Asomarse a una fotografía en blanco y negro debería simplificar las cosas. Empuja a pensar que todo es sí o no. Verdad o mentira. Pero todo es verdad, hasta la mentira.
Asomarse a una fotografía en blanco y negro debería reconciliarnos con el maniqueísmo. El bien y el mal. O luz o ausencia de luz. Todo o nada. Pero hasta la ausencia precisa de un sujeto para dotarse de sentido.
Asomarse a las fotografías que me presta María no simplifica estas cosas, aunque las encuadra en un contexto, en un lugar indeterminado del que estamos ausentes, pero un lugar al fin y al cabo. Un emplazamiento carente de referencias objetivas, pero no de significados. Y los significados a las dos instantáneas de María me los dicta ella: viento, soñar, volar, tormenta, anhelo.
Ambas fotos muestran lo mismo: una mirada. Ya sea la de la mujer silueteada, ya la de la cámara que mira a la mujer perfilada. En el fondo ambas precisan de lo mismo: de ella y de ti. De ella que congeló ese instante remoto; de ti, que ahora miras a través de su mirada. Lo curioso es que mientras su mirada es seguramente infinita, lo que opinamos sobre ella resulta efímero. Esto es así porque el universo se compone de un número indefinido, y tal vez infinito, de miradas, y de un número indefinido, y tal vez infinito, de tonalidades que van del blanco al negro, mientras que nuestras opiniones son sólo nuestras. Sí, ya sé que esto puede parecer maniqueo, pero como lo tomo prestado de Borges toca asentir.
Sensaciones, conjeturas y opiniones… nuestra percepción queda reducida a estos supuestos, y se mezclan en un imposible racional que nos impulsa a volar mientras sentimos que el viento doblega armoniosamente los juncos. Anhelamos volar, y para elevarnos necesitamos soñar, y sentir que nos acaricia el viento.
Mecido por el viento, levitas, y no caes hasta que amenaza tormenta. Porque si al sentir el viento vuelas, al advertir la tormenta todo cambia. Y lo que era ligero, casi etéreo, se transforma en algo plomizo. Porque la tempestad siempre llega en forma de pesadilla y cae sobre ti despejando efímeros pensamientos.
Sueñas con volar, pero cuando arrecia la lluvia tus anegadas alas imaginarias te impiden despegar. Sin embargo, tu anhelo no desaparece: cada vez que veas el perfil de la mujer de la foto o los juncos que ve esa mujer volverás a sentir que un viento amable te acaricia, te envuelve, te arrulla, te hechiza. Parar el tiempo es lo que tiene: sentimos lo que sentimos en aquel preciso instante. A veces con alegría renovada, a veces con nostalgia, pero las caricias, el roce de tú contra mí, tu ternura convertida en tacto, siempre significará lo mismo por mucho que vueles, que sueñes, que anheles que el viento te lleve a otra parte. Por muchas tormentas que nos separen esa impresión no cambiará en ti, aunque puede que sí en mí, pues tu mirada plasmada en esas fotografías, la brisa propicia que las mece y me acaricia, ya es eterna.
Las imágenes que acompañan a este texto son de María López Castellanos.