Mario estaba solo. Lo había querido así. Mintió a unos y otros para pasar la Nochebuena solo, únicamente acompañado de Farú, su perro, un pastor alemán que ya era bastante mayor.
—No, no, qué va, no te preocupes, voy a cenar con Paula, Jorge y más amigos
—Quien es Paula?
—Una amiga, mamá. No te hagas líos. Jorge es su marido y simplemente hacen una cena de Nochebuena…
—Deberías haberte venido.
—Ya, mamá, venga, que se me hace tarde. Da un beso por ahí.
—Ay, hijo, qué seco eres!
Paula y Jorge son inventados, no existen. La verdad es que solo se inventó sus nombres, ni se los imaginó siquiera.
A sus amigos les dijo que cenaba con sus padres.
No es que no le gustara la navidad. Simplemente a Mario le apetecía estar solo.
Cuando acabó la media jornada especial por navidad en el trabajo, se juntó con los compañeros. Bebieron bastante y cuando llegó a casa se puso a dormir.
Al despertar recordó que el súper cerraba pronto. Así que se levantó y se fue a comprar algo «especial» para cenar.
Normalmente iba en coche, el súper tiene aparcamiento, y aunque está apenas a 300 metros de su casa, solía llevárselo para cargarlo e intentar no volver en más tiempo.
Pero, al final, siempre se le olvidaba algo y le tocaba ir todas las semanas.
En navidad, el barrio siempre se llenaba de coches y estaba seguro de que si movía el suyo luego le costaría aparcarlo. Decidió ir andando.
En el barrio un 24 de diciembre a las 7 de la tarde, no es un día cualquiera.
La calle se llena de escenas poco habituales. Bueno, en realidad sí que son habituales, lo que no es habitual es que sucedan todas a la vez.
Los chavales de los petardos, los gritos de la gente que está en los bares un poco más alegre de lo normal, los primeros «berridos» de las abuelas a través de los telefonillos.
Ay, mis niños, que ya están aquí!
El súper estaba abarrotado. Mario pensó que estaría más vacío, que la gente no sería como él al dejar las compras para última hora.
Cogió número en la carnicería sin saber muy bien qué iba a comprar. El 75, miró la pantalla y vio que iban por el 63, así que siguió dando vueltas por el súper.
Lo primero que compró fue un par de latas para Farú, una de ternera y otra de conejo. Son sus favoritas.
En casa tenía latas de sobra, pero estas eran de las que no se podía permitir comprar a diario y, al fin y al cabo, era navidad y aunque intentara rehuir de ello, todo estaba impregnado de bolas de colores, espumillones, árboles, papás Noel, turrones… Estaba todo preparado para consumir lo que sea y a Mario le parecía muy triste y aburrido intentar luchar contra ello.
Compró un Rioja crianza de 10 euros, unos langostinos congelados por 8, unas tónicas y fruta.
Cuando volvió a la carnicería sólo había dos personas por delante.
Miró el mostrador y decidió que iba a comprar un entrecot de lomo de buey.
De paso, cogió unas costillas adobadas para otro día hacerlas con unas patatas.
La cola para pagar era tediosa. La gente iba muy despacio y por momentos pensó en dejar la cesta por algún lado y salir corriendo.
Se fijó que en la cola de la caja de al lado estaba una vecina de su bloque.
Se saludaron con la mirada. Levantando las cejas, con un leve alzamiento de la cabeza.
Mario miró la compra de su vecina y vio que llevaba también unos langostinos, un vino y unas botellas «benjamín» de cava.
Pensó que quizá ella también cenaría sola.
Se imaginó hablando con ella y que esa conversación derivara en una cena en casa de alguno de los dos en la que hablarían, beberían, reirían y follarían apasionadamente.
Se fijó en sus tetas, en sus piernas y en su culo. Se sintió excitado con la idea de seducir a esa mujer.
Ensimismado completamente en su ensoñación no se dio cuenta de que la cajera le hablaba hasta que ésta alzó un poco más la voz:
—Quiere llevarse estos mazapanes que están de oferta? 3 euros la caja.
—No, no, gracias.
La vecina y Mario acabaron prácticamente a la vez de meter sus compras en las bolsas.
Mario notó que ambos se sentían observados por lo que decidió deliberadamente entretenerse en un tablón de corcho donde se anunciaba gente para dar clases de inglés o para cuidar a personas mayores.
La vecina iba unos 15 metros por delante.
Mario sabía que la vecina se estaba sintiendo observada y empezó hacer elucubraciones sobre la situación.
Pensará que soy un psicópata que va mirándole el culo?
Le habré caído mal?
A lo mejor le gusto.
Aun así, a Mario le parecía divertido provocar esa tensión. Estar 15 metros detrás de alguien que ni te está viendo ni sabe qué estás haciendo, pero que percibe tu atención desde la distancia era cuanto menos curioso, así que trato de concentrarse en mandarle mensajes con la mente, como si controlara el arte de la telepatía a su antojo.
Vecinita… Vecinita…
Mario aceleró el paso para poder coincidir en el portal.
La vecina fue quien abrió con las llaves. Al abrir la puerta se miraron a los ojos.
Efectivamente, había tensión. Tensión sin describir. Podía ser una tensión buena o mala, pero ahí había tensión.
La vecina cedió el paso a Mario a la vez que le dijo;
—Pasa tú primero que irás más rápido, yo vivo en el último.
—No, no, pasa tú, yo vivo aquí, en el bajo.
—Ah! Perdona.
Ambos rieron.
La vecina se perdió con un «hasta luego» que Mario contesto con un «feliz navidad» y eso fue algo que le hizo pensar que era estúpido. Pero la vecina le respondió con otro «feliz navidad» y eso les dejaba empatados a estupideces. Mucho mejor.
Cuando entro, colocó la compra.
Dejó los langostinos en un plato y los metió en el microondas para que se descongelaran.
Miró en la despensa que había para acompañar al entrecot.
Tenía unas setas, vino blanco, perejil y taquitos de jamón. Por lo que optó por hacerse las setas como guarnición.
Eso, más los langostinos con mahonesa, el vinito y algo de la paletilla ibérica que le habían regalado en el trabajo, eran su menú navideño.
No era una típica cena navideña pero para Mario tampoco era una cena normal.
—Vamos, Farú! Qué luego se hace tarde.
Farú está tirado en su cojín al lado del radiador. Se levanta y moviendo la cola va hasta el recibidor donde está la correa. Mario siempre le hace carantoñas cuando se la pone y a Farú le encanta.
Van a un parque que está a dos manzanas del portal. Allí Mario suelta a Farú pero Farú apenas se aleja.
Hace mucho que no es un perro juguetón. Ya no va a por palos, ni pelotas, ni corre con los otros perros. Farú sale, hace sus cosas, toma el aire y poco más. Apenas Mario se sienta en un banco, Farú va junto él. Farú está muy mayor. Mario piensa que quizá estas sean las últimas navidades que van a pasar juntos. A Mario le da pena pensar eso y por un momento se pone muy triste.
Cuando vuelven a casa Mario prepara la cena y le da una de las latas a Farú.
Mario cena mirando la tele.
Luego se hace un porro y un gin tonic.
Ni a él ni a Farú parecen molestarles los petardos que suenan en la calle.
Se acomoda en el sofá y poco a poco se va quedando dormido.