Las luces azules de las sirenas de policía alumbran la estrecha calle.
Un revuelo de vecinos se agolpa en el portal.
Se preguntan unos a otros.
Pero qué pasa?
Ha pasado algo?
La sra. Carmen, vecina del 1ºA, habla con los agentes.
—Lleva dos días sin abrir, no la he visto desde el sábado. Ayer no fue a misa. La luz del cuarto ha estado encendida toda la noche y la gata no para de maullar.
—Pero vive sola?
—Hace dos años que murió su marido. Qué descanse en Paz.
—No tiene hijos? Ni familia?
—Tiene un hijo, pero vive en Argentina Y una sobrina que no sé como localizarla.
Los policías tocan el timbre del 1ºD.
—Señora! Está? Antonia, está ahí? Somos la policía. Está usted bien?
El vecino del bajo A dice que la vecina del 1ºB tiene llaves. La sra. Carmen comenta que Julia, la vecina del 1ºB, está ya de camino.
Los golpes en la puerta se suceden
—Antonia, está usted ahí? Nos oye?
Tras la puerta, y para sobrecogimiento del los allí presentes, se oye maullar a un gato de manera desesperada..
—Ay, la gatita! Se oye a la gatita! —dicen los niños de la puerta contigua.
Los maullidos de la gata se acompañan de arañazos en la puerta. El run run de los vecinos parece presagiar la fatalidad.
Llega Julia, la vecina que tiene llaves. Sube apresurada las escaleras.
Abre la puerta con un policía.
—Hola! Hola! Antonia! Antonia!
Entran por el pasillo mientras Cuca, la gata, les mira y parece guiarles a algún sitio.
La gata entra en la cocina. Los policías van directos al cuarto de final del pasillo, donde hay luz.
Julia, que se espera lo peor, no se atreve a llegar al dormitorio.
La sra. Carmen mira desde la puerta. Un policía tiene cruzado el brazo para que nadie pase, pero las miradas vecinales se cuelan por los espacios que deja el cuerpo del policía.
Los que entraron, salen del cuarto, miran a los de la puerta y hacen un gesto que deja poco lugar a dudas.
La sra. Antonia está muerta.
La sra. Carmen, ya entre sollozos y con la cara compungida, se abraza a Julia mientras se dicen cosas como “pobrecita, al final se ha muerto sola”, “si anteayer estuvimos hablando y no parecía estar mal”…
La gata maúlla y alguien repara en ella.
Arancha, vecina del 1ºC , la de puerta con puerta, se ofrece a darle de comer…
El policía, permite que entre Arancha, con un “pase usted solamente”.
Arancha manda a sus hijos a casa:
—Meteos en casa! Jorge, llévate a tu hermano para dentro!
Son dos niños, tienen 14 y 11 años y en sus caras se ve lo extraña que les resulta la muerte. Es posible que nunca hayan estado tan cerca de ella.
Arancha busca entre los armarios hasta dar con el sitio donde la sra. Antonia guarda la comida de su gata.
Aparece el párroco del barrio y poco después la cuidadora que los servicios sociales mandaron para ayudar a la sra. Antonia con las tareas de la casa y que llevaba con ella desde la muerte del marido.
En la casa hay cierto ajetreo. Policías, el cura, una jueza, las tres vecinas…
Cuca, la gata, está asustada, medio escondida debajo de una silla.
El ir y venir de la gente le desconcierta. Cuca no sabe muy bien qué pasa pero sabe que pasa algo.
Tras las macabras gestiones burocráticas, y ya con la noche avanzada, dos chicos fortachones se disponen a bajar el cadáver de la sra. Antonia.
Cuca mira desde su escondite cómo se llevan a su dueña. No sabe que ya nunca más estará durmiendo a los pies de la cama o entre sus piernas a la hora de la siesta. Pero los ojos de Cuca, esos ojos gatunos imposibles de descifrar, esconden inquietud. Seguro que Cuca sólo quiere que todas esas personas se vayan de su casa y que su dueña despierte y se levante como todos los días.
Julia pregunta qué va a pasar con Cuca.
Todos miran para otro lado.
La sra. Carmen dice que ella no puede hacerse cargo, que nunca le gustaron los gatos, “porque huelen”. Arancha habla de que su marido “la mata” si aparece con un gato. Y Julia dice que el suyo tiene alergia.
La jueza y Olga, la chica de los servicios sociales, hablan de que hay un servicio en el ayuntamiento para casos así, algo parecido a una protectora.
La vida de la sra. Antonia se acabó. Su Dios, dicen, que le ha llamado para tenerla a su lado.
Pero donde están los dioses de los gatos? Esos malditos dioses no han pensado en Cuca?
Esos putos dioses y sus funestas criaturas, los humanos, no han pensado que a Cuca le gustaba que la sra. Antonia le cociera un cuarto de pollo que desmenuzaba y se lo ponía en un platito con un poco del propio caldo. Esos dioses y sus inacabadas aberraciones con forma de personas, no saben que hay que echarle unos polvitos en el pienso porque Cuca, a sus 10 años, tiene problemas en los huesos, o que le sienta mal la comida en lata del supermercado.
Que desde que murió Rosendo, el marido, Cuca ha sido la gran compañía de la sra. Antonia. Que la una sin la otra son seres incompletos. Ese maldito Dios no tiene ni idea de que Cuca a veces tenia pesadillas y con un solo maullido la sra. Antonia se acercaba hasta ella y la acariciaba, y la tranquilizaba.
A nadie parece importarle que Cuca haya perdido a su amiga, a nadie parece importarle que quizá la última preocupación de la sra. Antonia fuera que su queridísima cuca, su última amiga del alma, no se quedara desamparada.
Un policía aparece con un transportín.
Cuca bufa, esta muy nerviosa, le late el corazón a toda hostia.
El poli se pone unos guantes. Cuca se resiste, no sabe qué esta pasando.
Cuca se aferra a la pata de la silla. Está muy tensa. El poli hace fuerza.
Cuca se hace pis.
Al final fuerzan a la gata y Cuca acaba dentro del transportín.
Cuca maúlla.
Llora.
Sus maullidos retumban en la escalera.
Todo el dolor del mundo hace un horrible eco por todo el edificio.
Cuca llama a la sra. Antonia, Cuca suplica con sus maullidos.
—Miau miau miau—.
No hay sordera que silencie las conciencias humanas.