El oncólogo, qué médico tan funesto.
Qué extraña barrera la que separa al médico que diagnostica del médico que cura.
Cuando te dicen que has de ir al oncólogo te vas preparando para lo peor…
«Señor Moreno, le hemos detectado unas manchas en el pulmón derecho que hay que estudiar. Son unas manchas relativamente pequeñas, pero feas. Y dado su historial familiar y a sus hábitos es mejor que lo estudiemos con más profundidad».
Lo primero que se me pasó por la cabeza fue un «bueno, ya está, llegó, era de prever, así que no te asustes.»
Pero ahora estoy acojonado.
Aún no lo sabe nadie, quiero pensar antes de hacer nada. Quiero saber qué me pasa para saber qué decir.
Estos últimos días desde que me dijeron que me tenían que hacer pruebas los he pasado prácticamente solo.
Pedí unos días libres en la oficina y apenas he salido de casa.
Se me han pasado muchas cosas por la cabeza.
He tenido momentos de mucho bajón, e incluso momentos de reproche.
Pero bueno, todo esto era algo que siempre estuvo detrás de cada día de mi vida y mentiría si dijese que no lo esperaba. Aunque eso no le quita ni un ápice al miedo que ahora tengo.
Hay una parte de mí que ya se ha rendido, no hay tanto por lo que luchar.
Una vez que se fueron muriendo las gatitas todo se volvió una mierda.
Al irse ellas se llevaron las ganas. No he conseguido superar esa penita.
Pero ahora, de repente, me ha salido un instinto de supervivencia que me impide pensar en que quizá lo mejor sea dejarse llevar.
Ya me podría haber salido cada vez que la estaba cagando.
Hay una parte de mí que afronta con dignidad el hecho de que todo esto es una consecuencia. Pero no quiere sufrir.
Una parte que acepta el castigo, pero no quiere ver a los míos llorar.
No soportaría tener a mi madre delante y decirle que me voy… que no voy a luchar más allá de lo fácil, puesto que esa ha sido mi manera de vivir, siempre fui a lo fácil, creo que no sabría hacerlo de otra manera.
El miedo no es a desaparecer, el miedo es al dolor físico, a las miradas de lástima, a los reproches en los ojos ajenos, a los pensamientos del «joder, qué putada«.
He hecho tantos análisis de mi vida que ahora que tengo un motivo para mirar atrás están todas las imágenes medio borradas, como una cinta de VHS pasada un millón de veces.
Siempre pensé que cuando llegaran estos días estaría preparado, que tendría la fuerza en la espalda para cargar lo que hice con la nariz, con los pulmones.
Pero no, no estoy preparado.
No me veo sin fumar, sin beber, sin salir, sin follar… medicándome a todas horas, o con algún tratamiento más agresivo.
No sé si he de luchar por ética, por obligación como ser humano, si he de luchar por mi familia, por los amigos de verdad…
Tengo la sensación de que por muy mierda que sea mi vida ahora, he construido un pequeño castillo que debería defender.
Mis cosas. Cosas como el acordeón que me regaló Isra, o las tiras japonesas que me trajo Iñaki, la foto con Nico en Londres , con Sergio y Pablo en La Pedriza… el poster del «An American Prayer» que me lleva acompañando de casa en casa desde hace más de 25 años.
Defender la batería de cocina San Ignacio que me regaló la tía Paloma cuando a los 18 años me fui a vivir con Sandra y que aún sigo utilizando.
Mi caja de recuerdos, donde guardo cosas desde la infancia y aún hoy, a mis 45 años, guardo alguna que otra chorradilla.
Los vasos del Ikea, el plato en el que Lore me trajo unas costillas riquísimas, mis libros… los comederos de colores de cuando vivían las 4 gatas…
Puede que el saber que me iba a hostiar me haya hecho estar lleno de odio en los últimos tiempos, y es muy probable que haya faltado a muchas de las leyes éticas tales como la amistad, la lealtad, el ser buen hijo y hermano, y puede que todo eso esté tan podrido que fuera una parte más que abarataba el precio de tener motivos para hacer lo que quisiera con mi cuerpo, sin importarme lo que ahora me toca pagar.
Creo que he desgastado mucho mis relaciones, mi visión, mis ilusiones, mis expectativas, mi amor…
De un tiempo a esta parte, he ido saldando cuentas cual justiciero sabiéndose condenado.
Y si lo miro por ahí, no encuentro demasiados motivos para vivir una vida rancia de pobre de mierda que siempre estará jodido.
Pero si miro a mis cosas… si miro lo poco que he llegado a tener, pues sí que entonces veo que quizá no sea justo que me rinda, que «mis cosas» no se fueron de fiesta y que aún nos lo pasamos bien juntos, como cuando cocino con la olla, o cuando veo mi tele, o escribo en mi ordenador acompañado como siempre de mis fotos y mis pósters de Pearl Jam, de Bukowski, de Camarón…
Me habré hecho un materialista? Me habrán hecho un materialista?
Sospecho que yo no soy de esos que son capaces de dar una vuelta a su vida, cambiar de hábitos, de conductas y tener una nueva perspectiva del futuro. Si hubiese podido hacerlo lo habría hecho antes, pero nunca pude.
Se me pasan por la cabeza esos reportajes en los que alguien aprende a vivir con alguna lesión grave, tipo tener que vivir en silla de ruedas o haberse quedado ciego y jamás pude mirar la tele más de un minuto.
Serán héroes, tendrán una capacidad de superación de la hostia, pero no puedo verlo, siempre pensé que si me pasara a mí no sabría aceptarlo.
Qué serán esas putas «manchas»? Espero que no me pongan a prueba…
Lo único seguro es que para mí se acabó el recreo, está tocando la sirena…