[…] En verdad, fue Foucault quien me metió toda esta idea en la cabeza, aunque para mí no fue nuevo conocer que los verdes nunca eran bien recibidos.
Decidí seguir con el juego, ya sabes, por lo de que el espectáculo debe continuar y todo eso, al menos mientras no recibiera las órdenes pertinentes, que sólo acataría, si llegaran desde Galápagos.
—Una mirada es motivo más que suficiente para que comience la batalla —repitió en voz alta— ¡oye! ¿Me estás escuchando? No sé que pasa por dentro de esa cabeza, pero hoy estás lejano, no sé… quizás…
—Lo siento, ¿me decías?
—Nada, tan solo, ten el oído aguzado, los perros llevan toda la noche ladrando.
Se trataba de la tapadera perfecta, realmente, a ojos de cualquiera, incluso de nuestras propias familias, éramos un matrimonio en toda regla. Incluso a nosotros se nos olvidaba, a veces, de qué se trataba el asunto. Eso sí, ya habíamos hecho nuestro espacio y tiempo de máximo confort entre ambos el momento en el que sonaba el único beso en la oscuridad. […]
