A los y las profesionales que nos recrean este mundo incierto con belleza, ironía y realidad.
Las cortinas silban un viento que acaricia su nuca. Y sin pensarlo, así, como de costumbre, balancea y deja caer su cabello negro sobre unos hombros desnudos, expuestos al calor de un verano prematuro.
Se sienta ante su máquina de escribir, mezcla de pragmatismo y añoranza, intentando parir palabras que nacen de un insomnio itinerante, placentero y arriesgado a la vez.
Mañana le espera un largo día de entrevistas y montajes. Pero no lo puede evitar, por más que se prometa cada mañana que esa misma noche se rendirá a Morfeo sin condiciones.
Simplemente no lo puede evitar, está en su naturaleza, en sus entrañas, en su piel… Y cada noche su mente sonámbula da rienda suelta a toda la ternura, el descaro, la sencillez y las ganas de cagarse en dios y en todos los santos del cielo, cada vez que recuerda las miserias y las grandezas de las caras que ese día se han cruzado por su vida.
Todas las palabras hechas carne en un folio reciclado y con tachones, mezcla de tinta y sudor. Ese olor tan familiar e intenso que le vuelve los sesos del revés.
Sus dedos moldean sonidos que martillean los sueños ajenos y amenazan con llamar a la policía. Son las tres de la mañana, no son horas.
No es un capricho, no es una patología de la mente o el sueño. Simplemente no lo puede evitar… No se puede dormir hasta que no vomita todas y cada una de sus criaturas, desde la más pequeña hasta la mayor… Pasando por la justicia, el amor, la vergüenza ajena, los derechos humanos, la violencia machista o la libertad. Todo cabe entre sus dedos.
Pero esta noche, no hay lugar para alabanzas y reproches ajenos. Esta noche, comienza su solemne ritual desnudando su alma, hablándole a su propio ego.
“Cuando despierte, ya te habrás ido. Ya habrás vestido tu alma de una coraza invisible y espesa, para que no pueda pasar el sol entre tus costillas, sin permitirte siquiera sentir su calor y su justicia»…
Ya puede dormir tranquila, ya se ha fumado sus nervios. Sabiendo que cada noche volverá a romper la promesa que se hace al oír el sonido del despertador.
Porque sabe que no tiene remedio. Sabe que está condenada al dulce placer de la inspiración.