Cero grados sobre la piel.
El silencio me susurra.
En la nuca, en el oído.
Siento su aliento y estoy perdida.
Le dejo hacer. Dejo que me penetre.
Y ya no es tan malo.
Pido más:
Más, por favor, más.
No hay calor en mi útero.
Ni carne en las entrañas.
Estoy tan vacía
como la nevera,
que me mato de hambre,
que me destruyo
para saber que sigo viva.
Soy la soledad
de una estación de servicio
con la cisterna rota.