Jaime e Isa

Jaime estaba como loco, no paraba de dar vueltas por el salón.

—¡Hija de puta, hija de puta!

Se sentaba y acto seguido se levantaba, cogía el móvil, abría el whastapp y lo volvía a cerrar, dejaba el móvil en la mesa, cogía un cigarro, lo encendía, lo dejaba en el cenicero, se volvía a sentar, cogía el cigarro, dos caladas profundas, lo volvía a dejar.

Pensó que lo mejor que podía hacer era calmarse, que con una actitud y una voz tranquila seguro que podía sacar más que discutiendo como un loco.

Cuando sonó el timbre, se secó el sudor de la frente y se miro en el espejo. Vio que aunque intentara disimular, la cara de mala hostia no dejaba lugar a dudas.

Fue abrir y se encontró a Isa con dos bolsas del súper llenas de comida y cervezas. Aquello le descolocó, no se podía creer que Isa estuviera tan tranquila. Lo que ya no supo cómo interpretar fue cuando Isa le pidió que le ayudara a meter las cosas en la nevera.

—Te veo muy tranquila tía, la verdad, no sé muy bien que pensar.
—¿Tranquila? ¿Qué esperas?
—No sé, pero estoy flipando, no sé muy bien como tomarme tu actitud.

Isa siguió colocando la compra mientras Jaime fue al salón.

Los ruidos de las bolsas, cajones y puertas pararon.

Isa pasó por el comedor camino del cuarto. Se oyó perfectamente cómo abría el armario y cómo se estaba poniendo ropa cómoda.

Jaime toqueteaba el móvil con impaciencia.

—¡¡Ay!! Que cansada estoy hoy —dijo Isa mientras se sentaba al otro lado del sofá— llevo un día de perros.
—¿Bueno qué? ¿De verdad lo tienes tan decidido? ¿De verdad yo no tengo nada que decir? —la cara de Jaime transmitía furia silenciosa, se le notaba que era una bomba a punto de explotar.
—A ver, tío, vamos a tomarnos todo esto con la mayor naturalidad posible, no olvides que es mi opción y además me hace feliz, tengo ganas.
—¿Cómo qué tú opción? ¿Y yo? ¿No cuento?
—No es que no cuentes, es que la que cuenta soy yo. Es mi cuerpo, es mi decisión.
—Venga coño, no me vengas con esas gilipolleces, sabes de sobra que por ahí no voy a entrar. Sólo quiero que me escuches, que seas fría. Si vas a empezar con historias feministas como argumento, de verdad es que no entiendes nada, es más, lo veo como una provocación, así que por favor, que a mí todo esto se me escapa, pero lo que no quiero es discutir gilipolleces, tu cuerpo… Tu cuerpo… Venga, coño.
—Pues sí, es mi cuerpo.
—No me provoques.
—No te provoco, ha pasado, y lo he pensado mucho…
—¿A qué llamas tú mucho? ¿De cuánto estas? ¿Cuánto llevas ocultándomelo?-
—Tranquilízate, ya te he dicho por teléfono que si no quieres no tienes por qué ocuparte, que ya me apañaré yo, que si no quieres no tienes por qué hacer nada.
—Pero… Vamos a ver, por partes, ¿de cuánto estas?
—De siete semanas.
—¿Siete semanas? ¿Siete semanas? ¿He estado aquí contigo siete semanas? ¿Contigo embarazada y no me has dicho nada? —Jaime se rascaba la barba de forma nerviosa completamente lleno de rabia—. ¡Flipo contigo, flipo! ¡Estás loca!! Hace diez días estabas conmigo en ese sofá borrachos metiéndonos speed… ¿Ya lo sabías ese día?
—¡¡No, claro que no!! No lo he sabido hasta el martes.
—Y le llamas «pensar mucho» a dos putos días. Estás loca, tía, estoy flipando.
—Mira, tío, no se ha buscado, pero ha ocurrido y ahora me apetece tenerlo.
—¿No se ha buscado? Vete tú a saber…
—Eres un cabrón, no digas eso.
—Pero, tía, ¿has pensado por un momento la que se puede liar? ¿Has pensado por un momento la puta mierda que se puede liar?
—Bueno, tío, si no lo quieres, pues nada, ya me apañaré yo.
—Pero, tía, a ver, que flipo, ¿pero cómo vamos a tener un hijo? ¿Con qué? ¿Por qué? ¡¡De haberme imaginado algo así te habría follado tu puta madre!!
—¡Eres un cabrón hijo de puta! ¡No me vuelvas hablar así, cabrón!
—Venga, tía, va, calmémonos, pensemos un poquito.

