Daniel y el señor Beli

Daniel vive con su abuela. Sus padres fallecieron en un accidente de trafico cuando el era muy pequeño y su abuela, viuda ya desde hace tiempo, se hizo cargo de su hermana de 6 años, de su hermano de 10 y de Daniel, quien acaba de cumplir los 12.

Para la abuela, con una pensión mínima y con una edad muy avanzada, el hecho de “criar” a los nietos a veces le queda un poco grande.

Aunque nunca les falta de nada, sí es verdad que con más de 70 años la abuela no da mucho más de sí.

Como Daniel es el mayor de los hermanos ayuda en las tareas de la casa y en todo lo que su abuela le pide, pero Daniel es un niño. Al fin y al cabo, apenas ha cumplido los 12 años.

Le encanta jugar al fútbol. Todos los martes y los jueves vuelve del colegio con la ilusión de ir a entrenar.

Sube corriendo las escaleras para preparar la bolsa de deportes.

Metódicamente, va metiendo los utensilios.

Primero, para que acaben en el fondo, mete las botas de fútbol.

Son el último modelo que lleva Messi y que le ha regalado su tía en su reciente cumpleaños.

Luego mete las espinilleras, los calcetines interiores y las medias.

La camiseta, la sudadera y el chándal lo lleva siempre puesto.

Todo, como bien le ha enseñado su abuela, lo guarda en bolsas de tela, salvo las botas que las mete en una bolsa de plástico porque suelen acabar mucho más sucias.

Sobre las 5.30 de la tarde pasa su amigo Raúl a buscarle en el coche del padre que les lleva hasta el campo de La Paloma para entrenar.

Cuando llegan los padres se quedan en la grada viendo el entrenamiento de sus hijos.

Primero unas vueltas al campo. Luego unos toques de balón, alguna charla técnica y lo que más le gusta a Daniel, unos partidillos a media cancha.

Daniel no es ningún virtuoso.

A esa edad los chicos que van desarrollándose de manera precoz parecen gigantes, hombres, al lado de los que todavía les cuesta dejar el cuerpo de niños.

De hecho, a Daniel, que pertenece al grupo de chicos aún por desarrollar, le da vergüenza ducharse en los vestuarios y siempre pone algún tipo de excusa para no hacerlo.

Algunos de sus compañeros tienen “pelos” en las axilas y en los genitales. Daniel no, y eso es algo que le acompleja tremendamente.

Los más desarrollados no sólo lo son en el aspecto físico, sino que también son los chicos más atrevidos, algunos gamberros e incluso muchos tontean ya con las chicas.

Esa posición de poder les hace burlarse de los chicos como Daniel.

Así que Daniel se expone lo mínimo posible ante los, a veces crueles, comportamientos de sus compañeros.

Pero si hay algo de todo esto que a Daniel le produce mas tristeza es que nadie de su familia va a verle a los entrenamientos, ni siquiera a los partidos.

Salvo el señor Beli. Un vecino prejubilado por un problema de artrosis que ronda los 60 años y que, por pura compasión, va de vez en cuando a verle jugar y verle entrenar.

La relación del señor Beli y de Daniel ha existido siempre, puesto que vive justo debajo del piso de la abuela de Daniel desde hace más de 30 años.

El señor Beli y su mujer, Milagros, siempre ayudan a la abuela.

A veces, se quedan al cargo de los chicos, o van a buscarles al colegio, acompañarlos a médicos, recados…

Daniel y el señor Beli tienen una única conversación, el futbol.

A Daniel le divierte mucho bajar a casa de su vecino con la tablet y enseñarle al señor Beli vídeos de Youtube con jugadores de otras épocas y eso al señor Beli le encanta.

Se tiran ratos viendo vídeos de Pelé, de ‘Mágico’ González, de Maradona, de Zidane, Van Basten…

Si en la tele de pago echan algún partido interesante, Daniel le pide a su abuela bajar a ver el fútbol con el señor Beli.

Cuando baja a su casa, Milagros, la esposa, siempre le prepara un vaso de cocacola light y un plato con aceitunas y patatas fritas.

El señor Beli siempre se bebe un vino tinto. Un rioja, puesto que tanto el señor Beli como Milagros son riojanos.

