Los momentos aburridos son la antesala del caos. Una Guerra Fría sin americanos ni rusos. Un partido del Mundial en el que las dos selecciones se dan tregua hasta la prórroga. O ya puestos hasta los penaltis. Cuando el sofá te atrapa durante demasiadas horas empiezan a sonar de fondo los violines de ‘Requiem for a Dream’ de Clint Mansell en las catacumbas de tu cerebro. Como queriendo decir que te estás pasando y que la tragedia está cerca. A veces a la vuelta de la esquina, como el camello que te proviene de la droga necesaria para aguantar tu miserable vida.
Ese fin de semana había sido tremendamente aburrido para mí. En mi habitación habían llegado a deambular las típicas bolas de paja de los pueblos deshabitados del Oeste Americano. Se debían haber creado gracias a la mezcla de restos de marihuana, de ron, de pizza y de patatas de bolsa que habían esparcidos por mi habitación. Me había tragado unas cuantas películas de Quentin Tarantino y de Woody Allen. Tan lejanos pero tan magníficos. Y creo recordar que alguna porno. Me quedé a los tres minutos, cuando el ama de casa deja de prestar interés a la tubería para prestárselo al fontanero.
Pero el lunes Paula me tenía preparado el caos. Apareció más rubia que nunca. Claudia Schiffer le tenía unas cuantas cosas que envidiar ese día. Había aprovechado el fin de semana para ir a la playa con sus amigas. Su piel estaba completamente bronceada y el contraste con su pelo creaba una belleza tentadora. Qué coño, irresistible. Me dieron ganas de besarla hasta que me quemasen los labios.
Ella había escogido ir a un pueblo perdido en la montaña ese lunes que para el resto de la humanidad no tenía más interés que el de avanzar hacia el martes y así consecutivamente hacia el fin de semana. Yo pensaba que si queríamos una noche para nosotros solos en la que únicamente existiese el verbo follar no hacía falta irse hacia la nada. Con un hostal de la periferia hubiese bastado. Pero cuando me di cuenta ya estaba rodeado de calles a medio asfaltar, personas de ochenta años, vacas y la señal de sin cobertura en el móvil. Un drama.
Murphy ya nos avisó de que si algo iba mal, aún podía ir peor. Como el día que mi tío Paco se casó y al acabar la boda se encontró a su esposa morreándose con su hermano gemelo. A la larga estas dobles desgracias suelen acarrear algo bueno. Las matemáticas ya dicen que menos y menos es más. Pregúntenselo a mi tío Paco, que está soltero y más feliz que nunca. La cuestión es que Murphy apareció. Lo vi por una de las calles del pueblo –solo tenía tres y tuvieron los huevos de nombrarlas calle 1, calle 2 y calle 3, como si de Nueva York se tratara– sonriéndome con malicia. Me preparé para lo peor.
Lo peor fue que a las diez de la noche el pueblo se quedó sin luz, como el perro sin hueso. La electricidad funcionaba gracias a la energía solar y ese día el sol no había hecho acto de presencia, siendo tan mezquino como el amigo que te deja tirado en mitad de la oscura noche. Me acordé de todos los familiares de los expertos que predican que las energías renovables son el futuro. Así por lo pronto a mí me pareció más un retorno a la prehistoria. La cena aún estaba por hacer. Cogí dos piedras por si hacía falta rascarlas para que saliesen unas chispitas.
Pero Paula me tranquilizó de una manera que admiré por su simpleza. Me mostró sus tetas cuando yo ya estaba a punto de pedir la eutanasia. Las vi gracias al suave resplandor de la luna que entraba por la ventana de nuestra habitación. Sus pezones eran algo demasiado parecido al paraíso. Las matemáticas se habían comportado tan bien conmigo como con mi tío Paco.
–Jack, hazme lo que quieras.
[…] Publicado en Murray Magazine […]