Frente a una hoja en blanco dibujo un círculo; es perfecto y no titubea en ningún punto. Sólo he usado un compás, dos palos unidos por un extremo, un pincho en un lado, una mina de carbón en otro. Y con ese simple artilugio y un suave giro de muñeca se logra la perfección. Un trazo que no tiene ni principio ni fin, ni antes ni después, ni bien ni mal; un elemento neutro que descansa en un poso de eternidad.
¿Podríamos ser nosotros así? No, y no tratemos de engañarnos. Somos buenos o malos, feos o guapos, ricos o pobres, listos o estúpidos, leales o traidores… y así un sinfín de dualidades (esas sí que son eternas). Yo mismo soy una persona contradictoria, ¿cómo podría aspirar a la perfección de una circunferencia? Podemos crearla, pero no imitarla.
Una chica entra en el bar. Es preciosa. Muchos dirán que es una mujer perfecta, y no andarían desencaminados. Pero es una persona como cualquier otra, con sus demonios internos, sus dudas, sus miedos, sus pasiones, sus fetiches, sus orgasmos, sus lloros… de nuevo un sinfín de cualidades, muchas de las cuales se interponen unas con otras en una batalla que la aleja (a ella y a todos nosotros) de esa neutralidad que desemboca en lo eterno.
Se habla del futuro, de seres humanos que vivirán doscientos y trescientos años, de enfermedades olvidadas, de horizontes alcanzables… pero digo yo, ¿seremos realmente capaces de equilibrar las balanzas? Miro a mi alrededor y tomo conciencia de lo que me rodea; una pareja discute a dos mesas de distancia; al lado de la puerta una camarera atiende con amabilidad a un cliente y éste ni siquiera se digna a mirarla; en la calle se escucha el claxon de un coche seguido de demasiados insultos para tratarse de un simple malentendido. El mundo actual muestra un desequilibrio cada vez mayor y la eternidad es una triste quimera.
¿Cómo queremos vislumbrar el futuro si para llegar al mañana hemos de hacer malabares?
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