Para Daniel, La Rioja es el sitio donde se hace el mejor vino del mundo y unos maravillosos caramelos de café con leche de los cuales siempre que suben a Logroño le traen una bolsa, que cuidadosamente administra su abuela.

A Daniel le encanta morder esos caramelos que hacen que se le queden pegados los dientes.

Cuando en el colegio los niños hacen regalos para el día del padre, Daniel suele regalar esas manualidades a sus tíos, pero este año en el colegio la propuesta es hacer unos muñecos de tema libre en arcilla, y Daniel tiene pensado hacer un Maradona para el señor Beli, quien siempre habla de Maradona como el mejor jugador de fútbol desde Di Stefano.

A mediados de marzo las tardes se alargan y las horas de sol invitan al señor Beli a salir a dar una vuelta.

Hoy ha decidido ir a ver entrenar a Daniel.

El señor Beli coge su sitio en la grada pero apartado del resto de padres.

Es un hombre listo y sabe que Daniel está en esa edad en la que uno siempre quiere dar la sensación de independencia, así que se sienta y apenas hace nada más que mirar como entrenan los chicos.

El entrenador, para que los chicos no se despisten, los pone hacer los ejercicios físicos al lado del campo, el más alejado de las gradas.

Mientras están haciendo estiramientos, Raúl y Daniel se dan cuenta de que en la grada están los amigos “malotes” de los “chicos grandes” del equipo sentados comiendo pipas y riéndose justo encima del señor Beli.

Raúl le dice a Daniel que le están tirando las cáscaras.

Daniel mira y ve cómo están haciendo el tonto.

Le hacen burla.

El señor Beli se quita de mala gana las cáscaras y dándose la vuelta increpa a los chicos que piden perdón entre risas y burlas.

“Perdón, abuelo”.

Siguen haciendo el tonto y cuando el señor Beli se da la vuelta se ponen a disimular.

“Abuelo, que no se preocupe, que ha sido este que está tonto, perdone”, “tú! No tires más pipas al señor!”, “abuelo, no se enfade, que se me han caído en su cabeza”…

Pero según se da la vuelta vuelve a ocurrir lo mismo.

Los chicos del equipo se dan cuenta y empiezan a hablar entre ellos.

“Mira lo que le hacen al vecino del Dani, mira qué cabreo”.

Algunos se ríen…

“Mira lo que le hacen al cojo”.

Todos miran a Daniel y buscan su reacción, pero Daniel no mira. Es el único de todo el equipo que no mira.

“Tú, enano, cómo eres tan cagón? Es que no vas hacer nada?”

Daniel siente mucha vergüenza. Miedo. Por primera vez en su vida se da cuenta de que haga lo que haga sabe que es una guerra perdida, si dice algo es posible que luego tomen represalias y se rían de él o, incluso, es posible que alguno provoque una de esas peleas de “exhibición” tan desiguales que en verdad no son ni peleas. Es, sencillamente, una paliza de uno a otro. Y si no dice nada quedará para siempre que es un “cagado”.

Raúl mira a su amigo y sabe que por dentro se está muriendo, pero Daniel sigue sin querer mirar. Como si eso le excusase de saber lo que pasa.

“Mira qué hijos de puta, le han escupido!”

Daniel mira como el señor Beli se quita el salivazo con un pañuelo.

El señor Beli mira a Daniel, pero Daniel mira hacia el suelo.

El entrenador y algún padre van a ver lo ocurrido tras las voces del señor Beli.

El entrenador también mira a Daniel, y Raúl, y Mustafá y Óscar y Mateo y, la verdad, medio equipo.

El señor Beli consigue cruzar la mirada con Daniel.

Daniel baja la mirada.

A los gamberros un padre les ha plantado cara y ha conseguido que se vayan.

Hay risas entre los grandotes del equipo celebrando el “atrevimiento” de sus amigos.

El señor Beli se va.

Nunca se lo perdonará.

El señor Beli sí, ya es un hombre y sabe perdonar y olvidar, pero Daniel no.

Nunca se perdonará haberse escondido.

Ese día Daniel no se hizo un hombre. Pero ese día Daniel dejó de ser un niño.

bluebird Comunicación
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