Y ya ni siquiera me acuerdo de cuándo fue la última vez que encendimos la noche. Solíamos saltar los charcos como kamikazes armados con botas de agua rojas y un sombrero que volaba hasta el barro. ¿Te acuerdas de aquellas canciones? ¿De que siempre era abril? Jugábamos a lanzarnos la pelota como si tuviéramos un perro canela y blanco, como si siempre fuese verano. Nos hacíamos el muerto en el mar hasta que nos daba un ataque de risa y tu garganta sabía a sal. Me mirabas tan serio a veces, hasta que te decía que eras un idiota. ¿Qué has dicho, que soy un idiota? Y volvías a lanzarme la pelota y nos inventábamos un perro y nos inventábamos que había margaritas y nos inventábamos la vida. Y nos cogíamos fuerte de la mano, hasta hacernos daño. Y nos metíamos en la cama y nos clavábamos las uñas, hasta hacernos daño otra vez. Y dormíamos con los meñiques de los pies entrelazados. Y siempre era abril. Y siempre sonaban aquellas canciones. Y siempre nos acompañaba aquel perro inventado. Y ya… Ya ni siquiera me acuerdo de cuándo fue la última vez que encendimos la noche.