Manuel es un chico que se llama así porque es el primer nombre que le vino a su madre a la cabeza. No tiene más misterio que el que tiene una persona corriente, pero es raro, mucho.
Escribe donde no tiene que escribir, en los sitios más insólitos.
Le gusta el olor a café, pero bah, detesta el sabor. Se lo bebe rápido, como si tuviera que despertar más aún su cabeza de lo que está de por sí.
Recuerda siempre lo que ha soñado, y cuando no lo hace se lo inventa y se lo cuenta a todo el mundo como si su público fuera el del Coliseo romano.
Le encanta estar donde no debería estar en ese momento, cuanto más lejos mejor, y ver lo que todo el mundo ve pero siempre creyendo que él fue el primero en hacerlo.
Disfruta de esas cosas que no tienen sentido. Se enfada por nada y se rabia por mucho.
Canta mal, tan mal que sus cuerdas vocales quieren huir de él.
Tiene secretos, claramente, pero son de esos que se guarda por el mero placer de guardarlos.
También ha querido como nunca nadie lo ha hecho. Se enamoró cada uno de los años durante el colegio. Fue correspondido, aunque no siempre salió como esperaba.
Le gusta la gente, de todo tipo. Le fascinan las personas que montan un plan en un segundo y las que le hacen reír sólo con verlas. La gente inteligente pero no repelente.
Reconoce a esas personas que te llaman la atención y que sabes que es pasajero, pero quieres exprimirlas como nada, antes de que se te escape la sensación que sentiste en tu interior en cuanto las viste por primera vez.
Le producen ternura los ancianos, y la gente que trabaja de sol a sol para mantener algo en lo que creen. Sabe dar las gracias, puede ser exigente y a veces intenta caer bien.
Todo esto es Manuel, tanto y tan común. Y además, desde la ironía de que quien le conoce de verdad, sabe de su simpleza.