Óscar y Begoña

Madrid, primavera del 2000

Una tarde de sábado en Vallekas a eso de las 9 de la noche.

Óscar y Bego entran en la casa de Óscar.

Las gatas salen a recibirlos restregándose con la puerta, con las patas de la silla, con las de la mesa.

—Madre mía qué de gatos!
—Gatas! Son todas gatas.

Óscar enseña la casa explicando cada foto, cada cuadro, cada cachivache como si de un museo se tratara.

—Para ti solo está muy bien. Dos habitaciones, la cocina es grande, el baño… Además es un edificio nuevo… Yo a ver si me echo un novio y me voy a vivir a una casa así.
—Cuántos años tienes? —preguntó Óscar a Bego mientras le miraba el culo.
—Qué miras tú! Que me has prometido que no ibas a intentar nada.
—Nada, nada…
—Tengo 20, pero en agosto hago 21, y tú? 26? 27?
-Eh, túuu! 25 recién cumplidos!

Ambos chicos ríen. Entre ellos hay complicidad, quizá deseo. Pero si hay algo es contención. No saben muy bien qué pasos han de dar. No saben muy bien si seguir a su cuerpo o a su cabeza.

—Le he tenido que contar a mi madre que me quedaba a dormir en casa de mi prima Sofi, que se ha ido este finde a una casa en no sé qué pueblo.
—Vamos hacer la cama, que luego si llegamos pedo da mucha pereza.

Entran en el cuarto, que tiene una mesa de ordenador con unos estantes y un sofá cama.

—Mola esta habitación. Es como un despachito. El ordenata, los libros, las fotos…

Con la cama ya hecha, Bego pone encima una mochila y saca de ella un neceser que deja en el baño.

Los chicos se van por ahí, primero se pasan por Malasaña y luego por el Room.

Se echan sus bailes anfetamínicos y beben roncola toda la noche.

Cuando el Room cierra se van para Vallekas en un taxi.

Hablan borrachos de las anécdotas de la noche.

Ríen, cualquier cosa les hace la gracia suficiente como para reír.

Al entrar otra vez en la casa las gatas vuelven a hacer el mismo ritual.

Óscar pasea por la casa. Aparece con dos copas de ron con cocacola.

—Toma, éste es de maría, me la trajeron de Ámsterdam la semana pasada.
—No quiero, yo ya estoy borracha. Fúmatelo tú.

Las risas continúan por un rato. Están ya muy borrachos.

—Venga, va, me voy a la cama. Ya no puedo más.
—Te acompaño.
—Déjalo, déjalo, que sé ir solita.
—Lo digo por si hay alguna gata dentro. Mal pensada.

Cuando llegan al cuarto, Óscar pone cara de sorpresa y exclama:

—Hostia! Se han meado. Qué hijas de puta! Alguna de las gatas se ha meado!

Pasa sus dedos por la mancha líquida del sofá cama y se los lleva a la nariz.

—Joder! Qué hijas de puta! Nunca se mean fuera!  Menos mal que no se han meado en tus cosas.

Óscar se va al servicio a lavarse las manos. Bego está en el sofá con cara de no saber muy bien qué hacer.

—Pues, tía, duermes en mi cama y ya está. En ese sofá es imposible y en el otro, aunque cambiemos las sábanas, el colchón estará mojado. Por mí no te preocupes, no voy a intentar nada. Estoy borracho y cansado.
—Yo igual, así que pórtate bien.

Los chicos se dan un apretón de manos como si hubieran formalizado un trato.

—Pon algo de música, aunque sea en bajito
—Música, tía? No has tenido bastante?

La cama, la embriaguez, los roces, la música…

—Ya sabía yo… Oh… No deberíamos hacerlo, tío… Cómo se te ha puesto… Madre mía…
—Me encanta… Mmm… Qué buena estás…

Madrid, otoño del 2014

Un mensaje en la bandeja de entrada del facebook de Óscar, junto a una solicitud de amistad. Begoña Hortaliza Damián.

—Begoña! Joder!

