Epistolario I

Querida Pilar:

Sin grandes aspavientos comienzo esta suerte de correspondencia pública. Pese a a ser pública, la escribiré como si fuese un diario íntimo, una reflexión propia o peor aún -según los estándares convencionales- una correspondencia privada con algún amigote. Mi diario íntimo ha pasado a estado de breves anotaciones concisas sobre hechos, sin apenas reflexiones ni nada que remotamente parezca literario. Quizá me enrolle escribiendo sobre el color del cielo o sobre una mañana en la que me levanté especialmente temprano –que es a lo que me dedico ahora: durante mucho tiempo me acosté temprano… pero al revés. No sé cuanto dormiría este comemagdalenas, pero seguramente menos que el que teclea–.

Las reflexiones propias no pasan de demasiado breves descripciones sensoriales del entorno. He dejado de saber escribir como solía, Pilar. Fue después de escribir mi proyecto de fin de carrera, a la carrera, durante dos semanas. El lenguaje científico y conciso se me metió entre los pliegues cerebrales y provocó una sinapsis pero al revés –aunque como siempre, según desde donde se mire– y las metáforas finas en las que basaba mis textos dejaron de significar nada.

Además, dejé de fumar hace unos tres meses. ¿Qué impulso íntimo autodesctructivo, qué saña, qué íntima satisfacción de entregarse al vicio va uno a emplear como gasolina creadora si ya no fuma? En lugar de eso, de aquellos miles de productivos cigarrillos tratados como alimento, como pescadilla que se muerde la cola, como cápsulas de ímpetu creativo… ¿qué queda? Un cigarrillo de hierba con algún amigo muy esporádicamente, un puro es otro caso similar, o una pipa en una azotea de Madrid a las seis de la tarde cuando el sol empieza a lanzarse cuesta abajo (esta es muy concreta). Sólo escribe quien, como dijo hace unos años Ramiro Pinilla en una gloriosa entrevista hecha por Enric González –y yo leí hará una semana–, no saca lo que tiene dentro de otra manera. El que habla, o pinta un cuadro, o viaja en una furgoneta, ¿qué escribe? Qué lástima, por otro lado, haber descubierto al maestro Pinilla el mismo día de su muerte.

Lo que sí me interesa últimamente es la literatura de viajes. Lea usted también otro artículo publicado hace poco por JD sobre la editorial Varasek. Esas cosas sí me tiran de verdad actualmente, como también me gusta el libro Hotel Nirvana de Leguineche, o Shogún, de James Clavell. Estoy también desde hace unos meses centrado en el budismo, la cultura extremo-oriental, el zen y el shinto. Si le interesa, hágamelo saber y le explicaré algo en la próxima carta. De este modo leo los breves libros de Dōgen y leo lo siguiente: Zen es zazen. Zazen es sentarse con las piernas cruzadas y la espalda recta, y dejar la mente fija en un punto concreto. Es eso se basa la doctrina (el budismo Sōtō). No se sienta uno a hacer zazen para llegar a una iluminación posterior o para comprender alguna idea ni nada así, como tratan otras religiones o la mayoría de enseñanzas de cualquier tipo (piense en su estancia en la escuela y posteriores). Se sienta a hacer zazen para hacerlo, y no hay más; sólo hágalo bien.

También vi hace poco una película ‘Jiro dreams of sushi’, que trata de un japo de ochentaysiete años que lleva unos setenta haciendo sushi, y es cojonudo; el chaval tiene tres estrellas Michelín. Decía él que la gente que conoce trabajan para conseguir algo, pero él no, no cree que deba hacerse así: el trabaja para trabajar, sin más. Se sumerge en su trabajo y alcanza un nivel acojonante. Como Harry, de ‘El caso Harry Quebert’. Lea ese libro también. Por parte de ese tal Dicker, su autor, parece de bastante mala educación escribir algo tan adictivo, es jugar sucio, es equiparable a poner porno en los anuncios publicitarios. Sin embargo el puto Harry hace unas reflexiones bastante buenas acerca del trabajo.

Espero que no te hayas dormido aún. Este epistolario es mi reconciliación con escribir algo que pudiese llamarse literatura. Y además nunca he trabajado realmente, y ahora que estoy haciéndelo, estoy sumergiéndome en gente que habla acerca de las virtudes del trabajo, de madrugar y de ser constante. Cuéntame tu cosas y te dare mi opinión y consejo de exfumador, exalcohólico, estudioso del budismo, viajero, muy madrugador, bebedor de té y matemático repudiados de las matemáticas per se. También actual bebedor al 60%, lector de haikus y novicio en la ingeniería.

Sin ningún otro particular, me despido

Con presunto afecto,

G.

bluebird Comunicación
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