Qué de cosas me gustaron.
Me gustó ver cómo se reía con mis ocurrencias, me gustó su cara cuando bailaba dejándose llevar por la música cogidos de la mano. Sus ojos bien abiertos, o bien cerrados. Besarle el cuello. Verla en bragas, ver cómo se retorcía mientras era devorada. Me gustaron sus halagos, sus gemidos, sus miradas, su sorpresa.
Y me gusté yo, siendo tan elocuente, tan gracioso, tan ingenioso, tan seductor… Me gustó el equilibrio que encontré entre sensible y bruto, entre tierno y bestia, entre limpio y cerdo…
Me gustó tanto… Me gusté tanto…
Feliz de renovar todas las visiones.
Fue hasta bonito. Saber que aún puedo torcer cabezas, retorcer cuerpos, curvar espaldas, provocar espasmos, miradas lascivas, gemidos entrecortados, ansias…
Verme entre sus piernas, el hacer y dejarse hacer, meter la cara en su culo expuesto.
Sentirme vencido por sus artes. Ser nuevamente víctima de la glotonería.
Y luego ir dejando que nuestras respiraciones se calmaran mientras nuestros sudores se mezclaban.
Disfrutar de nuestros olores, reírnos de nuestros secretos revelados, celebrar la vulnerabilidad expuesta. Festejar el acierto en la elección de un enemigo para poder rendirnos. No siempre es fácil. Casi nunca se acierta.
Pero hubo mucho más, mucho más. Canciones, risas, poemas, fotos…
No me quería ir, no quería volver a casa y regresar a ser yo otra vez. A mis deudas, a mis mentiras, mis horarios, mi coche, mi mujer… A mi vida, a mí.
Por eso celebré tanto ser otro yo mucho mejor, o al menos otro yo nuevo…
Tenía tantas ganas…
La decisión estaba ya tomada, pero ahora al redescubrirme, las ganas de empezar a ser este nuevo yo me carcomen.
No puedo esperar más. Ha de ser ya.
Puede que no sea justo. Pero he de matarme.
Y sospecho que al matarme a mí ella va a resultar dañada. Quizá no lo entienda, pero también es por ella. Por el amor que ahora le tengo. Por el asco que me doy.
Pero no puedo resistirlo más. Me parte el alma verla sin respuestas, sin encontrar un motivo a mi desidia. Ella sabe que no ha hecho nada, que no ha fallado en nada…
Tengo la sensación de que estas semanas no van a ser fáciles.
De alguna manera quiero intentar hacer el menor daño posible, pero sé que es un acto sucio, vil y cobarde. Puedo parecer egoísta, muy egoísta, pero lo veo casi como un acto de supervivencia. No me he cansado de ella. Me he cansado de mí, de mi yo en ella.
Ya no me gusto.
Ya no me gustan las cosas que en mi relación con ella puedo hacer.
El yo que desarrollé se volvió a desvirtuar y he de matarle.
Ella es un feo daño colateral. Ya está decidido. Me mataré.
Mataré a ese yo que se ha ido convirtiendo en lo que soy ahora.
Un monstruo que me ahoga tanto que ya no puedo con él.
Cada día que pasa la miento más, me miento más. Cada día… Me odio más.
Ya no tengo ilusión por ella, por mí, por esta vida conjunta.
He pensado en varias formas de ir deshaciendo el amor poco a poco. Construir un muro ladrillo a ladrillo. Ir desfigurándome para que el inminente adiós no duela mucho.
Es mejor así que decirle que he de reinventarme de nuevo, y que eso con ella ya no es posible.
Ayer me probé, me dejé ir, y me gustó. Me gusté.
Me sentí diferente, gracioso, vivo, seductor…
Bailé, bebí, follé y todo como si fuera un ser nuevo…
Regresé por unas horas a aquel fui cuando aún no me habían pisado la cabeza.
El que he sido tantas veces como principios empecé.
El que no es capaz de ver que el problema soy yo.
Ese imbécil crédulo que sueña con dedicar poemas.
Es posible que me dure poco, que pronto vuelva ese yo cansado, decepcionado, destruido…
Pero ante los ojos de lo nuevo, siento que el yo-monstruo es pequeñito de nuevo, que lo puedo esconder y que, quizá, en una de estas, sea capaz de matarle. (Iluso…)
Nietzsche decía que el amor (romántico) es lo más egoísta que existe. Que en verdad uno NO se enamora de otra persona, uno se enamora del YO que otra persona le permite proyectar… Que el amor no es otra cosa que la búsqueda de otra persona te permita ser el YO con el que uno cree que va de ser feliz.
Tú te enamoras de ese yo que te apetece ser… y si eres capaz de llegar a encontrar a alguien que te permite ser ese yo, entonces todo se vuelve maravilloso, y entre esas maravillas, está el ser altruista, transigente, tolerante… Y esas virtudes son (entre otras) las que te hacen engañarte y pensar que AHORA SÍ, que ahora sí que has encontrado el verdadero amor, puesto que aun no siendo perfecta la otra persona, te has vuelto comprensivo con «vuestras diferencias”… Oh, ¡qué mentira más cursi!
Por eso, mientras uno puede ser “alguien nuevo» todo va de puta madre. La ceguera te impide pensar. Pero pronto estar tan escondido ante el otro resulta casi imposible. Pronto el yo verdadero se empieza a filtrar hasta que rebosa y empieza a desbordar…
Por mucho que el miedo te haga mirar la pistola que te apunta, siempre se acaba viendo quién está detrás para apretar el gatillo.
E incluso, a veces, muchas, pero no todas, sucede que te duele mentir al otro, esconderle la verdad de quién realmente eres. Y se pueda creer o no, ese SÍ que es un sentimiento de amor.
Para entonces, irse se convierte en un acto de amor verdadero…
(El primero de verdad… o el último de la farsa…)
Por eso he de irme. Porque la quiero. Porque me quiero querer.
Porque ahora, aun queriéndola a ella… yo… ya no me quiero a mí.