Pláceme tu cuerpo inquieto,
pequeño y de curvaturas
inexactas, aún hoy pleno;
y la sombra que proyecta
en las aceras y esquinas
del siempre irredento tiempo.
Tu cuerpo extrae, ya de noche,
secretos que ya yo no entiendo;
y tapa el planeta, altivo,
la delicia de tu cuerpo.
Y es tu cuerpo nimio brizna
de hierba bajo el rocío,
entre granitos de avena
aún por ser desembocados
en cereal o alimento.
Calculadamente parco,
tu contorno muestra el niño
a la primavera dulce,
aunque el otoño se apresta
a ausentar queja y simiente
de un varón que ejerce, solo,
la ternura presentida,
el oxígeno, el aliento.
Y es por ello y tantas otras
razones que desconozco
o que silenciar pretendo
que tu cuerpo diminuto
es la llama que en ti inflamo
en el hielo, en el fragor,
en primavera e invierno.