Querido Guillermo:
Tanto tiempo sin recibir una carta, ni siquiera un triste mail… Es curiosa la inmediatez que vivimos. Durante la adolescencia escribía cartas como si se me fuera la vida en ello, pensaba mucho cómo escribirlas, qué contaría, qué extensión tendrían, si habría dibujos, algunas, incluso, eran perfumadas y besadas justo antes de ser metidas en uno de los muchos buzones que había en mi barrio. Creo recordar que sólo queda uno. Luego llegaron los mails, que ya no olían, ni a tinta ni a nada, y nos facilitaron la tarea. No había que romper folios si la letra no era lo suficientemente redondeada ni hacer corazones en los puntos de las íes. Ahora ni siquiera eso. Ahora nos valemos de la mensajería instantánea y, si la pereza nos puede, basta con entrar en la red social de turno para comprobar que todo va bien. Qué mundo tan extraño, verdad?
Con esta prisa en la que estamos inmersos y a la que nos vemos expuestos no es raro que no escribas como solías hacerlo. Yo tenía un cuaderno, con mi foto y una cita de ‘Lost in Translation’. Es curioso, la última vez que lo abrí, me di cuenta de que ahora, todo eso que antes plasmaba ahí, lo tuiteo. Sin pudor, venciendo a la timidez sólo porque sé que nadie me está mirando mientras me expreso, aunque sea en clave. La mayoría de las veces en clave. Yo es que siempre fui breve, como buscando que el lenguaje esté tan desnudo como yo cuando uso las letras para despojarme de la ropa para ser verdaderamente yo.
El humo… El humo no es más que parte del atrezzo que siempre ha rodeado a los escritores malditos que tanto nos perturban, que tanto nos atraen irremediablemente, pero, dime, de verdad queremos ser como ellos? Mejor dicho, de verdad ellos eran tan malditos? O sólo era la marca del escritor grabada en la mandíbula la que les impulsaba a hacernos creer que sí? O la nuestra la que nos hace verlos como tal?
Ramiro Pinilla lo tenía claro y, precisamente, eso venía a decir esa frase de ‘Lost in Translation’ de la que te hablaba: “quise ser escritora, pero odio todo lo que escribo e intenté hacer fotos, pero eran muy mediocres”. Qué pasa cuando odias lo que sacas de dentro, cuando no tiene forma ni orden, cuando no consigues encontrar la belleza. Es más, y si la belleza no existe? Ni el arte… Te dejo un fragmento de una de esas novelas demoledoras de Richard Yates, un fragmento de esos que llevo clavado en las entrañas.
Al carajo con el arte… El mundo del arte es un mundito sospechoso. ¿No es gracioso que nos hayamos pasado la vida entera persiguiéndolo? ¿Muriéndonos por estar cerca de alguien que pareciera comprenderlo, como si eso pudiese servirnos de ayuda, no dejando nunca de preguntarnos si tal vez está irremediablemente fuera de nuestro alcance, o incluso si tal vez ni siquiera existe? Porque he aquí una interesante proposición para ti: ¿y si no existe?
Un beso,
Pilar.
Puedes leer aquí la primera carta de este Epistolario.