En el año 2040, todo se había cruzado. Los extremos políticos y sociales estaban entrelazados, y existía de nuevo una tremenda descompensación entre los estilos de vida de los individuos de diferentes estatus sociales, causados como siempre por circunstancias que estaban fuera del control individual. Así pues, se organizaban revueltas en las calles donde los sectores más desfavorecidos reclamaban la atención y el apoyo de los más suertudos. Gritaban un lema simple, pero conciso y fundado: “LIBERTAD”. Querían libertad para organizarse, para trabajar, para comer, para beber, para dormir, y nada más en principio. Los sectores suertudos habían limitado demasiado esos aspectos en los últimos meses – casi año.
Facundo Pérez era el líder de la organización social “Libertis”, que reclamaba la mencionada “LIBERTAD”. Facundo era el hijo del antiguo dueño de una compañía aseguradora, pero como los extremo sociales se han entrelazado, pues ahora lidera un movimiento popular y se siente contento de hacerlo. El caso es que Facundo necesitaba un tablero de madera en forma de cartel, para escribir su lema, y así entusiasmar y animar a las masas en la manifestación de por la tarde. Anduvo por la ciudad buscando en los bordes de las aceras llenos de hierbecitas, y en los descampados donde había alambres de espino enrollados, oxidados y semienterrados. Facundo fue cuidadoso y sorteó los alambres de espinos, pasó a través de unas hierbas altas y saltó una valla de ladrillos rota. Veía al otro lado de esa valla un pico blanco, de lo que parecía un tablero de madera pintado, o quizá de plástico. Facundo se quitó las moscas de la cara y alcanzó el pico, tiró y se lo trajo con él. Al final sonó “crjhhhrhj”, a causa de una puntilla saliente de un mueble también abandonado, que proporcionó una corta pero ancha raja al tablero. Facundo no se preocupó, no tenía importancia.
Resultó que el tablero había sido antaño parte del cartel de una peluquería. En concreto de la peluquería “Manuela Torres”, aunque eso no lo sabía ni Facundo ni nadie, porque la peluquería había desaparecido hacía treinta años y en el cartel sólo aparecían las palabras “PELUQUERÍA Y ESTÉTICA”. Por una cara, claro. La otra estaba en blanco, sólo con la raja. Facundo la aprovechó, como hombre práctico que era, para escribir su lema “LIBERTAD” en letras mayúsculas, grandes y negras.
Por la tarde, Facundo lideró la manifestación. Comenzó andando en la cabeza de la marcha, sosteniendo el cartel junto con dos compañeros y gritando por un megáfono las palabras “LIBERTAD, LIBERTAD, LIBERTAD”. Luego pasó a la parte media, para sumirse en el calor y la hermosa pasión de la gente. Acabó en el final, ayudando a los rezagados, que eran señores mayores, calvos con una enorme barriga, que en su juventud ambicionaron estresados grandes sumas de dinero, fumaron cigarrillos y vistieron traje aún en agosto, igual que él.
El caso es que, como Facundo y sus camaradas fueron paseando la pancarta por toda la caravana, los manifestantes fueron leyendo diferentes mensajes a lo largo de la tarde. A veces vieron y corearon el habitual “LIBERTAD”, pero otras veces vieron un novedoso y fresco “PELUQUERÍA Y ESTÉTICA”. Hacía muchísimo calor, había moscas, y todo el mundo estaba sudando. Las señoras recordaron los tiempos gloriosos en los que iban a la peluquería y se emocionaron. Los caballeros recordaron cuando también iban a la peluquería y se tocaron las calvas húmedas y ardientes, con expresiones decepcionadas. Todos los presentes pasaron de la melancolía triste a la protesta pasional. Así, al principio, algunos empezaron gritando “LIBERTAD” y otros “PELUQUERÍA Y ESTÉTICA”, pero al terminar la marcha, el total de los participantes reclamaba en coro “¡LIBERTAD, PELUQUERÍA Y ESTÉTICA!”
Se organizaron asambleas como las que se han organizado toda la vida, y se seguirán organizando. “El derecho a poseer un cuerpo bonito y elegante es algo básico”—declaró Montserrat Benítez a la cadena nacional de noticias—, “una no puede sentirse bien llevando estos pelos de loca.” Y “No sé cómo piensan que vamos a salir de esta situación con semejante aspecto. Tengo puntos negros en la nariz que no me dejan pensar con claridad” (*) —reforzó Matilde Sánchez, una mujer con mucha planta. Los programas nacionales de noticias recogían los hechos, que se extendían por el distrito como hubiese hecho cualquier otra noticia nueva y fresca. Por fin había vuelto la esperanza. Una vida mejor era ahora posible, y la clase desfavorecida suspiraba con alivio.
Así, los manifestantes siguieron reclamando “LIBERTAD, PELUQUERÍA Y ESTÉTICA”. Durante semanas y durante meses, como podrían haber reclamado cualquier otra cosa igual de importante para el funcionamiento de la compleja maquinaria humana. Hubo victorias y derrotas, pero con convicción se consiguió formar un estándar de precios en los establecimientos de belleza, de modo que el total de la población —ya sumergida en un nuevo intercambio de roles sociales— pudo acceder a estos servicios.
(*) Matilde se veía algunos puntos negros del extremos puntiagudo de su nariz, sin necesidad de espejo. Esto la obsesionaba un poco desde hacía unos meses, dado que, para colmo de males no podría quitárselos con pinzas ni con los dedos ni uñas: no salían.