Me gustaban los días en los que al llegar nos besábamos y como si de un interruptor se tratara, acabábamos follando como bestias. Me gustaban tus mordiscos, que marcaban mis pechos como a vacas. La manera en la que te arrodillabas, bailando sensualmente, tirándome a la cara tus bragas. Me gustaba que me miraras a los ojos mientras chupabas, mientras tragabas. El cómo te tocabas y me dabas de beber con tus dedos húmedos restregándolos por mi boca, por mi lengua.
Esa manera de darte la vuelta, de agarrarme, de conducir mi polla hacia tus abismos, esa manera de gemir, de gritar a medida que la velocidad se convertía en algo tan frenético como el último segundo del mundo.
Aquellas madrugadas de sudor, de rendición, donde mis manos eran gobernadas por un deseo que las movía solas. Esos despertares metido entre tus piernas, con esa sal matutina que llenaba mi boca.
Los días festivos nos levantábamos varias veces, y varias veces nos dormíamos.
La gata se paseaba por la cama maullando para comer y cuando volvía de la cocina te encontraba dispuesta, brillante en la luz del verano, brillante en la humedad de tu sexo, brillante tras la batalla entre sábanas.
Aquella impaciencia que no nos dejaba llegar al cuarto. Hicimos testigos al salón, a la cocina, al pasillo, al recibidor.
Esa vuelta a los pasos dados recogiendo prendas. Aquí tu vestido, aquí mi camiseta, allí tu sujetador, allá mis pantalones.
Recuperar la respiración en tus tetas aún duras, aún sucias, pringosas.
Ese olor que permanecía en mi bigote hasta el momento de la ducha, que he de reconocer que se retrasaba cuando te ibas.
Y ahora, que llegas sin hacer ningún ruido, que te vas sin despertarme. Que en el sillón solo se ve la tele, en la cocina solo huele a café y en el recibidor solo cuelgan las llaves.
Ahora que los festivos solo son días sin obligaciones, que tu sal ya no oxida mi lengua, que tu culo tapado por el pijama ya no me habla, ni me pide.
Qué ha pasado? Por qué no vuelven esos días?
Quién se los llevó?