Óscar lee el mensaje:

Hola Óscar, soy Begoña, qué tal te va? Me ha costado encontrarte. Apenas conservo amigos de aquella época. Pero el otro día un amigo colgó un texto tuyo en su muro y no me lo podía creer.

He mirado tu página y he visto tus fotos. Estás igual, más mayor pero guapo.

Yo me fui de España y volví el año pasado. Tengo una hija de 7 años y ahora vivo con mis padres en Leganés.

Me encanta cómo escribes. A ver si te animas y quedamos para tomar algo. Un beso.

Óscar cotillea la página de Begoña. Comprueba que ha estado viviendo en Santiago de Chile, que la hija es de allí y que la casa de sus padres es un chalé con piscina.

En alguna de las fotos de piscina sale Begoña en bikini. Óscar mira con especial detenimiento esas fotos. Le encanta cómo se ha hecho mayor Begoña. La encuentra muy atractiva.

Tras varios mensajes llenos de cordialidad deciden quedar un jueves por la tarde en el bar de Adam, la ginebrería de la calle del Pez donde Óscar trabaja los fines de semana.

—Hey, tía, qué guapa!
—Joder! Qué alegría!

Se dan dos efusivos besos, palmeos a lo largo de la espalda a la vez que sus sonrisas no pueden ser más grandes.

Piden un gintonic y un vodkatonic. El vodka es para Begoña, el gin para Óscar.

Y hablan y hablan, y beben y beben.

El bar de Adam cierra y ellos salen agarrados del brazo, contentos sí, pero no muy borrachos.

Van paseando por la Gran Vía. Hace frío, se juntan aún más.

Se detienen ante el escaparate de Camper, a esas horas apagado.

No miran los zapatos, se miran en el reflejo. Se ríen.

—Hay que ver las vueltas que da la vida. Recuerdo cuando me decías que era tonta con los chicos. Lo que es que era que una cría. Pero sí que es verdad que me he acordado de ti en el tiempo. Siempre me pareciste un chico muy interesante. Ya vivías solo, tenías ese rollo tierno de las gatas, tu trabajo… No sé, siempre me gustaste, ese halo de chico golfo, de canalla, tan… Chulito… Jajaja… Pero como tenías esa fama… Ya ves, qué tonta… Y, mira, al final un día… A lo tonto… Qué fuerte, fue porque se meó la gata.
—He de confesarte algo

Óscar empieza a reír y mirando a Begoña a la cara la dice:

—Nunca se meó ninguna gata. Fue un truco. Lo hice aposta. Tiré un vaso de agua antes de irnos a dormir. Sabía que así no te quedaba otra que dormir en mi cama.
—Qué? Cómo? Jajajaja… No me lo creo! Era mentira? Qué cabrón!

Se empiezan a reír a carcajada limpia. Begoña mira Óscar llamándole cabrón sin parar de reírse.

—No me lo puedo creer, y yo toda tonta e ingenua… Qué cabrón! Cómo me la colaste! Seguro que lo hiciste con más chicas.
—Sí, sí, y algunas veces funcionaba…
—Qué cabrón! Yo flipaba, me acuerdo de que cuando me ayudaste hacer la cama en el otro cuarto yo pensaba mírale qué majo, me ayuda hacer la cama y todo. Te juro que nunca pensé que fueras capaz… Jajajaja… Qué cabrón.
—Claro! Lo hacía para que te sintieras segura, para que no le vieses los colmillos al lobo… Jajajaja… Aunque he de decir que fue una noche muy chula, la recuerdo con mucho cariño.
—Sí, yo también… Joder, qué fuerte… Qué panoli era…

La Gran Vía les sorprende entre risas y miradas llenas de complicidad.

—Podrías venirte esta noche a mi casa. Ya no tengo ningún truco.
—Podría… La verdad es que me he reído mucho y me iría contigo. Pero la niña tiene mañana cole y la tengo que llevar yo. Otro día.
—El sábado podrías venir a verme al curro y después hacer algo.
—Te mando un whastapp mañana y te cuento.

Óscar cruza de acera y se mete en un taxi. Mira por la ventanilla. Begoña se ha subido en otro. Los taxis se van cada uno en una dirección diferente.

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