—Un vodka. Solo. Con un hielo y una filigrana de limón.
Aquí está de nuevo. Mi chica de los miércoles por la noche. Creo que se llama Lina. Alguna de las cuatro veces que ha venido me lo ha debido de decir, pero no lo recuerdo muy bien.
Para mí es Lina y me tiene loco.
A estas horas en el bar apenas hay gente.
Hay sentada en la mesa de la chimenea una joven parejita de guiris, tomándose un Gimlet ella y un Whisky Sour él.
Absortos completamente del mundo. Hablan, beben, ríen. Ellos quizá no lo sepan pero son felices. En este momento lo son.
Que fatalidad más absurda esa de que la primera condición para ser feliz es no ser consciente de serlo.
La felicidad se puede vivir en el presente, pero en realidad la felicidad es siempre pasado.
Al menos en la conciencia.
Es fácil. Es tener 20 años, estar en el extranjero, sin preocupaciones de dinero, sin presión familiar ninguna y estar tonteando con alguien al que le pasa algo parecido. Es tener 20 años…
—Qué tal? Cómo te ha ido la semana? —Lina reclama mi atención.
—Bien, como siempre, ya sabes. Apenas he hecho nada. Del curro a casa y de casa al curro… No me da tiempo a mucho más. Y tú? Me dijiste que esta semana trabajabas?
—Sí, y al final trabajo todo el mes. Hago la campaña de navidad. Hasta reyes. Pero en reyes… Otra vez igual. Sin trabajo.
—Bueno, al menos tienes un mes y pico de curro, y luego quién sabe.Lo mismo te va saliendo algo.
Lina anda cerca de los 40 pero no los tiene.
Es morena, alta, delgada y es mejicana. Pero sin duda lo que me atrae más de ella es ese halo de malditismo que parece llevar encima y que le da ese estilazo de femme fatale que me vuelve loco.
Esas ojeras curtidas en noches interminables. En noches de juerga y muchas otras de insomnio.
Lleva las uñas pintadas de negro y suele llevar gorros o sombreros en la cabeza.
Tiene una conversación muy rica. Ha vivido en el D.F., en Nueva York, en Los Ángeles y lleva casi diez años en Madrid.
Le pega tener tatuajes, pero no consigo ver ninguno.
Me gustó nada más cruzar la puerta del bar la primera vez que vino.
Recuerdo que el bar estaba prácticamente vacío, pero yo le puse la carta de cócteles en la barra para que no se fuera a sentar en las mesas.
Me llamó la atención su mirada. Una de esas miradas que según te van mirando se van desenfocando hasta parecer que al mirarte a ti, miran a la nada.
Bueno… Quién sabe si al mirarme, mira la nada…
Tiene una belleza que traspasa las facciones físicas del rostro. Es de esas mujeres que son más bellas cuando gesticulan, cuando miran, cuando ríen, cuando se tocan la boca o el pelo.
Todos sus movimientos son sutiles y muy elegantes.
Eso es innato y ella lo tiene.
El vodka deja al descubierto algunos latigazos. Le hace bajar la guardia.
Se le caen algunos lamentos que seguramente sean lágrimas cuando esté sola.
Es que yo antes…
En aquella época…
Ahora porque estoy así pero yo nunca…
A ver que te vas a creer, que yo he tenido…
Todo han sido curvas. Todo vaivenes, subidas, bajadas. Aún sigue en el interminable bucle de ensayo y error al que parece condenada.
De alguna manera parece un animalito herido y yo muero por lamerle esas heridas.
Pienso en los días en que mí voraz sed de cuerpos me abalanzaba sobre cualquiera que mostrase la más mínima muestra de vulnerabilidad… Olía la sangre y… Pero ya no estamos en esas…
Lina mueve la cabeza al compás de la música. Haciendo pequeños movimientos con el cuello.
El vodka le cierra los ojos y cuando los abre lo hace como si hubiese estado en otro mundo.
Pero me mira, y me sonríe…
Lina no lo sabe, pero la amo profundamente.
Mi pequeña Lina. Esa mejicanita llena de cicatrices que viene aquí para desinfectarlas con vodka polaco. A ahogarlas, a triturarlas, a olvidarlas…
Mi pequeña y desgarrada Chávela… Ven aquí, que yo prometo hacerte el menor daño posible.
Hemos llegado hasta aquí y ahora ya no nos hace falta esconder nada.
Y aunque la conversación es más que fluida, a ambos nos gusta más lo que nos decimos cuando no decimos nada.
Tenemos muchas cosas que no contarnos.
Hemos desvelado demasiados trucos de magia barata para que ahora juguemos a ver quién es el que más hostias se ha dado.
Es como saber que al final de tanto llevar el cuchillo entre los dientes uno se acaba cortando solo ,y por eso ahora cuando las cosas fluyen se deja que fluyan.
Todavía no termino de verme en este papel que cada vez está más alejado de la expectación sexual.
Supongo que ocultar la fatiga me come demasiadas energías como para sacar los dientes de lobo.
Y tengo la sensación de que a ella le pasa algo parecido. Demasiados mordiscos, demasiados lobos.
Las cosas están en ese punto en el que uno llega a plantearse cuestiones como: Y ahora toca follar? De verdad? Es necesario? En serio?
Me veo con Lina dando un paseo tranquilo por Madrid, o revolviendo vinilos en una de esas tiendas de discos de las que tanto me habla. Me veo sentado en un Burger King con una Long Chicken ella y yo con una Doble Cheese Bacon, e incluso me veo dando saltos en alguno de los conciertos que dice que va a ir, pero no la veo follando.
Será que me estoy haciendo más viejo?
A lo mejor a Lina y a mí no nos hace falta follar. A lo mejor Lina y yo necesitamos cosas que no solo se calman en la cama. Es posible que lo que nos haga falta sea dormir mucho. Y estaría muy bien que durmiéramos juntos.
Me es muy raro ver la boca de Lina y sólo ver en ella una boca para besar, donde la meta no es el gemido, aquí la meta es borrar el lamento, cambiar la mueca.
Otra vez la noche se nos ha ido de las manos.
Lina lleva cuatro vodkas y yo unos cuantos chupitos.
Cierro el bar y al echar el cierre me doy cuenta de que tengo que dar un paso al frente.
Ya estamos solos… Qué tensión!
Apenas hay más luz que la que entra por la ventana y la que dan algunas velas que aún hay encendidas en las mesas.
Lina está de espaldas. Sentada en el mismo taburete de toda la noche. No me mira, pero me espera.
Me acerco y la rodeo con los brazos desde detrás hasta dar con sus manos.
Pongo mi nariz en su nuca. Le beso el cuello y noto cómo se estremece.
—Hoy no, no?
—No. Estamos borrachos. Eso ya lo tenemos. Nos merecemos más.