Amanecen las farolas
en el ocaso de un día.
Mil soles mortecinos montando guardia
frente al calor del nido.
Se apaga un día
y comienza una paz suave de leña.
Una crisálida dolorida
empapada de olor a pan y a colonia.
Un efímero paraíso
en la eternidad del puerto,
en la plenitud del amor.