Somos lo que pensamos, y si pienso en números, estoy numéricamente acabado. El 22, o el 23 pudo ser, en el 96 nací yo. No quiero dármelas de nada, pues de números poco sé, salvo que 1+1 puede ser cualquier cosa. Y no quiero ponerme ñoño, pero me entra un escalofrío por los pies cuando recuerdo aquel 18 de Agosto, la vi en la estación, que igual pudo no ser. Digo aquel porque hace tiempo, y mucho más pasará hasta que la vuelva a ver.
Fue curioso recordar, leyendo a Bolaño, cómo un número acumula dos casualidades, puro azar, o fruto de un amaño. Ese día fue el número dieciocho del mes de agosto, a su vez el mes número ocho del año.
La vi por primera vez un 14, de Junio, de un año acabado en 14, el último día de los angustiosos exámenes de selectividad… ¡Cuánta tensión! Hasta dos semanas después seguía con ansiedad.
Y no es casualidad, que mi amigo “el matemático”, como le denominamos los colegas, también esté leyendo Bolaño, y que ella, ahora tan lejos, esté estudiando matemáticas.
Números
para escribir el campo magnético
que provoca la aurora
para dibujar la forma de una caracola.
Somos números en el registro civil,
cuando estamos parados, somos un número más
cuando morimos, somos tasa de mortandad.
Somos números.
Cuando respiramos,
millones de átomos de oxígeno entran,
de CO2 salen otros más.
Cuando escribimos en whatsapp,
nuestros mensajes son números,
que se codifican y se vuelven a decodificar.
Cuando soñamos, la recuerdo.
La distancia se mide en números,
y muchos nos separan, y otros, pronto nos unirán
Números, solo eso.
Puedes leer aquí ‘Hilos, tan solo eso’, de Álex Martínez.