La tensión que se mascaba hizo que la gata se escondiera debajo de la mesa de rincón. Desde allí vio cómo se le caía la ceniza al cigarro de Jaime.

—A ver, pensemos un poquito —dijo Jaime intentando serenar la voz—. No creo yo que tener un hijo ahora sea una buena idea. No tenemos pelas, yo no tengo trabajo, ni siquiera nos lo habíamos planteado nunca, es más, cuando alguna vez se habló, quedó claro que no lo tendríamos, y sinceramente no creo que debamos tenerlo, yo no quiero, lo tengo muy claro… No, no… Ni de coña.
—Pues, tío, yo sí lo quiero tener, antes era antes y ahora pues… Me apetece. No me esperaba que fueras a reaccionar así, pensé que te lo tomarías mejor, la verdad.

La cara de Isa estaba entre la de sorpresa y la de decepción, pero hacía todo lo posible por mantener una mirada fuerte, altiva, segura.

—Tengo 30 años, tengo un buen trabajo, estoy a gusto contigo y me apetece, no sé… ¿Por qué ha de salir mal? No me parece una tragedia, es un hijo, no un ogro.
—Pero, tía, piensa un poco, por favor, cómo coño lo vamos a tener, es que no me entra ni en la cabeza. Tú tienes 30 años, pues yo tengo 40, no tengo trabajo, llevo una vida de mierda que no me da ni para mí mismo… —Jaime miraba fijamente a los ojos de Isa, que con valentía y decisión le devolvía la mirada—. He llevado una vida llena de drogas, de tabaco, de vicios, de… ¿Pero tú has pensado un poco? —preguntaba Jaime con cara de súplica y desquicio a partes iguales—. Que lo mismo me da un yuyu no tardando mucho —tenía tantas ganas de decir tantas razones que se dio cuenta de que estaba diciendo algunas tonterías, pero tenía la cabeza tan a mil que no pudo pensar más rápido—. Que ya sabes que estoy podrido por dentro, que no pienso en renunciar a nada, pero…. ¿¿¡¡Pero qué coño!!?? ¡¡Que no coño, que no!! ¡¡Que no quiero!! Además no creo que tú y yo estemos tan bien.
—Eres un cerdo, yo sí que flipo contigo. Me estoy poniendo muy nerviosa, me voy a ir, paso de seguir escuchando.

Cuando Isa se levanto Jaime se interpuso en su camino.

—Espera coño, espera, vamos a calmarnos.
—Eres un cerdo, no me esperaba que dijeras estas cosas —Isa se tapo la cara y comenzó a llorar.
—Venga, tía, tranqui, aún podemos hablarlo tranquilamente —Jaime se sentó a su lado, la cogió la mano, se la acarició. Intentó mostrar ternura y habló pausadamente—. No es que tú y yo no estemos bien, es que me parece que tener un hijo en este momento es una locura, que lo único que va acarrear es un jari de la hostia.
—No me comas el tarro, lo quiero tener y si tú no quieres, pues nada, por mí, cojo mis cosas y me voy. De hecho me quiero ir, no me apetece estar aquí.

Isa quitó la mano de Jaime y se fue para el cuarto. Tras ella Jaime, respirando hondo.

