Gallinas

Hasta que el profesor Nabokov Sharma no halló la solución, el enigma eterno de por qué las gallinas duermen de pie en palos horizontales había permanecido sin resolver desde tiempos inmemoriales.

El profesor, chasquido tras chasquido hizo sonar su látigo durante años, impulsando una rueda de bueyes que propulsaba su pesada maquinaria científica. Era un déspota curioso, fascinado hasta el alma por los misterios de la naturaleza, algunos tan llamativos y aparentemente superficiales como éste al que nos referimos.

La maquinaria inicial estaba compuesta por propulsores de fotones y por simuladores químicos de reacciones enzimáticas; todos ellos propulsado por la tracción animal de sus bueyes. Con los propulsores simulaba las condiciones de luminosidad en las que emplazaba sus experimentos con seres vivos. Con los simuladores ponía a funcionar la maquinaria viviente delante de sus ojos. Parapetado tras su microscopio de tresmil aumentos, observaba fascinado el desarrollo de movimientos irregulares que él veía como la más pura manifestación de la vida.

Día tras día y noche tras noche, durante innumerables años fríos y secos, el profesor Nabokov Sharma trabajó incansablemente. Con el paso de los años, y tras alcanzar grandes logros en el campo de la semiótica molecular, pasó del estudio microscópico al macroscópico. Y se interesó por la ornitología. El misterio de las gallinas le quitó el sueño durante años, por lo estrambótico de la postura.

Durmió durante tres meses en un armario y luego en una mesa. Quería hallar mediante la experimentación con su propio organismo qué extraño proceso sadomasoquista genera goce al dormir incómodo.

Mantuvo charlas con los faquires de la lejana India, que llegaron a su laboratorio envueltos en túnicas deshilachadas y brumas de misterio. Llegó a la conclusión de que éstos no tenían la solución a sus preguntas, dado que su dolor se quedaba en lo superficial de sus nervios, sin penetrar hasta la corteza cerebral. Habló asimismo con los sobrios budistas zen de la escuela Sōtō, que permanecían en la posición del loto durante horas. Esto le aclaró más, ya que no sentían dolor, sólo una economía de movimientos corporales feliz. De ahí pasó a hablar con los motociclistas, que siempre le habían parecido completos incoherentes. Se le iluminó la cara de regocijo al comprender.

Validó sus hipótesis mediante entrevistas con tres colectivos más: las personas que van andando al trabajo pudiendo ir en coche. Los escaladores de altas paredes que duermen colgados de la roca en tenderetes diminutos. Y finalmente, la última prueba de fuego antes de comprobar con las propias gallinas: las gaviotas que pasan las horas en cables de alta tensión. Dialogó empleando el gavioto: dialecto de graznidos y chirridos que aprendió en su juventud, viviendo en la lejana Cádiz.

Las gallinas le dieron la razón entre cacareos monótonos y picoteos a la hierba. Con un vaivén hacia delante y hacia detrás de su cabeza pelada , confirmaron la hipótesis que llevó al profesor Nabokov Sharma a la más absoluta gloria: las gallinas duermen en palos horizontales porque eso las hace absolutamente felices.

bluebird Comunicación
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