Barrio

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La cola del supermercado siempre me ha parecido un sitio realmente curioso.

En el supermercado del barrio hay dos cajas y, vayas a la hora que vayas, siempre están llenas.

Generalmente suelo estar muy atento para poner lo más rápido posible mi compra en la cinta.

Coloco la compra en el orden inverso a como quiero guardarla en las bolsas.

Delante de mí hay una señora de unos 45 ó 50 años con su hija adolescente.

Hablan mientras guardan las cosas.

–Espérate y no guardes los huevos, los huevos lo último. Si es que solo estás pendiente del móvil. Mira que te lo he dicho veces. Que se rompen todos. Los huevos siempre lo último.

La señora mira a la cajera, busca su complicidad. La cajera sonríe mientras pasa los productos.

–Es que, hija, está en la edad del pavo. A ver si se echa un novio, porque, vamos, no se puede estar más tonta.

La hija ni mira. Solo espera que un rayo de Zeus atraviese a su madre allí mismo.

La madre no contenta sigue hablando en voz alta y busca con la mirada a otra señora que ríe y que acaba soltando un “mi nieta está igual, se van a quedar tontos de tanto móvil”.

Siento tanta vergüenza ajena que soy incapaz de mirar a la chica. Sé que la pobre está pasando un mal rato.

Al otro lado de la cola, dos señoras hablan sobre una tercera.

–Pues la ha dicho el médico que tiene que guardar reposo, así que para que no baje, la subo yo el pan. Sube esta tarde y la ves, que la va hacer mucha ilusión, que se tira la pobre todo el día en casa.

–Esta tarde no puedo. Me traen a mi nieta, hoy trabaja mi hija y no la recoge hasta la noche. Pero mañana por la tarde me paso a verla.

La señora de la hija sigue a su rollo. Para caerme mejor, ha volcado el monedero en la cinta y se ha puesto a buscar monedas…

–Espera hija, que tengo muchas monedas… que se me acumulan… me has dicho con treinta y dos céntimos… ¿Sí, no? Toma…

La hija ya no aguanta más.

– Venga, mamá! ¡Qué pesada!!

– ¡Ay, niña, cállate un poco y no me pongas más nerviosa! Que tonta la niña esta, que la da vergüenza todo.

Dos chicas de no más de 20 años miran y se compadecen de la hija.

Chicas de barrio, chonis de pedigrí. Chándal, culazo, mini piercing en el labio, chicle, ombligo al aire, pendientes de oro rizado, cadenita de la virgen… ¡Buff! ¡Me encantan! Destilan sexualidad.

La cajera acaba. La hija sale casi volando de allí. Me toca por fin…

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–Hola, buenas, dame tres bolsas grandes.

La cinta avanza y la cajera va pasando la compra.

Espaguetis, leche, vino, suavizante, aceite…

Lleno las tres bolsas.

Voy hacia el coche cargado. Reposo las bolsas en la puerta, para cogerlas de nuevo con mayor facilidad.

En la puerta hay un vendedor de cupones.

Una pareja de mediana edad se acerca al vendedor.

– Hola Manolo, dame el siete.

El vendedor, con problemas en la vista, pero no ciego, palpa los billetes, estira la tira y arranca uno. ¡El siete! Joder, ¡cómo controlan!

–Dame dos mejor, anda, que no me das un premio nunca.

–Ya quisiera yo darle un premio. Por cierto, me contó Anselmo, el de el estanco, que su hija vive en Londres. Es que la mía se va en abril al extranjero, la ha salido un trabajo allí.

La señora interviene para dejar claro quién es quién en el barrio.

–¿Ah, sí? Mi hija lleva ya dos años. La va muy bien. Bueno y habla inglés que es una maravilla. Al principio se les echa de menos pero luego…

–La mía es que es muy joven… ¿Qué años tiene la suya?

–30 los que haga en agosto.

–¡Ay! Es que la mía tiene 22.

–Venga, Josefa, que te enrollas como las persianas –dice el marido mientras le guiña un ojo al vendedor. Y yo me pregunto si el señor “habrá visto” ese gesto.

Abro el maletero y meto la compra.

Cuando intento salir hay una furgoneta descargando.

Un chico de unos 30 años me mira con la mano en alto pidiendo disculpas.

Yo levanto la mía con un claro gesto de que no se preocupe.

Enciendo un cigarro y bajo la ventanilla.

El vendedor de ‘La Farola’, un chico marfileño, habla con un señor que al parecer está esperando a que salga su mujer del súper.

–Oye, Mojamé, ¿y a los chicos esos que les pasa? ¿Cómo hacen esas cosas?

–No sé, son locos. Nostra religión dise que no matar. Esos chicos son locos, muy locos.

Salgo del parking, giro a la derecha y cuando voy a girar para subir por mi calle me encuentro con un coche con las luces de emergencia.

De él sale una señora que me vuelve hacer el gesto de que perdone, que es un minuto…

La puerta de atrás del coche se abre y sale de ella una viejecita muy mayor.

Una pequeña anciana que me mira con su cabeza encorvada, su pelo cano en forma de casco, su bastón. Casi haciendo un esfuerzo levanta la mano que tiene libre y me echa una de esas sonrisas falsas que solo las abuelas saben echar. Enseñando toda su dentadura postiza. Pero aunque su sonrisa es falsa percibo en ella que trata de pedir disculpas de una manera educada.

Yo digo un “faltaría más” como si me oyeran.

Cuando aparco, cojo mis bolsas y me dirijo al portal.

Al llegar está la puerta abierta. Pillada con una caja de seis litros de leche.

Entro, veo que están vecinos subiendo bolsas del Hipercor.

Seguro que ellos cuando van a comprar no se enteran de las cosas que pasan por este barrio de Vallekas.

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Las ilustraciones que acompañan a este artículo son de Falansh de la Sierra.  

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