y los ángeles ya sólo juegan con pájaros y flores
o sonríen en el sueño de una niña.
Nelly Sachs
Tras la casa los vidrios. Las Botellas rotas. Los colores afilados de la memoria. La ropa húmeda colgada al aire. Y los cadáveres desnudos debajo. Tienes los términos para recorrer el dolor, cada extremo del dolor, su consistencia de animal excitado por la sangre. La puerta es herida. Violencia de sombras. El sonido metálico que cierra todo el miedo. Fuera está la procesión de los perros, su griterío de náusea.
Conoces la trama de los cuchillos, los cantos en memoria, los epitafios. Cuál es la sílaba propicia, cual el nombre exacto del testigo o del cómplice. Cual la distancia que media entre la lluvia y la tormenta: la narratividad de las imperfecciones sobre la cal del techo. Las digresiones de la humedad construyendo una manera de hablar entre tú y las cosas. Haces una herramienta que sirva exactamente para desmontar, paso a paso, el abandono. Mientras, el día afuera es caminar la nieve, arañar con los dedos violetas el interior de la garganta.
Alrededor es solo una palabra. Una ficción o pacto sobre el que montas los objetos: la pala, la edad, las botellas rotas, los helechos quemados por la nieve. Una voz de niña que juega con los ángeles bajo los árboles. Esa es la escena que tu interior re-crea para sedar el miedo. Entonces comienza la penumbra. Prendes la luz y el barro del suelo se llena de ceniza. La luz recorre todos los lugares de la casa, busca el artificio de las sombras. La sombra de una madre, de un padre, de las hijas.