El Parque de las Tetas

El día ha sido de nuevo largo.

Comenzó muy temprano.

La ducha, el café, limpiar la arena de la gata.

Sales a la calle y ves que aun el día no se ha despertado del todo.

El metro a esas horas se llena de legañas y bostezos.

La repartidora del 20 minutos me sonríe, yo le guiño un ojo. Es de las pocas alegrías que un miércoles a las 7:30 de la mañana me puede dar.
Rondará los 20 años. No sé desde cuándo lleva repartiendo. No más de un par de meses. Antes había una chica colombiana. Muy maja también.
Es una chica muy normalita, pero tiene una sonrisa llena de vida. Un pequeño chispazo de magia antes de sumergirte en la rutina que me lleva a odiar y amar a la humanidad a partes iguales.

El vagón del metro está lleno de rostros a los que a fuerza de coincidir conviertes en “extraños conocidos”.
Son como la gente con la que coincides a la hora del desayuno en el bar.
Gente a la que le inventas una vida para ti mismo.
“Mis vecinos del metro” son varios, con algunos hago el trayecto casi entero, e incluso hay alguno con el que coincido a la vuelta.
La señora que siempre lleva bolsas de plástico. El hombre que lee libros digitales. La mujer de los best seller, la chica que no deja su móvil tranquilo…

Llegas al taller y tienes que hacerte a la idea de que las próximas 8 horas estarás ahí metido entre máquinas grasientas que hacen un ruido espantoso.

Y el día se empieza a dividir en pequeños momentos. El momento de los cigarros, apiñados como animales en un pequeño porche. El momento del café, el de ir a por el pan, el de comer, el del pacharán. Y entre momentos, las máquinas, el ruido, la jefa, el jefe, el pelota, la putón, la cascarrabias, el pánfilo y toda esa mierda de gente que me hacen sentir muy pobre.
Tan pobre de tener que ir día tras día a un sitio donde lo mejor que te puede pasar es que vayas al baño y haya papel.

Así que al final del “laboro” uno acaba extenuado, sobre todo mentalmente. He luchado contra las ganas de matar a más de uno, e incluso he tenido que luchar contra la idea de que el suicidio es una salida digna ante tanta mediocridad.

El viaje de vuelta en metro no es mucho mejor, pero al menos tiene la recompensa de llegar a casa, de la gatita, de la tele, del libro de Saramago, del sofá.

Pero hoy necesitaba oxígeno, necesita respirar hondo.

He subido andando hasta el cerro del Tío Pío. El Parque de las Tetas.

Y aquí estoy, y desde aquí veo todo Madrid, sus tejados, sus antenas, su pirulí, las 4 torres de la Castellana, el edificio de Telefónica…

Me divierte buscar sitios de la ciudad.

Por ahí me pille un pedo… allí vivía Miriam… por esa zona estaba la casa de mi abuela… allí follé… allí está el parque donde íbamos a por porros…

Me siento en un banco y estiro las piernas.

Tengo todo Madrid a mis pies. Todo Madrid bajo mis Doctor Martens.

La sensación no está mal. Que pocas veces miro a tanto hijo puta desde tan arriba.

Pero hace frio y el sol y su último naranja se han marchado y por aquí ya solo queda gente corriendo, gente sacando a los perros y gente osada que se besa en el césped. Chavales a los que las hormonas les protegen del frío.

Me voy para casa. La gata debe estar hambrienta.

Hay que ir cerrando el día.

La visión de Madrid de noche me parece esplendorosa, magnífica.

Bajo hacía casa y paso por el chino para comprar el pan y un litro de leche.

Cenaré y prontito a dormir.

Mañana más mierda. Pero que tengan cuidado que yo sé de un sitio en Vallekas que estoy tan alto que el día menos pensado les cago en la puta cara.

bluebird Comunicación
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