Niñas bien

Siempre me han fascinado todas las mujeres.

Empezando por las pequeñitas, inquietas, bestiales y de chillonas voces de pito y pasando por esa fascinante raza que son las rubias – castaño claro a las que los vellitos de las piernas se les entrevén rubísimos bajo ciertos contraluces; bajo algunas clases de luces.

Asimismo, también conocí a una señora de 11 años que estuvo en mi clase en el colegio y merece especial mención: pesaba 110 kilos y ganaba a pulsos a todos los tíos, incluyendo a los más mayores y al profesor de gimnasia. Un día debió desaparecer y no me di cuenta; luego la busqué y no se la volvió a ver. Nunca volví a encontrar ninguna hembra parecida a aquel ser mitológico llamado Zarah (Sara, i guess), así que en mis últimos años me he dedicado a otras cosas.

Pero cuando era más joven me obsesionaba especialmente otro tipo de mujeres; el de las niñas (siempre he llamado niña o mujer, indistintamente a cualquier fémina de entre 1 y 60 años) que estudiaban muchísimo, sacaban unas notas excelentes y mientras tanto, eran las más desfasadas del lugar. En todo eran lo más que podían ser.

Y hay algunas anécdotas adolescentes sobre ellas. La mayoría van sobre desmayos etílicos en el Carnaval de Cádiz. Sobre empujar ambulancias-carrito de la compra, sudando agobio y libido el grupo entero de tortugas ninja, corriendo hasta el Hospital Puerta del Mar. Todos los tíos peleábamos a codazos implícita y silenciosamente por aguantarla a ella sobre el carrito, no fuera a asomársele un centímetro de chicha por el borde y se hiciera daño; centímetro este sobado y resobado por el que más empujaba a los demás, que había tomado el puesto de aguantador.

Luego nos pasábamos toda la noche en Urgencias, bebiendo Almirante con limón en las sillas de plástico verde de la sala de esperas y sintiendo la aventura correr. Medio serios, con cara de circunstancia y bastante borrachos. Una aventura, que por una o por otra se repetía todos los años, si no en Carnaval en Feria, y que acababa siempre del mismo modo; la madre de la pavita dándonos las gracias y/o un billete de 10 euros para todo el grupo, que siempre volaba -mientras nos despachaba rápido y sin mirarnos y corría por enésima vez a ver a su niña.

Nosotros nos quedábamos allí en fila, callados y sordos; serios porque ya había concluido nuestro cometido y no sabíamos a dónde ir.

Lo que más me impactaba es que esa misma niña; Paula, Marta o Clara llegaba el lunes a clase y sacaba un nueve y medio en el examen de Química; mientras que nosotros un dos. Y siempre del mismo modo, las veíamos marchar rumbo a tíos mayores, rumbo a la incierta Universidad, y a su futuro cada vez más cerca de bebidas caras de nombres exóticos, vestidos raros y elegantes, cigarrillos que ya no serían en los baños nunca más, y otras cosas que ni siquiera sabíamos imaginar.

Coches, también había allí coches, y tíos con gafas de sol esperándolas dentro, y bicicletas o motos de 49 en nuestro lado.

Pero, ay, jamás haría ese gilipollas de las gafas un caballito como nosotros. Pasábamos delante suya, todos vestidos con polos y vaqueros limpios, a modo de última bala, a ver si seducíamos en el último momento a Teresa, Anita o Irene, y conseguíamos llevarla a los baños de minusválidos o a la parte de detrás del gimnasio un rato.

Pasaron los años y siguieron iguales. Estudiaron en la Complutense, consiguieron trabajar en un bufete prestigiosísimo, en una frutería, o se echaron a perder, bajaron el ritmo o siguieron igual, pero al final llegaron antes que todos nosotros allá a donde fueron. Porque siempre, sin saberlo, fuimos detrás de ellas, siguiéndoles la estela: y así es imposible llegar antes.

bluebird Comunicación
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1 Comentario

  1. Y pensar que para mi siempre fuiste un niño bien….jamas imaginé que lo podrías ver desde el mi mismo lado

    Seguimos tras tu estela!!! ;D

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