En el limonero que está frente a mi ventana hay un canario que cada día me despierta silbando una canción. Al principio pensé que el pájaro estaba feliz porque se creía un limón más del árbol, pero esta mañana, fijándome mejor, me he dado cuenta de que lo que él piensa es que los limones son otros canarios aún dormidos. Les canta para despertarles, riñéndoles cariñosamente por no estar felices, como lo está él; de ser tan amarillos, tan rollizos y tan guapos.
Entre el canario y el limón se han ido despejando, poco a poco, las sombras de mi habitación y he encontrado bajo mi cama algo que brillaba. Un recuerdo tuyo, algo que yo creía olvidado en un cajón.
¿Te acuerdas de aquel verano, hace tanto? Se cayó un cascabel de tu trenza en el trigal. Fui temprano a buscarlo y lo puede encontrar, aquella gota de sol de tu pelo había tostado las espigas que ya eran un mar dorado de pan.
La alegría fue siempre Ahora, siempre será Ya. Lo que pasó sólo es un recuerdo; el futuro una esperanza, quizás.
A veces, Rubia, la dicha no es más que una esperanza cumplida. Por éso el trigo es verde y la cosechas siempre son amarillas.
Pero hay sonrisas pasadas. Yo las guardo en un bolsillo, como monedas doradas que hago girar sobre la mesa cuando la noche me amarga. Así recuerdo la feria, recuerdo cuando tú bailabas, girando brillante en la brisa, como una moneda dorada. Recuerdo lo bonita que eres y me río del mundo, con ganas.
La ilustración que acompaña este relato es de María Navarro.