Me da asco el despertador. El ruido que se repite cada mañana como el pistoletazo de salida de los lugares comunes. La tostadora, el pan de centeno, el té negro carísimo, una de esas pocas cosas por las que merece la pena estar viva, seguir en ellos.
Me asquea el bienestar del agua caliente perfumado con gel exfoliante, la piel imperfecta, las piernas y sus heridas, la sangre en las venas.
Pierdo, cada día, la lucha a muerte con la rutina. Las frases repetidas. Que se repiten. Repitiendo. Repitiéndose. Repitiéndome.
Este despertador dando comienzo al enésimo día de la marmota.
—Qué te pasa?
—Nada.
No hay nada más terrible que eso, que no pase absolutamente nada.