Las tardes en la tienda se me hacen un poco largas.
Trabajar en un centro comercial es como trabajar en un hormiguero.
Apenas ves la luz del día.
Hay veces que cuando entro por la mañana está nublado y si sale el sol más tarde ni me entero.
Pero eso no es el peor.
Lo peor es, sin duda, Melendi y Dani Martín.
Los ponen 10 veces al día.
Miedo me da que saque el disco Alejandro Sanz…
La tienda donde trabajo está a las puertas de un supermercado, así que el trajín de gente que entra a preguntar me tiene entretenido.
Vendo muebles en una tienda especializada en colchones y sofás.
Después de haber estado un par de años sin un trabajo fijo, currando en un montón de sitios de camarero por la noche, este curro me parece que está bien.
No gano mucho. Lo suficiente. Me apaño.
Y, bueno, son muchísimas horas, pero estoy contento.
Tener una rutina diaria ha dado cierta serenidad a mi vida.
Ahora me levanto con el día, como a la hora de la comida y ceno y duermo al llegar la noche.
Tengo clientes de todas las edades, sexo, raza, clase social…
Si bien es cierto que vienen más mujeres y de clase social hay más media-baja…
No tengo preferencias, yo vendo y punto, pero no soy un robot y hay a gente a la que vender se me hace más ameno que a otra.
Ser vendedor de muebles no es ninguna vocación, es un trabajo y poco más.
Desde un sitio así uno puede ver las diferencias sociales entre la gente. Su correlación con la situación económica en sus vidas y cómo eso les condiciona a la hora de abordar diferentes temas.
Cosas que les hacen parecerse los unos a los unos y los otros a los otros.
Se nota mucho las diferencias de esfuerzo que les supone el hecho de hacer una compra de algo tan banal y a la vez tan importante como un colchón.
Hay gente a la que veo que un colchón de serie modesta se les hace caro. Que para ellos es un esfuerzo grande. Entonces intento hacerles ver que es un colchón de puta madre.
Si tú me preguntas qué colchón me llevaría te diría que éste sin dudarlo. Ahora, si me preguntas si está justificada la diferencia de precio con la diferencia de calidad, te diría que no. De verdad que aunque sea un colchón barato es un colchonazo. Yo lo vendo muy tranquilo. De hecho, se lo he vendido algún amigo y está encantado.
Trato de que no se sientan “pobres”. De que no se lleven la sensación de que sólo pueden permitirse lo más “barato”.
Ocurre en algunas ocasiones que “la pobreza” de esa gente les ha “encallado” tanto el alma que saben lo que hay, no se lo creen, no me creen, saben lo que se llevan, pero agradecen la intención.
Mi experiencia de más de 20 años vendiendo me dice que no es vender mucho, es vender bien.
Podría ser un vendedor de los que te meten las cosas con calzador. Supongo que a mis jefes les gustaría más, pero me gusta pensar que aún me queda un poco de ética y prefiero que la gente se quede a gusto. Al fin y al cabo, excepto cuando estoy en esta tienda, el resto del día soy un cliente más.
Con el tiempo he ido perfeccionando una intuición que hace que sepa un poco qué es lo que quiere cada persona.
A veces vienen clientes que no me gustan tanto. Gente que viene preguntando si hay cosas en mal estado, es para un piso de alquiler, lo van a tratar mal, así que algo baratito, total, para que lo destrocen…
Ese tipo de gente suele ser gente más acomodada. Gente que de verdad se merece que le destrocen la casa.
Tanto es así, que la gente que compra para pisos de alquiler cumplen casi siempre un mismo patrón. Un patrón un tanto miserable.
No hace más de dos semanas, estas cosas por excepcionales se recuerdan, vino una mujer de unos 60 años con su hija buscando un colchón para un piso de alquiler.
Eran gente trabajadora. De hecho me contaron que la hija se había tenido que ir a casa de la madre porque las cosas no les iban muy bien. Que se veían obligadas a alquilar el piso para ir tirando.
Cuando les mostré los colchones, empecé por el más económico.
Éste es un colchón muy decente. Tiene dos centímetros de viscoelástica por cada lado. Con un núcleo de HR de 18 kilos de presión, la verdad, es un colchón que para el precio que tiene está muy bien.
Pero la señora me sorprendió.
No, hijo. Algo mejor. Este tiene pinta de ser muy normalito. Que es para una pareja de inmigrantes que se tiran todo el día trabajando. Se van por la mañana y vuelven por la noche. Que por lo menos descansen bien. Y, total, 100 euros no me van a sacar de pobre.
En esos momentos uno piensa que si existe el cielo esta señora debería tener barra libre.
Hay una extraña relación entre ambición y ética, entre pobreza y solidaridad que en una tienda de muebles se acentúa.
Es curioso el sinfín de hombres, muchos ya en edades cercanas a la jubilación, que vienen de “avanzadilla”.
