Un sol radiante entra por la ventana, las gatas maúllan hasta que les he dado la comida. A Perla la estoy dando de comer aparte. Está muy delgada. Uno la toca y puede notar sus huesos, sus 19 añazos… 19 años deben ser muchos en un gato y, aunque está delgada, está muy viva, muy activa y no ha perdido ni un ápice de su genio. En la habitación hay una chica. La verdad poco importa su nombre, podría ser cualquiera, podrías ser tú, o tú, o cualquier otro cuerpo de los que se pasean por mi cama. En la mesa, los restos de una noche muy larga, otra más, otra sin fin, otra noche para recordar que tengo que olvidarme de estas noches. El cenicero lleno de colillas, una papela chupeteada y una bolsita donde aún queda algo de coca. Un disco de la Velvet con restos de mil rayas, cocaína impregnada en la cara de Lou Reed. Dos pajitas de color rosa, un millón de clínex, ceniza, dos copas aguadas donde una rodaja limón y una cáscara de naranja toman forma de fetos muertos en un tarro de formol. El olor del salón aún no se ha desprendido de la noche. Humo de tabaco, porros, nevados, olor a sexo, lubricantes, alcohol, sudor, sangre. El dolor de mi garganta, la tos, el sabor amargo de mi boca…, mi nariz…, mi puntiaguda nariz… Puedo perfectamente recomponer esta noche vivida mil veces. Puedo volver a lamerme las heridas y prometerme una y otra vez que esta ha sido la ultima. Esa voz que no deja de fustigarme en forma de lamentos y remordimientos.
“Para qué lo haces si cada vez te lo pasas peor”.
“Si no tienes un duro”.
“Mírate la nariz y los dientes”.
“Te deja la cabeza hecha polvo”.
Encontraría mas de un millón de motivos para dejar a un lado toda esta mierda y tratar de mirar a las cosas de frente, para en un alarde de valentía enfrentarme a ellas, pero no sé si quiero, si me apetece, si puedo o si ya no merece la pena. Hay una hora, una fatídica hora donde la sangre me empieza a recorrer el cuerpo a una velocidad superior a la razón, donde encuentro motivos en los bolsillos, excusas para todo. Donde las promesas son falsas, y aun sabiéndolo son inmensamente más bellas que las promesas reales. La cara tensa. La boca seca y muchas horas. Del servicio de un bar en Malasaña mi coche me lleva hacia sitios sórdidos, a veces me lleva a casa, al escondite perfecto, mil pajas, vídeos, tetas, culos, coños, pollas, bocas, tensión… Otras veces el coche me arrastra por la ciudad, me lleva a sexo con desconocidos, en casas desconocidas, sexo sin control. Cuerpos boca arriba, cuerpos boca abajo, rayas en las mesas desconocidas, poppers, pastillas, velocidad, mucha velocidad… Abro la ventana y oigo unos pajarillos. Me asomo pero no consigo verlos. No hay una sola nube en todo el cielo de Madrid. Una ducha, y a toser a otro lado.