El ajetreo de la mañana me ha traído hasta el barrio Villaamil. Donde pasé quizá los años más determinantes de la vida. De los 10 a los 14.
Se puede decir que llegué siendo un niño y me fui siendo un niñato.
No ha cambiado mucho. Ahí sigue la tienda de ultramarinos donde compraba la leche fresca que venía en bolsa. El local del primer videoclub del barrio, que ahora es un chino. Allí alquilé Karate Kid, Teenwolf, Porky’s…
Aún está el bar donde jugaba en la maquinita al comecocos y la panadería que vendía los donuts cuando eran donuts y que tenían aquellas palmeras de chocolate gigantes y absolutamente deliciosas…
Lo que ahora es un gym-fitness, antes también era un gimnasio, pero se hacía judo y karate, ahora solo hay máquinas y bicis estáticas.
Han cambiado unos metros el quiosco del señor al que le faltaban varios dedos de una mano y al que apodábamos “el cangrejo”. Nos vendía tabaco o porno sin problema ninguno teniendo unos 12 ó 13 años.
Empecé comprando Monta-Man, flash helados y cromos de Butragueño y Futre… Y acabé comprando el Víbora, el Vale y tabaco.
Voy despacito con el coche. Tanto que me paro poniendo las luces de emergencia cerca de donde estaba, está aún, el colegio.
Me llegan miles de imágenes…
Se me llena la cabeza de palabras, de nombres con apellidos, de motes…
Recreo, Óscar Mateo Mateo, estuche, Miguel Ángel Becerro, empollón, chivato, Patata, Petete, Señorita Rocío, “el tochas”, “el chichones”…
No soy capaz de salir del coche.
Estas calles le pertenecen a un yo que más vale que no me vea…
Detrás del colegio había un descampao y un montón de casas bajas.
Lo han tirado todo. Ahora hay bloques de pisos nuevos, chalets e incluso una boca de metro. Valdezarza.
El colegio era entonces una frontera entre el mundo y el submundo.
Esa era la línea permitida. Hasta ahí “te dejaban” tus padres. No podías pasar al otro lado.
Cruzar la calle y adentrarse en aquel descampado era toda una aventura. Recuerdo bajarlo y meternos en las ruinas de casas sin techo, demolidas, abandonadas.
Casas con colchones sucios por el suelo, junto azulejos rotos, cascos de botellas, basura, jeringuillas…
El colegio ha perdido su personalidad. Apenas se ve, está metido entre pisos que se lo comen.
Antes se veía desde el principio de la calle. Se veía por todas partes. Era una edificación de ladrillo blanco en mitad de una pequeña meseta. Como un castillo medieval.
Bajabas por Sánchez Preciado, girabas por Aguilafuente y allí estaba… al final del todo, esperándote. El Daniel Vázquez Díaz.
Ya no está aquel vallado de verjas grises, ni aquellas puertas grises con aquellas doctrinas grises. Todo preparado para convertirte en un Gris, en un Don Nadie, como mucho en un Don Pusilánime.
Bien. Lo consiguieron.
Para volver a casa había que ir por un camino de tierra. Así que los días de lluvia volvías empapado y con barro hasta las rodillas.
Dónde está ahora el barro? Ya no hay barro?
Recuerdo a mi abuela regañándome, pobre…
Paso por el parque de las peleas, donde a las 5, cuando acababan las clases se pegaban los chicos mientras todos gritábamos: ¡¡Pe-le-a!! ¡¡Pe-le-a!! ¡¡Pe-le-a!!
Ya no están los columpios y ni la fuente donde llenábamos globos de peseta para “hacer guerras” en verano y nos poníamos “malos” cuando a las chicas se les transparentaban las ropas.
Sigo conduciendo muy despacito, como un coche de policía en una peli americana. Uno de esos que patrullan en paralelo a un sospechoso por el Brooklyn de los 70.
Yo patrullo por mi pasado, y en paralelo. Mi pasado y mi presente nunca convergieron.
Siento que el barrio está igual aunque se ve todo diferente.
El recuerdo de aquellos días se ha quedado grabado a láser en mi memoria.
Las canicas, las chapas, el yoyó, los primeros juegos…
Después vinieron las primeras curiosidades. Las chicas, las pajas, los cigarrillos…
No consigo verme muy nítido en aquellos días. Aunar en una misma imagen recuerdos, sensaciones, proporciones, lugares…
No le pega la cara de niño, las pintas que tengo en las fotos de ese tiempo, a las vivencias que recuerdo tal y como las recuerdo.
¿Ya tonteaba con chicas? ¿Ya me hacía pajas? ¿Ya fumaba?? Parece ser que sí.
Recuerdo una tarde en la que una chica que se llamaba Esperanza y yo compramos unos cigarrillos. También y para quitarnos el olor del aliento a tabaco unos chicles Tico Tico de sandía. Mangamos el Vale y nos pusimos cachondos leyendo una sección que eran una especie de relatos eróticos y que se llamaba ‘Mi primera vez’…
Espe y yo leíamos mientras fumábamos y, luego, nos tocábamos mutuamente.
Revivo aquellas pajas y lo menos que me sale es una sonrisa al recordarme tan torpe.
La calle San Restituto a la altura de Villaamil me impide seguir tan despacio.
Meto tercera, piso y huyo.
No vaya ser que el yo de 14 años me vea y se decepcione.
Las ilustraciones que acompañan a este artículo son de Falansh de la Sierra.