Muy bien, majete. Se lo contaré a mi mujer y que se pase ella.
Apúntamelo en una tarjetita, que se lo lleve a la jefa.
Ese tipo de hombres me parecen siempre cordiales.
Hablan de “pedirles permiso a sus mujeres” con cierta simpatía. Como dando a entender que ellas entienden más de “estas cosas”.
Es como si escondieran tras la figura de su mujer cierta ignorancia. Me parece tierno que se escondan de esa manera.
Pero hay un tipo de hombres a los que no puedo procesarles más asco.
Son esos hombres de mierda que viene aquí con sus mujeres y para ellos estar con ellas aquí o allá es un suplicio.
Aunque, en realidad, me parece que todo les parece un suplicio.
No sé cómo serán sus vidas, pero me parecen personajes cuyo comportamiento dice mucho y mal sobre ellos.
Te gusta a ti? Pues cómpralo y no me des más la tabarra.
Yo a qué he venido? A pagar, no?
A mí qué más me da! Compra lo que tu veas, a mí me da igual.
Pero vaaaamos, que llevamos toda la tarde.
De verdad se puede ser más asqueroso?
Salen con sus mujeres como quien saca al perro. Seguro que con sus perros tienen más comunicación.
Se me viene a la cabeza alguno de estos microhombres que ahora duermen en habitaciones con muebles realmente horteras, cursis y feos. Qué se jodan! Por no opinar.
Ese es parte de su castigo.
Hombres de mierda que han ido minimizando a sus mujeres hasta el punto que al final, ellas solo llegan a tener libertad para elegir los muebles y con eso ellos sienten que las están “dando un capricho”, que las atienden por el hecho de pagar…
En estos días me ha ocurrido una historia de esas en las que a uno le dan ganas de intervenir.
Pero no se puede. Yo sólo vendo muebles.
Se trata de un matrimonio que pasará por poco de los 60 años.
La señora sabe que a su lado lleva un cenutrio, un viejo gruñón y amargado con el que no puede contar para nada.
Pero ella ya lo tiene asumido desde hace tiempo y ha conseguido encontrar cierta paz y felicidad en el bienestar de sus hijos y nietos.
Habla de ellos con cariño.
Mira qué bonitas son las fundas de estos, para los niños.
Escucha, hombre, no seas así… Estos dos colchones para la habitación pequeña, que hay que poner dos camas, que si vienen los niños tengan ya dos camitas, cada uno la suya.
Se llevaron al final varios colchones.
Durante toda la venta el señor no paró de gruñir, le hubiese tocado la polla pagar 1000 pavos de colchones con tal de irse.
Hasta resoplaba el espécimen.
Le tome los datos para llevárselos al día siguiente. Era un sábado.
Pero el lunes, a primera hora, nada más abrir la tienda, volvieron los dos.
La señora se había equivocado en el tamaño de uno de los colchones.
Qué disgusto tengo, hijo.
En principio le conté que un colchón una vez abierto y por higiene no se puede cambiar si no es porque haya llegado defectuoso. Que cambiarse así por así no se podía.
Que yo me fiaba de que no hubiese dormido en él nadie, pero que mis jefes no me dejaban.
El energúmeno del marido la empezó a increpar, por poco no le llamó tonta.
Sentí ganas de escupirle en la cara.
Tenía tanta rabia que le dije a la señora que no se preocupara, que se lo cambiaría.
Hablé con mis jefes. Les conté lo sucedido. Les dije que por favor, que había que hacer una excepción.
Me comprometí a hacer el cambio yo mismo en mi coche.
Llame a la señora. El teléfono lo cogió el marido, pase de él y pregunté por ella.
Le propuse llevárselo a las 5 de esa misma tarde y la señora me dijo que a esa hora no podía recibirlo porque estaba en rehabilitación, que si podía ser un poco más tarde.
Me ajusté a sus horarios y quedé con ella.
La mujer se mostró muy agradecida e incluso me quiso dar una “propinilla”, un billete de 5 euros. No lo acepté.
A la mañana siguiente la mujer se pasó por la tienda, quería una almohada.
Al preguntarle si la quería de látex o de visco, recordé lo de la rehabilitación y le pregunté si era por problemas de cervicales, puesto que tenemos un modelo especial para esas dolencias.
Lo que me contestó la señora me entristeció tanto que por unos segundos no vi que detrás de aquello, que delante de mí, había una pedazo de mujer enorme.
Un verdadero acto de rebeldía, una verdadera heroína, una puta diosa.
No, hijo, si no me pasa nada. Estoy como una rosa. Digo que voy a rehabilitación porque me estoy sacando el graduado escolar y mi marido no me deja. Y no quiero que se entere…
Y así pasan las tardes en el centro comercial, vendiendo colchones, recibiendo lecciones…