Don Medrano

Medrano

Lo hemos tenido que llevar a un «centro de mayores». Lo que toda la vida fue una residencia. Una puta residencia con todo el peso peyorativo que tiene la palabra.

En las últimas semanas estaba incontrolable. No podía salir a la calle, se ponía violento y agresivo. Y en casa, Sandra, la cuidadora, ya no se hacía con él.

Creo que ha perdido suficientemente la cabeza como para no darse cuenta de lo que le está pasando. Es cierto que a ratos tiene lucidez, pero apenas le da para reconocernos.

Las enfermeras dicen que no da mucha guerra.

Uno piensa en esta gente que los cuida y se da cuenta de que hay que estar muy entrenado para ver no solo a la muerte tan de cerca, es más, mucho más, conviven con el fin, con la vejez, con la más dura vejez.

Son las limpiadoras de la sala de espera de la muerte.

Es verdad que no me trago mucho ese «cariño» a veces empalagoso y casi siempre a grito pelado con el que tratan a los viejecitos. Pero también es verdad que uno ve que no podrían vivir involucrándose más. De hecho, no sólo se les disculpa, sino que se les entiende porque se empatiza rápidamente.

Además, a nadie le gusta pensar que a su abuelo lo está tratando algún enfermero hijoputa.

Y creo sinceramente que a mi abuelo lo están tratando bien.

Para la gente de su generación acabar en una residencia era poco más o menos que acabar abandonado. Como si tus hijos y tus nietos te hubieran dejado colgado al final de tus días. Un acto que aceleraba en muchos casos el final.

La verdad es que el centro de mayores, mitad hotel mitad hospital, tiene todo tipo de comodidades y cuenta con atención medica 24 horas al día. A mis padres y tíos les está costando una pasta.

Al principio vi todo este asunto muy desde el punto de vista de mi abuelo.

Me parecía una putada. Creía que llevarle allí era abandonarle.

Pensaba mucho en cómo se lo iba a tomar. Yo no quería que se muriese lejos de su casa. Ese era su deseo. Allí, en el Paseo de Eduardo Dato, en pleno barrio de Chamberí, donde había vivido más de 40 años con mi abuela.

Uno cuando tiene más de 90 años es mucho más que una mierda de cuerpo debilitado.

Uno con esa edad lo es todo, es una vida entera. Se ha llegado.

Y como si del purgatorio en vida se tratara, ahí están, en la vejez más longeva, todos juntos. Otra vez sin nada, desnudos, dependientes, los ricos, los pobres, todos.

Pero detrás de la mirada perdida, difícil de fijar con ese tembleque en la cabeza, está todo por lo que ha pasado.

Están sus costumbres, sus manías, su genio, su mal genio, su amor…

Así que ahora que todo eso está escondido en algún sitio del alma cada vez más distante de su cuerpo, pensaba que lo más importante para él era conservar sus referencias.

Su sillón, su tele, su mando a distancia, la foto de la abuela en la mesilla.

Ese paseo gruñendo hasta la plaza de Chamberí, tomar el sol, volver para comer pasando por el quiosco para saludar  a la señora Carmen y para casa, a que te duchen, a que te limpien el culo, a que te camuflen unas acelgas en la ensalada de pastillas multicolores que se han convertido en el ultimo reloj de tu vida.

Por las mañanas, las blancas y las azulitas. Al mediodía, la rosa y la verde. A media tarde, la naranja y morada, y a la noche, la azul oscura. A poco le darán una negra.

Supongo que llegar a verse así le hace a uno perder la noción de las cosas.

Tiene que ser muy duro. Te pasas media vida pensando que eres más joven de lo que dice tu carnet, que siempre estás mejor que tus años, que tu cuerpo no hace justicia a tu mente…

Pero llegas a esta edad… y ni cuerpo ni mente y me pregunto: Cuando los recuerdos se empiezan a borrar, qué coño te queda para seguir tirando?

Simplemente creo que es injusto. Y feo, muy feo.

No hace tanto estaba dando vueltas por el barrio. Le gustaba tomarse un vinito en el bar de Paco antes de comer.

Allí se juntaban varios jubilados que no hacían más que hablar de fútbol o de política.

Luego compraba el pan donde Pili y se subía a comer sobre las 2 que era la hora en la que mi abuela ya tenía hecha la comida.

Cuando murió mi abuela dio un bajón tremendo.

Uno no reflexiona mucho sobre el amor entre abuelos, pero cuando mi abuela se fue, supe que hay un amor inmenso que no sabe de cuerpos.

Mi abuela se llevó una parte muy grande de mi abuelo, y él se quedó con toda la parte material que es la que la mantiene viva más allá del recuerdo.

Porque cuando mi abuelo se vaya, se irá con él esa parte de mi abuela que él se quedó. Y que gracias a él, sigue aquí.

Las vivencias, la juventud, los secretos, las penas, las alegrías, los días de vino y rosas…

Se irán las dos vidas juntas. Para siempre vivirán juntas, la muerte las fundirá mucho más de lo que lo hizo la vida.

Mientras viva su recuerdo, éste siempre les mantendrá unidos.

Estos últimos años he ido viendo cómo se apagaba, lentamente, doblegándose, dejándose llevar, pero aun así no he dejado de ver su aureola.

Una aureola que no es más que la acumulación de todo lo vivido, y eso pesa y por eso se va encogiendo, diluyendo…

Ahí está, Don Medrano, apoyándose a una cuidadora y a un bastón, con sus gafas de pasta y su abrigo gris. Viejo, acorvado, chepudo, pequeño como un pajarito.

Pero ahí está, levantando los brazos como un campeón, ahí está el tío, ha llegado, está en la puta meta, no se puede llegar más lejos. Simplemente ha ganado.

Que mierda que no lo pueda disfrutar.

Así que pensaba que lo justo es que se muriera en su casa, que se muriera junto a sus toallas, a su tazón verde, junto al galán que noche tras noche sujetó su ropa.

Allí donde ha pasado toda la vida. Allí es donde morirán todas esas cosas que solo él y mi abuela compartieron y me parece una verdadera putada que esas cosas y él se mueran por separado.

Pero vejez y justicia son una macabra dicotomía.

Así que ahora asisto perplejo a este estiramiento fatal que no le deja en paz.

Y cuando voy a verlo a la residencia y trato de mirarle, veo que ya no le veo.

Entonces al irme sin saber si eso es estar vivo, miro para atrás y me doy cuenta que en verdad su mecedora está ya vacía.

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Madrid. 1975. Me deformé en colegios e institutos públicos. Castizo de varias generaciones, callejero, noctámbulo, fotógrafo y escritor autodidacta.

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