—No te vayas así, no me mola verte jodida, por fi, quédate y hablamos tranquilamente.
—Qué va, tío, me voy, paso de ti, eres un manipulador de mierda y me has dicho cosas que sé que sientes, me voy, paso.
—Pero a ver… Piénsalo un poco, un hijo, un hijo, ¡¡joder!! Es muy simple, me parece a mí que algo tiene que importar mi opinión, que algo tengo que decir, no sé, creo yo, vamos.
—Me da igual lo que pienses, lo quiero tener y lo voy a tener, y casi prefiero que no quieras saber de él, porque después de todo esto, de verdad… Hay muchas cosas que tengo que aclarar y, desde luego, para mí, después de saber cómo piensas, nada, nada va a ser lo mismo, no me gusta la gente a la que se le pone la cara de loco agresivo que tienes tú ahora.
—Mira tía, no me toques los cojones que así no vamos a llegar a ninguna parte. Te estoy pidiendo por favor que nos calmemos y que lo hablemos, así que no intentes provocarme para que la discusión vaya a más, no cuentes conmigo.
—Me da miedo mirarte la cara, miedo.
—Pero, tía, a ti se te va la olla. Me llamas, me dices que me vas a dar una sorpresa, me dices que estás preñada, llegas a casa como si nada, con la puta compra, me dices que mi opinión te importa una mierda, me estás provocando todo el puto rato… ¿Y encima tengo cara de loco? ¿De qué cojones quieres tú que tenga cara?
—Me asustas, tío, das miedo, estás desencajado —Isa se tumbó en la cama para ayudarse a poner los vaqueros. Jaime se apoyaba con una mano en el umbral de la puerta del dormitorio.
—Yo no quiero tenerlo. Paso. Debería tener algún peso lo que yo piense.
—Pues no, lo voy a tener, quieras tú o no quieras.
—Venga, vale, imagínate que lo tienes… ¿Y yo? ¿Y si no quiero, no cuento?
—Pues no lo reconozcas, paso de ti, por mí perfecto, firmaré donde haya que firmar para que tú no tengas que preocuparte, tranquilo, no te voy a necesitar para nada.
—Mira, tía, eres una puta loca, no tiene ningún sentido. Me vas a joder la vida, yo no quiero, no he querido nunca. Nunca me he visto haciendo de padre, no me apetece. ¡¡No quiero!! ¡¡No me sale de los cojones!! Me siento engañado, siento que me has tendido una puta trampa.
—¡¡¡Hijo de puta!!! —interrumpió Isa mirando con asco a Jaime—. Una trampa… ¡¡Qué cerdo!!
—Sí, tía sí, me vas a joder la vida, tú y tu puta mierda, no quiero coño, a ver si te enteras, ¡no quiero!
—Pues tranquilo, que lo tengo yo sola.
—Pero… Pero… —Jaime empezó a reclinar su postura hasta la cara de Isa, tenso, muy tenso—. ¿Pero tú qué coño te has creído que soy? ¿Un perro? ¿Crees que soy un perro? ¿Por quién coño me tomas? ¿Tú crees que yo podría vivir sabiendo que tengo un hijo por ahí dando vueltas? ¿¿¡¡Es que crees que soy un puto perro que no tiene sentimientos!!?? ¿¿Es que crees que no me importa?? —Jaime soltaba aire por la boca muy rápido, moviendo los labios de tal manera que parecía que estaba acelerando una moto—. A ver, tía, entérate, tú no puedes cargarme toda la puta vida con esta historia. Si quieres tener un hijo, pues lo hablamos, lo miramos, pero no puedes hacerme esto, yo no quiero, no quiero… —Jaime se mordió la mandíbula, cerró los ojos, giró la cabeza y, aun así, no pudo evitar las lágrimas.

Jaime lloraba.

Sentada en la cama, Isa se recogió el pelo, se puso de pie y se fue por el pasillo. Al irse sus pasos despertaron la curiosidad de la gata que se asomó desde debajo de la mesa de rincón.

bluebird Comunicación
bluebird Comunicación
bluebird Comunicación
bluebird Comunicación

Dejar respuesta

Please enter your comment!
Please enter your name here

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.