Querida Pilar
Pretendiendo ser lo más ameno y veraz posible, voy jugar limpio e ir al grano. Varias cosas: una, que la inspiración last minute panic de Calvin & Hobbes de la que hago gala ahora mismo (ojalá que pongan los señores de Murray la viñeta de imagen del artículo). -Calvin & Hobbes son geniales, casi a la altura de Mafalda-. Y otra, que, sin pretender ofender, pensaba que ibas a responder mi carta con mayor originalidad y, al menos, interés por tu buen trabajo (me escudo tras el poder de la distancia y de que lo peor que puedas hacerme es; o no responderme jamás e invitar a los editores a vetarme, o apuntar al cuello en tu próxima carta -lo cual espero con ilusión, si eso produce historias reales y vívidas-).
Reitero el sin pretender ofender. Nos venden que todo es original y ocurrente, y no lo es. Otro documento acerca de ello es una canción llamada “sin talento”, interpretada por el primer hipster de la historia de España, autodenominado señor Mostaza. Cada uno lleva su estilo, pero, (a) el costumbrismo tiene sus límites (yo he pecado de ello hasta la autolesión), y (b) los tópicos también llenan sus huecos y ya no caben más. Por eso voto por escribir lo que me apetece, y fuerte y fundamentalmente inspirado en la carta que Zooey leía en “Franny & Zooey”, escrita por Seymour al propio Zooey. Esa carta, junto con el haiku
La niñita del avión
que giró la cabeza de su muñeca
sólo para que me mirase
y algunos más, son de las pocas referencias que me quedan. Guardemos las palabras redundantes para los escritos académicos y/o oficiales. A raíz de esto, reivindico una vez más, y por primera en público la literatura que cuente algo, algo. Y por extensión las conversaciones que cuenten algo, y gente que cuente algo, y que por tanto, haga algo. Y finalizo la carta con la primera historia verídica y vivida en mis propias carnes que recuerdo justo ahora, y que creo un poco digna de ser contada. Dice así:
Yo estaba en aquella ciudad gris y mojada, fría y desapacible. Quise comprar hierba con algunos amigos, y era algo más tarde de lo que debiese.
Ningún camello de los que conocíamos estaba disponible, y era un poco tarde como para asumir que daba igual y que mañana sería otro día (eran unos años algo turbios). Me quedé sin voz esa misma noche, fruto del frío y la humedad.
Fuimos al barrio árabe (calle Elvira, creo recordar) tres personas: Álvaro, Inés y yo. Fuimos a la peluquería en la que siempre se podía pillar, pero estaba cerrada. Pensamos que, joder, siempre había moros ofreciendo material a los que íbamos pidiéndolo a gritos sólo con la imagen (que es muy importante es la época borrosa de cada uno). Lo interesante de aquella época es que no era sólo vivir un poco en una nubecilla de sopor, sino hacer cosas veraces -siento la necesidad irrevocable de usar esta noche, esa palabra-.
Luego todo cayó y ya nadie quería hacer nada intenso y sólo queríamos fumar pitillos de liar y hablar de poesía abstracta y de tías (también las tías hablaban de tías, y eso era algo hermoso). Luego dejamos de drogarnos tanto y empezamos a currar, como te comenté en la carta anterior, pero en aquella época aún teníamos ganas de jugárnosla. Decidimos preguntar -yo callé ya que no tenía voz, ni tampoco demasiadas cosas que decir- gentilmente a un moro joven que tenía el pelo afro de medio metro de largo (ergo 4/6 pi^3 de volumen), dos metros de alto y cara muy simpática, y que estaba hablando con otro moro de mucha más edad, que comía cuscús con algo marrón y que no hacía nada más. Samir dijo que claro, que sabía de alguien subiendo toda calle Elvira que podía pillar algo para nosotros, y llamó desde su móvil a su conocido dealer. Habló quince minutos en una jerga incomprensible; y ya no voy a contar más.
Porque leí una vez que los buenos artículos tienen o menos de cuatrocientas o más de tresmil palabras, y este ya se me está yendo. Además así busco algo de inspiración durante esta semana, y obviamente, en tu esperada respuesta.
Reitero mi respeto por ti y por tu obra (ya que no me respondiste de usted, me he tomado la libertad de seguir con la corriente de tuteo), y por favor no te ofendas. Esto es sólo un grito por hacer algo que cuente algo.
Un afectuoso saludo,
G.
Puedes leer aquí la primera carta de este Epistolario. Y aquí la segunda.