla en la cabeza y otra media en el bolsillo. Dejándome llevar por la música.

Hacía mucho que no me comía pastillas bailando y la verdad es que estuvo genial.

No llegue al éxtasis como antaño pero me sentí genial con mi pedo.

Y allí en medio, Ele, con su minifalda y su pedo. Y nos miramos, y nos reímos.

Y la música te implica, y tu pedo te reclama, y bailas.

Buscas más trampas, buscas que no acabe. Pillas medio de cristal.

Bailas, y te arrimas a Ele, y cierras los ojos, te dejas llevar, te abandonas.

Abres un ojo y ves tiburones. Ele  tiene fuego. Te ríes, te ves fuera de situación, ya no eres un macho alfa siendo atacado. Ahora eres un cuarentón con un pedo desmedido y trasnochado bailando ridículamente con un bombón que destila sensualidad.

Pienso en la de veces que yo fui tiburón, me rio solo sin dejar de bailar.

Mientras tu cuerpo baila completamente hipnotizado por la música, la cabeza se llena de fantasías y pensamientos surrealistas que van a toda hostia.

Ele se acerca, me mira, me besa, espanta tiburones, buff vaya pedo!!! Me gusta Ele.

La noche se va acabando. Empieza otra parte de la noche. Como no queriendo que termine. Deteniendo el paso del tiempo, desafiando a las arrugas, a las canas, al reloj, a la lógica.

La lucha más perdida de todas.

Ya en casa, el cristal gobierna, hace estragos, cualquier roce se convierte en suspiros. Los besos son tan exagerados como deliciosos. El cristal arquea los cuerpos. Los somete.

Tienes todos los sentidos hipersensibles, todos menos la vista, que se nubla, quizá sea el motivo por el cual ahora saboreas mejor, tocas mejor, oyes mejor y hueles todo.

Ele se tumba y no puedo de dejar de besarla, de chuparla, de olerla. Hundo mi nariz en su tripa, en su ingle, en su culo, en su sexo…

Y te descubres besando muy despacio su nuca, respirado muy fuerte, completamente en paz con el universo.

El cristal se va poco a poco, dejándote tranquilo, cansado, pegado al cuerpo de Ele que te abraza y te da calor.

Me desperté y era ya tarde, muy tarde, cerca de las 9 de la noche. Ele dormía a mi lado, un día guay. Follamos y follamos hasta acabar derrotados. He de decir que fui el primero que se rindió.

Fui a echar de comer a la gata, pille una cerveza y me encendí un porro de maría. Al poco Ele despertó, y otra vez toda fueron besos y caricias.

Que haya una chica andando en bragas por casa me encanta, me hace pensar en los días en los que todo parece gris y feo, y más gris y más feo.

Solo yo sé cuánto pesan las horas grises.

Y mientras la miro el culo, me quito a hostias las llamadas del puto banco, el paro, el amigo traidor, el arreglo del coche, el recibo de la luz, los repetitivos días de nada de nada.

Y entonces sé que ha merecido la pena, que merece la pena, que me la suda estar mintiéndome, que me la suda tener que estar corriendo siempre para no terminar cogido.

Todos esos pensamientos de malestar desaparecen cuando hay un cuerpo en bragas sentado en el sofá de tu casa.

Qué buscas? No sé, no sé si ha sido una vida mal planificada, la mala suerte, un espíritu con ganas de trasnochar, los amores rotos, los destrozados. Quizá una debilidad innata hacia lo tóxico, hacia la niebla… una atracción por el límite, por el precipicio.

No sé, no sé si esto es el principio, o el fin, no tengo claro ya que es justo, ni lo justo. He terminado por no saber o no querer ver la realidad que hay a mi alrededor. Todo está infectado y tengo la sensación de que yo soy parte y culpa de un proceso degenerativo que ya no tiene cura.

Así que salgo de mí en demasía, trato de no pedir explicaciones porque todas se convierten excusas, las propias y las extrañas, porque aquí estoy solo pero se llega acompañado.

Ele folla de maravilla, se ve que nos acoplamos genial, pero además hay besos, y risas, y eso no siempre entra en el pack de «necesito follarme a alguien para reinventarme un finde más», para volver a tener ganas de comunicarme, de reírme, de besar, de jugar, de perderme de nuevo en quien quiero ser. Para no ser la persona de a diario.

Un pack muy de un tipo de gente al que le ha llegado ya la primera curva chunga de vida, gente que sabe que lo que queda lo va a tener que salvar a volantazos, gente que no pensó y que ya no va a empezar hacerlo. No pensar o pensar mal es casi el mismo error.

Las conversaciones se suceden en busca de la coincidencia, encontrar una provoca entusiasmo. No hay nada mejor para justificarte que el ver que no te has equivocado, que quizá esta sea la de verdad.

Cualquier acto está preso del chantaje del «vives a lo loco» y encontrar similitudes se convierte en un bálsamo que repara dudas.

Y así estamos Ele y yo, desnudos en el sofá de mi casa, cada uno con su mundo a cuestas pero tratando de sacar la cara bonita, y la verdad, nos sale muy bien. Todo es apetecible. Hablamos y hablamos y todo parece fluir. Mola la sensación de unión, de calor, mola todo.

Somos de esos cuerpos que se estrellan en el presente, a los que les da igual el ruido, de los que no miden el coste de hoy en la factura de mañana.

Hablamos y reímos, follamos y reímos, besamos y reímos.

La noche nos recibe entre sudores y polvos. Una noche en la que los sentidos y percepciones aún buscan su sitio.

Durante la noche no para de haber roces, caricias, sobes. Mal duermes y difícilmente lo haces de manera profunda.

Cuando al despertar estás aún buscando la realidad, mirar al «otro lado» y ver un cuerpo desnudo te provoca una felicidad instantánea y en décimas de segundo revives parte del día de ayer.

Y te sientes de maravilla.

Me preparé un café y me hice un porro mientras leía el As en internet.

Ele dormía en la habitación. No sé cual de todas mis carencias es a la que le hace ilusión que haya una chica durmiendo a su bola en mi cama.

Es como si todo este proceso de autoengaño maravilloso, lleno de pedos, risas, locura, sexo tuviera que acabar en una ficción donde hubiese ya destellos de «rutina». Toda una fantasía la de que una chica «llene» la cama día tras día.

Leo el correo y me pongo de mala hostia. El lunes pretende joderme.

Así que voy a la habitación. Subo la persiana un poco y me tumbo encima de Ele.

Me la follo medio dormida.

Dormimos un rato más. Dormimos hasta que la luz impidió seguir durmiendo.  Y follamos, y volvimos a follar.

Ele me dice que en un mes se va a Berlín. Me da bajón. Siento un pequeño desgarro interior. No sé en qué momento me he creído mi propio personaje, pero lo voy a seguir exprimiendo, mola mil veces más que yo.

No tiene horarios, no tiene prisas, no siente nauseas, ni asco. No le duele nada, no tiene ni ayer ni mañana, huele a sexo y tiene una piboncita en la cama esperando a que este amor tan verdadero se muera en plenitud.

Así que son las 12 y yo sigo en la cama, jugando con Ele, posponiendo para mañana todo el día de hoy. Encantado.

—No te vayas, quédate a comer.
—Qué propones?
—Polla y espaguetis.

bluebird Comunicación
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